Estaba en mi dormitorio después de despedirme de Yolanda. No, no es porque no queremos vivir juntos; es porque Herel parece el nombre de un lugar donde las leyes son escritas por telenovelas. La situación ya es lo suficientemente incómoda como para pensar en mudanzas, y todo gracias a una sola persona llamada Berek.
De repente, mi hermana Evelyn entra por la puerta. ¿De dónde sacó la llave de mi dormitorio? ¿Del mercado negro de llaves de hermanos? Yo nunca se la di, eso es seguro.
—¿Dónde andabas? Llevo rato esperándote —dice, cruzada de brazos—. Como no venías, me fui, pero ahora estoy de vuelta.
No puedo contarle la verdad, que estaba explorando detalladamente el cuerpo de su mejor amiga. Solo de imaginarlo, me da calor de nuevo.
—Salí con Devora a un bar, tomamos unas copas y luego volví a mi dormitorio, y aquí estoy, como ves —respondo, fingiendo naturalidad. Claro que no pienso en Devora. Mi mente está ocupada con Yolanda, específicamente con cómo se mueve como un huracán en la cama.
—Siempre tienes a esa chica en la cabeza, ¿verdad, Alberto? —Me suelta Evelyn, como quien lanza un dardo directo al centro de la diana.
Si supiera que mi mente está más ocupada con los cabellos rosados y la piel desnuda de su mejor amiga, probablemente no estaría aquí.
—De hecho, solo somos amigos —respondo con tono neutro, porque no hay nada más creíble que mentir descaradamente—. Independientemente de lo que te imagines, Evelyn.
Pero mi mente no está escuchando. Mi mente está de vuelta con Yolanda. Una parte de mí quiere regresar corriendo donde ella, aunque me esperen los puños del abuelo karateka. Valdría la pena.
—Bueno, no importa eso por ahora —dice Evelyn, sacándome de mis pensamientos prohibidos—. Ella no tiene lo que yo tengo para ti. Después de esa pelea de hoy, quiero recompensarte. Hagámoslo en la cocina. Quiero que me des con todo hasta que no te quede ni una gota de energía.
Pausa dramática. ¿Qué acabo de escuchar? Esto se está volviendo más extraño que un episodio de anime.
—¡Qué sexy se escucha eso, hermana! —respondo con una sonrisa cínica—. Nada mal para excitar a un chico… lástima que sea tu hermano.
Cuando Evelyn tenga novio, voy a tener que soportar una mezcla de celos y alivio. Esa mente retorcida será problema de alguien más.
— ¿De dónde sacas tanta fuerza para resistirme, hermanito? —pregunta Evelyn, mientras saca algo del bolsillo. Un espray. ¿Qué clase de magia negra es esta?
Sin aviso, me rocía en la cara. ¡Así que esto es lo que usa para drogarme! Pero aquí está lo divertido: tengo la vacuna contra sus trucos. Esta vez, no surtirá efecto.
—¡Hermana, jaque mate! Tu “droga mágica” ya no funciona conmigo, porque he descubierto tu engaño —le dije con una mezcla de seriedad y ganas de reírme de lo absurdo de la situación.
—¿Cómo te diste cuenta? —preguntó ella, con cara de cordero a medio cocinar. Si supiera que fue su mejor amiga la que cantó como gallo madrugador…
—Eso no importa. Lo que importa es que entiendas algo: te veo como una hermana preciosa, un regalo que la vida me ha dado, como esas ofertas de dos por uno que ni te esperas. —Intenté ser sincero y dramático, pero ella me miró como si acabara de confesar que me he comido su último chocolate.
—Pero yo quiero estar contigo… —dijo, con ojos llorosos, como si le hubieran cancelado su serie favorita en el clímax de la temporada. Confieso que su reacción me dio penita, pero ¡oye! las reglas son las reglas.
—La sociedad no lo permitirá, porque somos hermanos. —Mientras hablaba, ella intentaba secarse las lágrimas con las manos, pero parecía una fuente. ¡Ni las películas tristes logran tanto efecto!
—Podríamos irnos juntos a otro lugar, con el dinero que tenemos, y vivir como una familia feliz… con niños y todo —soltó de golpe, y yo casi me atraganto con el aire. ¿Niños? ¿Qué está pasando aquí?
—¿Dejar la Capital 12? —dije, tratando de no sonar como una discoteca rayada. —Mira, hermana, no estoy enojado porque intentaras drogarme. Honestamente, hasta me impresiona tu creatividad, pero necesitamos ayuda profesional. Propongo terapia, juntos, porque esto ya parece un culebrón turco de tres horas. Si no aceptas, tendré que alejarme, y eso sí que me duele más que una patada en la espinilla.
Ella se quedó mirándome con cara de “traicionada por la vida”.
—¿Ya no me quieres? —preguntó, y ahí sí que me rompió un poco. Vamos, soy humano, aunque tenga que lidiar con esto.
—Te quiero mucho, por eso quiero que volvamos a ser los hermanos normales que éramos antes, como cuando peleábamos por el control remoto o por la última galleta. —Entonces, nos abrazamos. Fue un momento tierno, digno de esos finales de capítulo donde suena música emotiva.
—Está bien, iré contigo a terapia —dijo, intentando sonreír, aunque parecía más un emoji confundido que otra cosa.
—Perfecto. Haré la cita con la mejor psiquiatra del país. —Dicho y hecho, al día siguiente ya estábamos en terapia. Poco a poco, Evelyn empezó a mejorar. Incluso me hizo sentir que, con ayuda de un experto, podríamos volver a ser hermanos normales, de esos que solo se lanzan indirectas en Navidad.
Cuando Evelyn finalmente mostró una mejoría significativa, decido que en un futuro era hora de contarle la verdad de que realmente no éramos hermanos de sangre.
Una semana después de que Evelyn diera señales de mejoría (¡gracias a nuestro psiquiatra, genio y figura!), salgo medio zombie de mi clase de Tecnología. Allí estaba esperándome, con cara de misión secreta, Carol, la hermana de Yolanda.
—¿Qué tal tus clases, Alberto? —me pregunta Carol, que parece una versión mini de Yolanda, pero con el pelo cortito y rosado, como si fuera fanática del algodón de azúcar.
—Eh... más o menos, algo aburridas —le respondo mientras intento sonar medianamente interesante. La verdad, esas clases son tan emocionantes como ver crecer el césped.