Capítulo 29: Lo tomas o lo dejas.
—A veces pienso que no te conozco.
Necesitaba abordar este tema con él. Se consideraba a sí mismo muy directo, pero teníamos que ser sinceros: era bastante mentiroso.
—Bueno, nos estamos conociendo —Termina de cerrar una última bolsa de basura—. ¿Hay algo mal con eso?
Por petición del cumpleañero, la fiesta había acabado y todos se habían ido después de ayudar a recoger un poco, antes de que Friedrich les echara.
O más bien y con mucha educación les invitara a irse.
Excepto a mí.
Y ellos lo habían entendido sin ningún problema: yo era su regalo, al menos me había pedido que lo fuera y yo había estado encantada.
—Teniendo en cuenta que hace unas semanas dijiste que querías que te odiara…
—Y sigo pensándolo —Abre la puerta, dejando la bolsa fuera y luego procede a cerrar con llave—. Otra cosa es que mi estrategia esté funcionando.
Su faceta risueña era una de las que más me gustaban de él. Vivía malhumorado, en alerta, esperando algún golpe para frenarlo antes de ser abatido, sin embargo, le gustaba pasarlo bien.
—Me estás volviendo loca. —confieso.
—No es difícil de entender —Apaga las luces, dejando una en el salón como aviso de que vaya con él—, quiero que me odies porque sé qué es lo que te conviene. Pero soy egoísta, te estoy conociendo y me gusta lo que estoy descubriendo.
Siempre actuaba de esa manera, no sólo conmigo, sino cualquiera. Él pensaba que su verdad era la absoluta y que nunca estaba equivocado.
Jamás verías a Narciso reconocer que no tenía razón o demostrarte que estaba equivocado. Su cabeza tenía algún tipo de complejo de superioridad que le hacía pensar que lo más válido eran sus palabras y su forma de actuar.
—¿Y qué pasa con lo que yo quiero?
Me cruzo de brazos y me lanza una camiseta publicitaria del trabajo, ignorando mi pregunta.
Se da la vuelta, bajando sus pantalones y sus calzoncillos, dejándome ver la forma de su trasero.
Me sonrojo.
Él realmente tenía un buen culo y se notaba que se ejercitaba para hacer piernas y de paso glúteos.
Es redondo, voluminoso y está bien puesto.
Me daba hasta envidia.
¡Y encima se atrevía a decir que mi culo le encantaba!
Aprovecho para cambiarme rápido —aunque sospecho que me da tiempo para no hacerme sentir incómoda y por eso tarda más—. Me quito el sujetador una vez tengo ya la camiseta puesta.
Se sube un bóxer por las piernas y se da la vuelta, viendo cómo le miro con total lujuria. No puedo evitar sentir cosas por su cuerpo y por él.
Era un magnetismo incapaz de negar.
—Toma —Me ofrece el regalo que le había dado nada más llegar e ignora por completo mi pregunta—. Dámelo de nuevo.
—¿Me estás dando órdenes?
—¡Es mi cumpleaños!
—¿Y el resto del tiempo?
—Ya se me seguirán ocurriendo excusas. —argumenta a su favor.
Sonriendo como una tonta me acerco a él, tomando en mis manos el regalo sin abrir y volviendo a entregárselo.
Desenrosca el tubo y toma el papel en sus manos, frunce el ceño y se mueve hasta el escritorio de su habitación. Aparta algunos objetos y lo abre por completo, estirándolo.
Estoy nerviosa. Sabía que iba a gustarle, pero eso no quitaba mi inquietud.
—No te puedo creer… —Sabía que había acertado por el tono de su voz. Thomas me había ayudado, conocía a su mejor amigo y sabía que no iba a fallar—. Preciosa… —Niega con la cabeza, no sabiendo qué palabras elegir—. Te has pasado. No tenías… —Su voz se rompe un poco y se da la vuelta, mirándome con malicia y altanería—. Es edición limitada…
Sus ojos brillan con ilusión y eso me produce una sensación tan cálida en el pecho que me entra hasta vértigo y miedo.
Friedrich Vögel estaba conquistando mi corazón como si de una batalla se tratara y yo no había sido capaz de poner resistencia alguna.
Me había costado un montón de dinero; incluso Thomas, Carol y yo tuvimos que pasarnos horas frente al ordenador pujando para ser los más rápidos y apostar más dinero en eBay. Incluso ellos me habían ayudado a pagarlo porque no querían que gastara tanto dinero y habían permitido que se convirtiera en un regalo exclusivamente mío.
Incluso por un momento había llegado a dudar de si había valido la pena, pero verle tan contento y como un crío al que le acaban de dar la alegría de su vida me hacía darme cuenta de que sí, había valido la pena.
No puede dejar de sonreír, parece un niño pequeño.
Se acerca con paso decidido y con rapidez, me atrapa entre sus brazos y me carga hasta dejarme en la cama.
—¿Cómo puedes ser tan increíble y no darte cuenta? —Mi cabeza está apoyada en la pequeña almohada cuadrada de la cama y su cuerpo se cierne sobre el mío, volviendo a encajarnos como si fuéramos un puzle perfecto—. Gracias, pesadita.