Elliot.
Ir casa por casa repartiendo galletas es lo que más odio.
La gente es maleducada y grosera.
¡Soy sólo un niño de 8 años, joder!
Y yo me siento tan a disgusto vendiéndoles galletas como ellos abriéndome la puerta. Podrían fingir amabilidad y ofrecerme un vaso con agua, al menos. Eso es lo que pienso cuando la casa número nueve del día me cierra la puerta en la cara.
Hacía esto sólo para intentar sacarnos a mí y a mi papá del barrio de mierda en el que vivimos.
Mi estrategia era ir a los barrios más lujosos. Según yo, tenía más posibilidades de vender. Aunque eso no tenía mucho sentido. ¿Por qué le comprarían galletas a un niño todo desalineado y zarrapastroso cuando tienen todo lo que quieren en sus mansiones? ¿Lástima? Lo dudo.
Llego a la que parece ser la casa más impresionante del barrio. Es mi último intento. Si ellos me ignoran, dejaré esto y volveré a vender café en el tren. De todas formas ya me estaba cansando.
Con decisión toco el timbre. Pasan varios minutos y estoy por irme cuando la puerta se abre.
Un niño, mayor que yo creo, aparece delante mío. Está vestido elegantemente, como si fuera a salir de fiesta, aunque es mediodía y nadie sale de fiesta a esta hora. Bueno, no conozco la vida de los adinerados. Quizás es sólo su pijama.
-Buenos días señor... joven. -He practicado este saludo toda la mañana y aún me sigue pareciendo estúpido-. ¿Desea comprar galletas?
Que diga que sí, que diga que sí.
-¿Por qué debería de comprarle galletas a un enano como tú?
Me habían llamado de todo en la vida, pero jamás enano. Era inaceptable. ¡Soy un niño todavía, por supuesto que soy bajito!
-Quizás porque tienes más dinero que yo, y por gastar un poco en mí no te vas a hacer más pobre. -Inmediatamente quiero retirar mis palabras. Ahora sí que no va a comprarme.
Sin embargo, el niño sonríe. Saca de su bolsillo una billetera.
-Aquí tienes.
Tomo los billetes y me doy cuenta que es más de lo que valen las galletas. Busco en mi bolsillo para darle el cambio.
-No quiero el cambio. -Dice y arrebata las galletas de mis manos-. Yo no me haré más pobre, pero tú sí.
Touché.
El niño cierra la puerta y creo que me quedo parado en el mismo lugar durante 5 minutos, hasta que por fin reacciono.
Con una sonrisa decido seguir un poco más, esperando encontrar gente igual de amable que él.

¡Holaaaa!
He aquí el prólogo de mi nueva historia. Espero que les guste.