Un 7 de febrero de 2016, fue cuando dejé de respirar.
Había muerto.
Apenas tenía diecisiete cuando me empujaron por las escaleras, una muerte dolorosa y agonizante, y no solo por el hecho de que me hayan tirado si no todo lo que había sucedido antes y lo que sucedió después.
Tuve una vida relativamente normal, tuve dos mejores amigos y una novia, que anteriormente era mi crush y amiga. Viví con mi madre, padre y dos hermanas, una mayor y una menor, y un perrito de raza Husky con un año de edad.
Estaba a punto de graduarme y estudiar veterinaria. Eventualmente casarme, si tal vez seguía con mi novia, y tener uno o dos hijos, gemelos tal vez.
Pero mi ángel guardián tenía escrito mi futuro, muy distinto al que yo tenía planeado.