IV.
Una tarde especial.
A pesar del escándalo que desde las 7 de la mañana comenzaba, y era capaz de invadir toda la casa vacacional, Ethan despertó hasta pasadas las 11; y cuando bajó a la cocina en busca de algún refrigerio que pudiera servirle como almuerzo se encontró con su abuela absorta leyendo el diario sentada frente a la mesa con una taza de café humeante, mientras su madre y su tía Rose parecían apuradas guardando cosas en las hieleras.
—¡Qué bueno que ya despertaste hijo! —exclamó su madre contenta de verlo—. Sírvete el almuerzo, y después acompaña a Rosie y a tu hermana a comprar las cosas de esta lista, ¿quieres?
Su madre dejó una nota con varias cosas por comprar sobre la mesa. Asintió en silencio y terminó de servirse la cantidad de fruta y los waffles que almorzaría, y se sentó junto a su abuela.
—¿Urge que compre esto? —preguntó antes de que su madre abandonara la cocina una vez más, en compañía de su tía Rose.
—No. No son urgentes para este preciso momento, pero sí para antes de las cuatro, ¿de acuerdo?
—¿Las cuatro? —preguntó en un tono casi inaudible—, ¿pues qué va a pasar a las cuatro?
—Iremos por tu padre y tu tío al muelle y de ahí iremos a asar el pescado y tener un picnic —le explicó su abuela dejando el periódico sobre una silla vacía.
—Entiendo…
—¿Vas a buscar un pretexto para no ir? —le preguntó como si fuera algo evidente.
—No. Es difícil encontrar buenos pretextos todo el tiempo, además, con mamá es imposible muchas veces.
—Lo sé, también a ella le resultaba difícil encontrarlos conmigo, cuando tenía tu edad.
—¿De verdad?
—Por supuesto, todos hemos pasado por ahí Ethan, aunque conforme crecemos vamos olvidándolo de a poco —le dijo levantando la pequeña taza para sorber un poco del aromático líquido—. ¿Cómo vas con el diario?
—¿Tú le pediste a Anabel que me lo diera?
—No. Yo se lo di a ella hace un año para que lo leyera, y ella me pidió permiso para dártelo así que le dije que estaba bien que lo hiciera —explicó la mujer entre risas—. Cuando me lo pidió pensé que te haría bien leer cómo me iba a mí en mis veranos.
— Voy en el momento en que volviste de San Diego…
—¡Ahhh! —exclamó entusiasmada—. ¿Antes de que me mudara a Orlando?
Asintió cortando con el tenedor la fruta para comenzar a comerla.
—Eso quiere decir que ya leíste lo de Mark… —sugirió Catherine en un tono que se le antojó misterioso—. ¿Y, qué te pareció?
La miró desconcertado, ¿qué se suponía que debía responder a eso? Arqueó una ceja sin dejar de mirarla lleno de confusión. Ella comenzó a reír.
—Para que veas que no sólo en tus tiempos alguien tiene algo pasajero durante el verano, Ethan, a todos nos pasa en mayor o menor medida.
—¿Volviste a ver a Mark alguna vez? —preguntó curioso, el rostro de su abuela se tornó serio de pronto.
—Sí, aunque fue más bien por accidente —explicó ella con un tono apagado—. Ya lo leerás más adelante, créeme, todavía te falta mucho por leer.
—Lo malo es que durante las noches sólo podré leer con libertad hoy… —se quejó de forma casi infantil.
—Porque mañana llega el amigo de Rosie, ¿es así?
—Sí, ahora que Martin y su amigo no vienen sería el primer verano que tendría la habitación sólo para mí para leer hasta la hora que quiera, pero no…
—Bueno, uno nunca sabe qué hay al otro lado de la puerta…
—¿Qué puerta?
—Cada etapa de la vida tiene una, ¿no crees?
—¡Ojalá fueras más clara y directa, abuela! —protestó—. A veces me cuesta mucho trabajo entender lo que quieres decir.
—Si no te esfuerzas, el sabor de lo aprendido no será el mismo.
—Pues espero que el amigo de Rosie sea tranquilo y no uno de esos mega fanáticos de los videojuegos que ande con la nariz pegada todo el tiempo una pantalla o al móvil.
—Supongo que todo es cuestión de esperar que llegue y podamos conocerlo— insistió su abuela en tono conciliatorio—. Ahora, apúrate a desayunar porque aunque sean vacaciones de verano, eso de despertar casi al medio día te quita gran parte de las diversiones.
—¿Correr de aquí para allá juntando cosas y comprando otras cosas?, no abuela, es más divertido dormir, te lo aseguro.
—Eso dices en este momento, ya te veré después.
Su abuela terminó de beberse el café y se levantó de la silla para retirarse, llevaba consigo el periódico que había estado leyendo minutos atrás. La vio desaparecer en el pasillo y volvió su mirada al plato que tenía enfrente. Roció miel de maple sobre los gofres y comenzó a comerlo todo con lentitud.
Como había prometido a su madre, llevó a su prima Rosie y a su hermana a hacer las compras que harían falta para el evento familiar planeado para esa tarde. Aunque no deseaba admitirlo, le encantaban esas tardes de asar pescado mientras disfrutaban la brisa vespertina; el ambiente que se formaba cuando se reunían así le resultaba más que divertido, relajante. Las risas melódicas de su madre y su abuela, los comentarios graciosos de su tío Arthur o de su padre alimentándolas; incluso cuando entre primos se juntaban para jugar con la baraja y contaban chistes como castigo a quien perdiera le relajaba.
Ese año sería diferente, Martin no había ido al viaje familiar, y por lo regular era él quien solía contar los mejores chistes, y también ser el que se hacía responsable de llevar y traer cosas en el auto, por lo visto ese año sería su turno.
Ya podía entender la premura de su madre en que consiguiese el permiso de conducir desde el año anterior; eso significaba que el plan de Martin de pasar su verano con sus amigos era algo que ya había planeado y comunicado tiempo atrás, y él no se había enterado de nada. Comenzaba a tener sentido el que sus padres le insistieran en que hablase más, o la mirada preocupada de su abuela el verano anterior cada vez que él se aislaba en algún rincón para evitar mirar a Robert que conversaba y convivía con todos como si nada hubiese pasado un año atrás entre ellos.
Editado: 26.02.2023