Black

CAPÍTULO 14: El portafolio.

Black

 

Los arcángeles y las parcas hemos sido castigados por nuestros pecados aun sin saber con exactitud cuáles fueron los que nos terminaron por condenar. Estamos aquí con el único propósito de arrebatar las vidas de los vivos sin pena ni piedad por ellos. No podemos hacer nada, pues estamos regidos por una carta que nos impide hacerlo, un reglamento estricto que, con faltar a una sola norma que está escrita en aquel libro gordo, nos condenaríamos a una muerte eterna.

Si un arcángel o parca se atreviese evitar la muerte de un ser humano, estaría alterando el destino, destinando a otra alma a esa misma muerte. Es una de las normas principales del reglamento, y yo la salte, acabo de sentenciarme a una muerte eterna.

—¿Qué mierda hiciste? —vociferó Abanie temblandole la mandíbula de la furia que no disimula ni en su mirada.

Me acerco a ella, rodeo mi mano en su brazo en un fuerte apretón y la arrastro conmigo por los pasillos del hotel mientras forcejea. Es muy impulsiva y no dudo que haga una escena delante de los humanos.

—Suéltame, maldito hijo de puta, animal de mierda.

Sigue forcejeando hasta llegar a una puerta la cual cruzamos y nos transportamos al salón del Rancho de Azrael, cuando Abanie se logra zafar de mi agarre responde dándome una bofetada en la mejilla.

Cierro los ojos y respiro pesadamente. Maldita perra. Abro los ojos, la miro por unos cortos segundos y levanto la palma de mi mano devolviéndole la bofetada que la hace tambalear y caer al suelo. Lleva ambas manos a la mejilla afectada y me mira abriendo la boca con asombro y con veneno en los ojos.

—Acabas de golpearme, eres una bestia. Te das cuenta que has golpeado a una mujer —se victimiza.

Río con amargura y vuelvo a mi faceta seria.

—Déjate de papeles de víctima y de feminista radical. Acabo de responder a tu violencia con la misma violencia, ¿o qué? Tú puedes por ser mujer y yo no porque soy hombre. Esto es el Rancho de Azrael, maldita perra incoherente.

En el Rancho de Azrael, somos misioneros, no importa si eres mujer o eres hombre, recibes los mismos escasos derechos, los mismos deberes pesados y el mismo trato que das, vas a recibir sin importar lo que tengas entre las piernas. En este universo negros no hay príncipes en caballos blancos al rescate ni princesas con vestidos pomposos. Aquí solo somos pecadores que cometieron lo más atroz que se puede cometer en vida.

La loca suelta a reír a carcajadas y se pone de pie.

—Eso fue... ¡Excitante!

—Cállate, Vainilla.

—Es... —ya iba a corregirme, pero la interrumpe Vins.

—Ya, está bien, suficiente —interviene Vincens—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué sigue viva?

—Su destino cambio —Respondo tirando el sobre negro al escritorio de madera—, el hilo dorado que tallaba su nombre se desprendió de la tarjeta y se borró.

El rubio coge el sobre, saca la tarjeta blanca para rectificar lo que he dicho, frunce las cejas con extrañeza y sus ojos se desplazan de la tarjeta a mí esperando una explicación que no puedo dar, y vuelve a mirar la tarjeta.

—¿Pero... cómo pasó? —preguntó tartamudeando por el asombro— Es casi imposible.

—No lo sé, estoy igual de sorprendido.

Miento. Yo sé exactamente qué pasó.

Vincens deja la tarjeta sobre el escritorio de madera y camina a uno de los sillones del salón, se tumba, suelta un suspiro y con las manos frota su cara para terminar juntándolas de una forma como si fuera a rezar. Su mirada se pierde en las uvas que adornan la mesa negra que se encuentra en el centro del inmueble.

—No creen que deberíamos centrarnos en la Norna, en qué clase de poderes sobrenaturales tiene al punto de combatir los nuestros y sobrepasarlos.

—Yo me encargare de eso —sueno lo más natural posible. Vincens asiente, mientras Abanie me mira muy seriamente, pero se mantiene en silencio—. Ustedes dos se siguen encargando de Danae y Alexis, y me refiero a que encarguen de que nada de lo que está pasando tenga un efecto y altere su destino, no a que se los tiren como si ustedes dos fueran humanos que llevan siglos en abstinencia y estuvieran urgidos por satisfacer sus deseos primarios.

—Que no forniquemos con ellos, captado —resume Abanie roando los ojos irritada.

—Ok, como quieran —se levanta Vins y bosteza—. Me iré a descansar, esto de jugar a que somos humanos me tiene agotado.

—Cada día se les pega lo inútil de los humanos. Hay que volver con los que respiran.

Vincens suelta un quejido y hace una mueca de fastidio. No hay nada que me disguste más que bostecen, que expresen su pereza cada movimiento, es lo que hacen continuamente los humanos para reiterar que son unos inútiles e incompetentes.

Él perezosamente camina a la puerta dorada para cruzarla. Miro a Abanie quien no se inmuta a largarse de una vez y por lo contrario reposa su trasero en la madera del escritorio apoyando ambas manos a los lados para mirarme con una sonrisilla divertida.

—Black, Black, Black —canturrea con entusiasmo—. Podrás verle la cara de imbécil a Vins, pero a mí no. Tú tuviste algo que ver con la resucitación de doña María purísima de Calcuta. ¿Qué te traes? ¿En qué te beneficia al salvar su estúpida vida de mierda?

Miro hacia otro lado de la habitación para pensarlo, meto mis manos a los bolsillos delanteros del pantalón y caminé despacio hasta donde está ella, cuando nuestros cuerpos están lo suficientemente cerca, ella se ve tan pequeña que tiene que levantar la cabeza y enderezarse un poco. Llevo mi mano hasta su espalda.

—Te voy a explicar con palitos —agarro dos palillos chinos que están sobre la madera del escritorio y colocarlos frente a sus ojos para explicarle a la ignorante— Si por confusión un alma pura recibe la muerte eterna sería una falta al artículo 15. Si los dioses superiores se llegan a enterar que la muerte de 00444 ya está en el registro, pero su alma no está donde pertenece —el cielo—, sería una falta al artículo 19. Si yo altero el destino y evito la muerte de un alma, sería una falta al artículo 25. Entonces, con toda esa margen de errores y faltas, la primera cabeza en rodar será la mía. —Culminé partiendo un pedazo de un palillo simulando que es una cabeza, los suelto dejándolos resonar en la baldosa—. Tú crees que estoy en posición de salvar la vida de un humano insignificante. No soy héroe de nadie; yo llevo una sombra en la espalda, no una capa.



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En el texto hay: cienciaficcion, drama, muerte

Editado: 16.01.2024

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