Capítulo 34: Errores.
14 de enero, 2020.
Los guardaespaldas que nos habían asignado no se me hacían demasiado conocidos. En cambio, Caroline les saluda con total normalidad.
Como si fueran parte de la familia o como amigos de toda la vida.
Me había pedido que la acompañara a la universidad para entregar la baja por su embarazo. Estaba siendo más complicado de lo que podría parecer y el estrés con el que estábamos lidiando habían llevado a su médico a decretarlo como un embarazo de riesgo.
Ella no quería ir sola a su trabajo y, como yo había pausado mis estudios, me había parecido muy buena opción. Además, respirar aire puro y no estar encerrada en casa siempre era una opción que iba a tener en cuenta y que desde luego iba a tomar.
La universidad en la que ella impartía clases estaba casi en el centro de la ciudad berlinesa y era preciosa.
Tenía ese aura estudiantil y revolucionario al mismo tiempo que la elegancia que una institución con prestigio siempre iba a ofrecer de cara al público.
Me había quedado frente a uno de los seguratas porque Carol tenía que entrar sola al despacho de su jefa.
—¿Y a ti cómo puedo llamarte?
Me aburría no tener privacidad y que Jhon no me permitiera hacer amistad con según qué guardaespaldas.
Él estaba al corriente de que conocía a Izima, a Hans, a Massimo y a Stuart algo más de lo que conocía al resto y quería que mantuviera distancias con los demás.
El guardaespaldas que nos había acompañado dentro era bastante callado, tenía los labios finos y las orejas un poco puntiagudas.
Dominik y Hans se habían quedado fuera.
Al igual que mucho de sus compañeros, tenía el cabello en corte militar y era rubio oscuro. Era grande y robusto y llevaba un traje impoluto a juego con las gafas de sol incluso cuando oscurecía.
—Schwarz.
—¿Y cuál es tu nombre de pila?
—Kai.
Vale, no era muy hablador. Pero por lo menos me contestaba.
—¿Me puedes hacer un favor?
—Depende.
—¿Me dejas tu móvil?
—No.
Se llamaba Kai Schwarz porque no-sé-decir-más-de-una-palabra-en-cada-frase-que-pronuncio no existía.
—Por fa, sólo quiero llamar a un amigo.
—¿Qué amigo?
Uy, había causado su interés o simplemente estaba haciendo su trabajo.
—Pues un amigo…
—Erlin Baltßun, Isabel Garsia Moreno, Daniella Jawer-Pereira, Caroline Koch, Thomas Koch, Hugo Müller, Hermann Rabensteiner, los Schrödez, Jhon Schrödez o Narciso Vögel.
—¿Qué es eso?
—Una lista de las personas a las que puede contactar.
—Ah, que hay una lista.
Y el tío se la sabía de memoria. Me sentía como si yo misma fuera un hashtag de Twitter con las letras formando la palabra «impactada».
—¿Necesita que se la repita, Señorita Schrödez?
—Narciso, Narciso Vögel.
Saca un teléfono de prepago que sólo creía que existían en las películas y marca el número de teléfono.
Bueno, sabía que existían, tonta no era. Pero no pensé que me vería jamás utilizando uno porque en mi cabeza: esas cosas a mí, no me pasaban.
—¿Te lo sabes de memoria?
—Es parte de mi trabajo.
Qué señor tan soso, tan alemán.
Me ofrece el teléfono y escucho cómo el habitual sonido de una llamada esperando a ser respondida suena.
—Quién.
Friedrich no era de los que respondían con un “¿sí?” o un “¿diga?”. Él iba directo al grano y quería saber de quién se trataba.
—Hola-a.
Escuchar su voz siempre me removía el cuerpo, no era vergüenza o timidez lo que me hacía titubear, sino el poder que emanaba de todo lo que viniera de él.
Sabía hacerse respetar y ganarse la admiración de unos cuantos.
—Preciosa —Su voz suena más calmada y todos los miedos y dudas que en algún momento pude haber sentido se disipan—. Estoy fuera de la ciudad, he tenido una emergencia, le dije a tu hermano que te avisara.
—Supongo que se le olvidó decírmelo…
—¿Necesitas algo?
A ti.
—¿Todo-o bien?
Friedrich era capaz de modular su voz de tal manera que no fueras consciente de lo que sus palabras querían transmitir.
—Es complicado y no quiero hablarlo por teléfono —Se hace un pequeño silencio y lo único que escucho es su calmada respiración—. Me temo que tendré que pedirte una cita.