Black

CAPITULO 6: Los tres tronos y la muerte Eterna

Rancho de Azrael

Nadie sabe qué pasará después de que sus órganos se detengan y dejen de funcionar, pero si hay muchas teorías sobre ello; muchos piensan que irán directo al cielo con su Dios, otros dicen que caminaran por un puente o por un camino de rosas esperanzados a que al otro lado estarán todos sus seres más queridos, creen que irán a un lugar mejor, es algo que a los vivos les reconforta pensar y a los fallecidos les atormenta enfrentar.

En el Rancho de Azrael se habla de la existencia de tres dioses que ocupan los tres tronos.

El Dios del cielo. Infierno y Purgatorio.

Yahva, Azrael, Haden

Cada uno cumple un papel en el Rancho de Azrael.

 

Yahva atrapa las almas puras y bondadosas las envuelve en su gentileza y tranquilidad dándoles paz. Azrael, también se le conoce como Erebo “los infiernos” es quién atrapa a los muertos en su infierno y no les permite salir, solo si corren con suerte, tendrías que ser Kratos para lograrlo. Y Haden, el Dios del purgatorio, purifica almas llevando a los muertos a expiar sus pecados veniales, los hace volver a vivir en carne propia lo que alguna vez hicieron y tarde o temprano entraran a los cielos.

Los tres dioses yacen en sus tronos con una postura firme y una expresión seria, mientras detallan cada movimiento de sus súbditos misioneros, los ángeles y parcas.

Este lugar no es precisamente lo que los mortales quieren ver después de fallecer; El cielo es totalmente negro como una sombra que lo cubre, el alrededor se pinta de un tono gris por la neblina, hay humedad en el aire y el suelo lo cubre una capa de vapor que suelta el lago de fuego esparciéndose por los alrededores.

Los tres tronos están situados frente al lago, frente a la rampa por donde serán lanzadas las almas condenadas a la muerte eterna. Atrás de los tronos se encuentran los arcángeles misioneros y los ángeles incognitos. Todo tiene pinta como de un gran show, hay banquitos y aun así hay unos cuantos arcángeles que se quedan de pie. Ellos hablan ente ellos, como todos hablan a la vez no se escucha algo en concreto, hay algunos que ríen y otros que gritan, hacen apuestas, toman una especie de líquido oscuro y se divierten como si fueran mortales comunes en su tierra, pero no es así... Son Arcángeles, son la muerte, son aquellos los que están en el momento justo del último suspiro, del último latido de todos los mortales, están cuando los ojos se cierran, los ataúdes se levantan y las lágrimas ruedan.

Black, la muerte, dichosa oscuridad, se aproxima al lugar camina desbordando rudeza, seguridad y superioridad, lleva prendas negras que le favorece a su gran anatomía dejando en el aire esa sensualidad y deseo que te hace anhelar la muerte, que te hace perder los estribos y querer tomar el dulce peligro de muerte para poder verlo y apreciarlo.

A sus costados camina al mismo paso dos de sus arcángeles quienes jalan una cadena.

Detrás de estos vienen los condenados a la muerte eterna hay doce en total entre monjas y sacerdotes, se encuentran ordenados en dos filas de seis y están unidos por la misma cadena de plata que ata sus manos y pies.

—¡Evaporación, evaporación! —gritan los arcángeles en coro cuando aparecen en su campo de visión.

Por el aspecto que cargan los condenados se refleja que no la pasaron de maravilla en el paraíso perdido.

Caminan hacia la dirección donde se encuentra los Dioses, hay algunos arcángeles que se acercan obstruyendo el camino para gritarles en la cara y empujarlas con violencia, arcángeles lo suficientemente hipócritas para juzgar y colocar en una balanza los pecados de ellos con los suyos y como el mío pesa menos puedo juzgar al otro.

La hacen arrodillarse frente a los tres dioses y a mantener la cabeza agachada en el suelo, detrás de ellos está Black con el cuerpo firme, la espalda recta, el mentón en alto y manos a la espalda, igualmente los arcángeles que están a su lado.

Los gritos de los misioneros no cesan y el Dios del cielo, Yahva, se pone de pie y con su gran cetro de vida en la mano, es una vara dorada larga que en la punta tiene una esfera blanca que brilla como una perla, da dos golpes al suelo con está haciendo que todos se callen y la atmósfera quede en total silencio.

La parca procede a comunicar y anunciar los pecados de cada uno delante de todos los presentes hasta llegar a alguien en especial, una adolescente de doce años, se le nota muy asustada y traga saliva nerviosamente mirando a todas partes.

—¿Y el niño? —preguntó el Dios del infierno, Azrael.

La parca frunce el ceño extrañado mirando el rostro del niño mientras este se niega a levantar la cabeza, es un niño precioso, tiene unos rizos rubios hasta la mitad de su espalda, piel blanca como la nieve, encantadores ojos azules y labios rosados. Ese niño es como un sol en un lugar gris, es como un rayo de luz en un sótano oscuro.

Se perpetúa un silencio y Black no sabe qué decir, no se explica el por qué ese niño está ahí, levanta la cabeza y mira a todos lados, en su campo de visión aparece Abanie quien tiene una sonrisa maliciosa y victoriosa en su rostro, levanta el mentón y susurra "Yo siempre gano".

La parca entrecierra los ojos y pesadamente suelta su respiración por la nariz, tensa la mandíbula y su expresión facial cambia a una más dura y seria.

—Ha sido una equivocación —responde finalmente Black, con un nudo en la garganta.

—Ha sido una equivocación —repite el Dios— Sabéis que aquí no se puede cometer errores, hoy pudo haber sido ese niño quien caminara por la tabla hasta caer al lago del fuego y mañana ibas a hacer tú.

—Lo sé —responde con normalidad dando un pellizco a la punta de su nariz, no se muestra ni un poco intimidado por su Dios.

—¿Dónde debe estar el niño? —pregunta el Dios Yahva.

—En el nido de almas, Dios —responde el rubio Vincens que está al costado de Black.



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En el texto hay: cienciaficcion, drama, muerte

Editado: 16.01.2024

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