Este capítulo contiene escenas +18 si no te sientes preparado/a o no te gusta leer este tipo de narrativa puedes saltarte sin problemas esa parte.
***
Capítulo 39: Condones y calcetines.
—¿Por qué te has comportado como un energúmeno? —Sube detrás de mí y me da la vuelta, colocándome contra la puerta de la habitación cerrada de Thomas—. Podías haberlo matado.
—Le habría hecho un favor al mundo. —insinúa por lo bajini.
—No entiendo por qué te has puesto así —Pongo las manos en su pecho y me muerdo el labio inferior—. Es como si no confiaras en mí, como si no te creyeras que eres el único que quiero que me toque.
—¿Quieres que te toque, preciosa? —Lleva su mano derecha hacia mi cadera, dando un pequeño pellizco.
—Hablo en serio, Narciso —Me había acostumbrado a llamarlo por su nombre y no su apodo y hasta a mí se me hace extraño usar su sobrenombre—. Ha estado bastante feo por tu parte…
—Ya empezamos con los moralismos —Me interrumpe mientras pone los ojos en blanco y desliza su mano hacia la parte baja de mi espalda—. Una cosa es que tú no quieras que te toque y otra que él respete tu decisión.
—Son acusaciones bastante graves por tu parte.
—¿Por qué lo defiendes? —Frunce el ceño—. Tiene más de treinta años y tú aún tienes diecisiete. No te ofendas, a mí me pones muchísimo —Para demostrar lo que dice, toma mi mano y la lleva hacia la parte baja de su vientre, haciéndome palpar por encima de su ropa la creciente erección que le estaba naciendo—, pero él sigue teniendo más de treinta años, es asqueroso que pueda pensar en una niña de diecisiete.
—No estoy defendiéndolo —Le tomo la cara con las dos manos y acerco su boca a la mía—, sólo te estoy diciendo que no seas tan así…, tan sobreprotector…
—Pesadita, ni aunque me quisieras fuera de tu vida dejaría de protegerte, ya lo has oído, eres mi puta debilidad.
—¿Y eso te tensa tanto como para querer pegarle un puñetazo?
—Si juegan con mis debilidades significa que juegan contigo y yo eso, te guste o no, no pienso permitirlo.
Estampa su boca con la mía, abriendo la puerta y sujetándome para evitar que pierda el equilibrio y me caiga para atrás.
Es un beso ávido de necesidad, violento, agresivo, desesperado.
No me da tiempo a llevarle el ritmo y muchísimo menos a corresponderle como es debido, aunque eso no parece ser un problema para él.
Le encantaba someter mi boca a sus ataques hasta el punto de obligarme a querer imitarle y no quedarme atrás.
—¿Qué es lo que quieres? —Cierra la puerta detrás de mí, dejándome apoyada en ella y consiguiendo alterar todos mis sentidos y mi cordura al notar la presión de su erección en mi vientre—. ¿Qué necesitas?
—A ti…
Apoyo las palmas de las manos contra la puerta y me impulso para ponerme de puntillas y ser yo la que inicie un nuevo beso.
Juntar mi boca con la de Friedrich Vögel implicaba no sólo ser besada por un hombre que sabía cómo volverte loca y hacerte disfrutar con sólo usar su lengua y sus labios como arma.
También implicaba la sensación de sentirte deseada como si fueras una diosa de alguna mitología antigua en la cual te convertías en el epicentro de su mundo porque eso era lo que ansiaba: darte placer como si lo único correcto en la vida fuera conseguir llevarte al éxtasis.
—¿El qué exactamente?
Muerdo su labio inferior con cuidado de no hacerle daño y enrosco mis manos por detrás de su nuca a la vez que él lleva las suyas a mi trasero, apretándolo y dando algún pellizco que otro que me hace suspirar por más.
—¿Es necesario que lo pida? —No tenía inconveniente en expresar cuánto deseaba tenerlo todo de él, el problema es que me asustaba sonrojarme hasta el punto de bloquearme y perder la magia del momento—. Ya sabes que te quiero a ti.
Nos hace girar y me arrastra hacia la cama, acostándome con delicadeza en el colchón y subiéndose encima de mí mientras se desabrocha el nudo del chándal.
—Sólo dime cómo y dónde me quieres —Acaricia con ternura mi mejilla y sonríe al ver cómo mi lengua se pasea por mi labio inferior sin poder evitarlo, codiciosa por volver a notar su boca pegada a la mía—. Dentro, con las manos, con mi boca o con mi polla —Presiona sus caderas con las mías y cierro los ojos automáticamente al notar la electricidad que me recorre desde la punta de los pies hasta mi cabeza—. ¿Qué es lo que quieres?
—A ti —Trago saliva y llevo una de mis manos hacia su pecho, apretando la tela y sintiéndome suficientemente cómoda con él como para bajar la que tengo libre hasta la cinturilla del pantalón y rozar con mis dedos su erección—. Necesito que me lo hagas.
Para asegurarme de que comprende a qué me refiero, saco la valentía y la fuerza que tengo dentro de mí y mientras le miro acaricio su miembro.
Mi respiración se agita y los latidos de mi corazón se aceleran, nerviosa e impaciente por conocer su reacción.
—¿Segura?