Billete de ida (narciso)

Capítulo 35: Cómo definir el dolor

Capítulo 35: Cómo definir el dolor.

Jamás creí que el silencio pudiera ser tan ensordecedor, tampoco pensé que llegaría a ver a Thomas Koch llorar y correr hacia la camilla donde su madre estaba siendo desplazada para entrar a una sala de quirófano mientras la seguridad del hospital impedía que se interpusiera y Erlin le abrazaba desde la espalda, hincando la punta de sus tacones en el suelo en un intento desesperado de evitar que su novio cometiera alguna tontería.

Tampoco me llegué a imaginar la angustia que se podía vivir en un momento tan crítico en el que el desconocimiento ahonda de manera tan intrusiva dentro de ti, que te ciega y no te permite ver más allá.

Desde luego, nunca había vivido ese momento en el que tienes el corazón encogido y luchando por seguir bombeando porque la persona que ha dado todo por ti y volvería a darlo una y otra vez se debate entre la vida y la muerte.

Y, por supuesto, llegar incluso a sentirme afortunada por no haber tenido que pasar por ello y haber despertado con un equipo de especialistas preparados para darme la noticia, era lo más cruel y despiadado que podía ocurrir.

Caroline Koch había recibido una puñalada en el vientre porque el encargado de llevársela consigo había fallado y sabía que, ya que iba a morir o ser encerrado al no ser capaz de cumplir su misión, por lo menos haría daño a ese objeto tan sagrado que le habían encomendado como trabajo.

Pero ese objeto era una persona.

Una mujer con el corazón más puro que había conocido desde que pisé Berlín y que no merecía nada de lo que le estaba ocurriendo.

Tampoco estaba preparada para consolar a mi padre, una persona a la que había deseado odiar con toda mi alma desde que tenía doce años y que ahora sólo quería demostrarle que me tenía a su lado.

Era irónico y posiblemente podría clasificarlo como injusto cómo una persona y su gente, habían decidido destrozar tantas familias y que, a mí en medio año, me había tocado descubrir.

No obstante, había algo que había descubierto en la fría noche de enero en la que me encontraba: que Jhon Schrödez nos había salvado a mi madre y a mí durante toda mi vida y eso le había supuesto renunciar a su hija durante cuatro años.

Cuatro añose en los que mi madre le llamaba por teléfono diciéndole lo mal hombre y lo poco humano que él era. Cuatro años en los que yo pensé que mi padre me repudiaba y se avergonzaba de mí.

Y, el dolor, seguía ahí, como una herida abierta que se está infectando y que a algún listillo de turno sólo se le había ocurrido curar con una tirita.

Pero algo había cambiado y es que ahora, la tirita se había retirado y tocaba operar. Tocaba sanar y tocaba dar oportunidades a quienes juraste que jamás las merecerían.

Esa era la vida, injusticias e ironías que te descolocaban y te hacían cambiar el guion de la función.

Vaya mierda era la vida.

Miro hacia otro lado, estática y sin sentirme capaz de consolar a nadie por miedo a tener que ser yo la consolada.

—¿Necesitas algo?

La mano de Erlin se apoya en mi hombro y me sonríe con delicadeza antes de darme un fuerte abrazo que nos hace a ambas, permitirnos llorar.

Las palabras se quedan atrapadas en mi garganta, sin darme opción a poder comunicarme y únicamente haciendo sonidos de frustración y lamentos casi inaudibles.

—¿Es cierto? —Sujeta mis manos con las suyas y las aprieta en forma de apoyo—, ¿un loco ha empezado un ataque en medio del metro?, ¿por qué?

Miro hacia arriba y veo a Thomas algo alejado, su novia dándole la espalda y sin que pueda verle, junta sus manos en forma de ruego.

Thomas Koch le había vuelto a mentir y yo, inclinando la cabeza de arriba hacia abajo, acababa de confirmar la versión que le había dado mi hermano, me acababa de convertir en cómplice de una red de mentiras.

Sorbo por la nariz y vuelvo a abrazar a mi amiga.

No sabía si había hecho lo correcto sosteniendo el engaño que Thomas había ideado, pero desde luego, no era momento para contradecirle.

—¿Quieres un café o algo? —Erlin me aparta el pelo de la cara y caigo en la cuenta de que mi gorro ya no estaba en mi cabeza, lo había perdido en algún momento—. ¿Algo calentito?

—¿Vas tu sola o quieres que te acompañe?

Prefería quedarme cerca de Jhon y Thomas porque quería estar con ellos pasara lo que pasara.

—Voy sola, tú no te preocupes —Me deja una goma de pelo e ignorando que alguien pudiera ver las cicatrices de mi nuca, me hago un moño improvisado—. Mis padres están al llegar, van a traeros ropa de invierno y mantas.

—¿Segura?

—Sí —Mira hacia Thomas, está sentado mirando fijamente a la nada y rechazando cualquier tipo de contacto o apoyo que le ofrecen y suspira—. ¿Puedes hablar con él? No me ha dirigido la palabra desde que se ha enterado de que su madre está en el hospital.

Me sentía mal por haberle mentido en la cara y acabo asintiendo.

—¿Me traes un té? Ya te daré el dinero…




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