—¿Joven? ¡¿Qué hace allí?! —grita con impresión mientras se acerca al lugar y cierra la cortina de forma brusca.
—¿Qué... qué es... todo esto? —titubeo con dificultad—. ¿Usted los mató?
—No, no. Yo no he matado a nadie. No son cuerpos humanos, tranquilo, son maniquíes. La directora Teressa me pidió que los guardara aquí porque no los utilizará para la decoración de hoy en el comedor. No es nada de qué preocuparse. —Sonríe de forma nerviosa.
—¿Ah no? ¿Y eso qué es? —pregunto señalando las manchas rojas que hay en la cortina—. ¿Acaso me va a decir que es producto de las rosas? ¿En especial de las rosas rojas? —reclamo son sorna y muy enojado. Creo que es necesario elevar mi tono en una situación como ésta, aunque sé que me estoy arriesgando mucho.
—Nada de eso joven. Esta vez no es producto de las rosas. —Ríe nerviosamente—. Todo es culpa de la pintura. La directora me había encomendado pintar los maniquíes de color rojo para el almuerzo de hoy, pero luego me dijo que ya no los necesitaría, así que quedaron semipintados.
—Esos maniquíes parecen humanos —comento incrédulo.
—¡Asiáticos! —exclama riendo—. Ya sabe como son de avanzados en esos asuntos de la tecnología... Estos maniquíes son especialmente traídos desde China. Usted conoce como es la directora, ella siempre quiere lo mejor.
Aunque su respuesta puede que me parezca creíble, no entiendo por qué se ha comportado de ese modo. Se mira bastante nervioso y el sudor es dueño de su piel blanquecina. Además, su risa nerviosa lo delata. Sé qué hay algo que no calza bien en todo esto.
—Aquí tiene el trapo de piso. Es nuevo, me llegó hace poco. Quiero que usted lo estrene, joven, por eso tardé tanto en buscarlo. —Me lo entrega, cambiando el tema de conversación, aunque es lo ideal.
En el acto, mi mano se roza con la suya, y siento que está muy mojada de sudor, lo cual me refleja que está nervioso.
—Gracias —digo neutralmente.
Tomo la iniciativa de retirarme primero de esa horrible y misteriosa bodega y me encamino a la salida con un dolor de cabeza que parece no dejarme y con miles de dudas que se ahogan en un mar de problemas. Atravieso el pequeño túnel que me lleva a la salida con una extraña sensación. Siento un raro cosquilleo en la nuca, así que constantemente me llevo la mano hacia ese sector.
El aire fresco se penetra en mi piel al salir de aquel lugar tan oscuro y extraño. Me volteo y veo que el conserje ha venido detrás de mí, y observo como cierra la puerta del pasadizo que da entrada al interior de la bodega. Luego sale y esta vez cierra las puertas de lata que resguardan el lugar donde oculta los objetos de limpieza y quién sabe qué más...
En ese momento, de su pantalón sale volando una hoja de papel producto del viento y luego cae al suelo. Lo miro y veo que no se ha dado cuenta, así que me agacho y la tomo. En ella puedo apreciar un dibujo, en el cual parece verse reflejada una mujer. Una cara sonriente con unos ojos pícaros que a la vez reflejan inocencia. Una sonrisa muy grande y provocativa con unos labios de tamaño medio. Un cabello lacio y negro que cae en su espalda y le da el último toque para darme cuenta de quién es.
Me parece que es Keren.
El señor Gärtner termina de colocar el candado en la bodega y luego mira que yo he visto su dibujo. Me lo arrebata de inmediato con violencia.
—¡Deme eso! —espeta—. ¿De dónde lo tomo?
—Se le cayó al suelo y yo lo recogí. ¿Por qué reacciona de esa forma? —pregunto con confusión.
—Discúlpeme joven. Es que no me gusta que vean mis dibujos. —Dobla la hoja y vuelve a guardar el dibujo en un bolsillo de su pantalón—. Me avergüenza que sean muy feos. Ya sabe... no tienen mucho arte, ya que no soy un experto.
—Yo lo veo muy profesional —digo. Él sonríe como forma de agradecimiento—. ¿Puedo saber a quién a dibujado?
Abre su boca con asombro y empieza a balbucear, pero su teléfono celular le impiden contestarme, ya que le entra una llamada.
—Discúlpeme joven —dice mientras saca el celular de su bolsillo—. ¿Hola? ¿Petunia? ¡Hermana! ¿Cómo has estado?
Veo que se concentra en su llamada telefónica con un semblante de tranquilidad, pues se ha librado de darme una respuesta, así que aprovecho y me retiro de allí rápidamente antes de que su llamada termine. No quiero estar más a su lado, creo que ya ha sido mucho por hoy.
El viento sopla con gran intensidad esta mañana. El sol también muestra una gran intensidad y se ve reflejada en sus potentes rayos, los cuales trato de esquivar ocultándome bajo algunos árboles. Ya ha pasado bastante tiempo desde que salí de clases a buscar el trapo, así que miro mi reloj para ver qué hora es. Las agujas marcan las diez de la mañana, por lo cual mis ojos reaccionan abriéndose de gran forma y mis pies lo hacen apurando su caminar.
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Editado: 16.11.2019