Billete de ida (narciso)

Capítulo 41: No soy romántico.

Capítulo 41: No soy romántico.

3 de febrero, 2020.

—¿Por qué venimos hoy aquí? —Termino de responderle a mi tía un mensaje y asomo la cabeza entre los asientos de atrás para preguntarle a Jhon y Carol—. Se supone que el mitin es el ocho y hoy estamos a tres.

—Pruebas del lugar, elección final de menú, distribución de asientos, comprobar la seguridad del sitio, hablar con la prensa…

—Y apoyar a tu hermano tanto hoy como en su presentación —Señala Caroline mientras se frotaba las manos—. No nos olvidemos de lo más importante, amor.

Vuelvo a apoyarme en mi sitio mientras Thomas me mira y pone los ojos en blanco. Si en algo nos parecíamos él y yo era en lo ñoño que nos resultaba escuchar cómo se decían “amor” continuamente.

Que sí, que era bonito, pero también extremadamente cursi. Una de cal y otra de arena, supongo.

El vestido que me había puesto hoy era bien distinto al que, según me habían dicho mi padre y Carol, me pondría el día ocho.

Tal vez es porque mi regla había decidido hacer acto de presencia en la madrugada —consiguiendo que mi noche no fuera únicamente horrible por las pesadillas habituales, sino por unos cólicos infernales y que Thomas hubiera tenido que ir a por un calmante y una bolsa de calor para aliviarme el dolor—, pero me irritaba cada vez más que incluso me controlaran lo que debía vestir.

Sabía que no lo hacían con maldad y eso era algo que tenía muy claro, pero por alguna razón, me molestaba.

Al menos podía ser un poquito conformista y alegrarme de que hoy, por lo menos, me habían dado libertad para vestirme como quería.

No iba a reconocer en voz alta que había estado altamente tentada en ponerme una sudadera amarilla y unos leggins sólo para demostrarme a mí misma que aún podía decidir algo en mi vida.

Luego había descartado la sudadera porque se suponía que el color daba mala suerte o yo qué sé.

Y pues quería sentirme dueña de mi ropa y de mí misma, no hundir la carrera política de mi tío.

—Llegamos —anuncia mi padre poniendo el freno de mano y girando hacia el asiento de su prometida para que compruebe si lleva bien puesta la corbata—. Nela, no te separes de nosotros, a veces las luces de las cámaras pueden cegarte.

¿Había dicho cámaras?

Thomas se ríe y se baja del coche, moviéndose con gracia en una camisa azul cielo funcional de cuello italiano y, que según le había oído decir, de algún tejido especial fabricado en Francia.

Me abre la puerta, mostrándose ante la prensa como un joven educado y creo que no soy consciente de la magnitud de la situación hasta que me habla.

—Te escuché hablar con Erlin sobre tu posible entrada triunfal en sudadera —ríe y me ayuda a colocarme el abrigo lila que me recordaba a un inspector—, me alegra saber que no serás portada en los periódicos a la peor vestida.

—¡Siempre tan amable, Thomas! —ironizo—. ¿Por qué nos hacen fotos?

—Es el gran abogado yendo a una comida con su hermano, posible reelegido como alcalde de Kleinmachnow según dictan los sondeos, ¿cómo no van a hacernos fotos?

Una corriente de frío me alcanza y Thomas me ofrece su brazo para evitar que me tropiece en las largas botas de tacón que llevaba puestas.

Odiaba el frío, sobre todo si tenía que llevar un vestido y sólo unas medias. O sea, a mí llevar vestidos me encantaba, lo que no me gustaba era tiritar por el gélido temporal.

Por suerte había decidido ponerme un vestido negro que me llegaba hasta las rodillas y que era más simple que la suela de un zapato.

Sencillo y bonito, con ajuste entallado y con el detalle de una tapeta de tres botones en cada hombro.

—¿Quiénes vendrán?

—Todos nuestros tíos, los Müller, Friedrich, el gabinete de Günther y, tal vez Jawer.

Thomas nunca decía el nombre de Daniella, ni siquiera su apellido completo y no sabía bien por qué.

—¿Daniella?

—Creo que será camarera el ocho —aclara—, tal vez lo sea hoy o tal vez, no.

—¿No va a clases?

—Es tu amiga, no la mía.

Pongo los ojos en blanco y de repente siento un flash en mi cara.

Bueno, no era el momento más adecuado para recibir esa atención y cualquiera que supiera un mínimo de fotografía lo sabía.

Se suponía que había que encontrar el ángulo perfecto y pedir que la persona que estaba modelando relajara el gesto de la cara para conseguir una foto limpia y bella, una foto que recordar para la posterioridad.

No una foto con la persona poniendo muecas y recordando a alguna obra del cubismo creada por Pablo Picasso o Georges Braque.

—A todo esto —Sonrío sin poder evitarlo mientras nos hacemos paso hacia el restaurante—, ya me ha dicho Erlin que tenéis fecha…

—¡Cállate! —exclama en medio de un susurro y tropezándose—. ¡No me hagas quedar en ridículo, estúpida!




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