«Entonces entra y ponte a salvo, y cuéntale a tu madre»
No le había contado nada.
Lamentaba con todas mis fuerzas no habérselo contado, incluso cuando estaba muriendo de nervios en el rincón más oscuro de mi habitación, con el temor de que los guardias tocaran la puerta de casa para venir a terminar lo que aquel no había podido. Aún recordaba la piel muerta de la cabeza de la mujer, esa imagen no me había dejado dormir y las palabras de aquel destrozado hombre no salían de mi cabeza, mi conciencia las susurraba cada que podía.
Boté las palabras de aquel chico, su concentrado olor y ese brillo que parecía emanar de sus ojos con naturalidad, al fondo de mi cabeza, a ese poso sin fin donde aquellos episodios de mi vida fueron desechados para no ser recordados jamás, y me concentré en las gotas de lluvia que había caído en la madrugada que se deslizaban libres por el vidrio de la ventana.
Mi madre volvía a estar nerviosa, parecía mucho más perdida en sus pensamientos desde que había vuelto, por alguna razón sabía que ella sabía lo que había ocurrido, aun cuando de mi boca no había salido absolutamente nada.
Decidí no volver a pensar en lo que sea que estuviese ocurriendo, decidí bloquear mi cabeza y simplemente salir de mi habitación para fingir que todo seguía como antes del terrorífico suceso, pero la silueta de un hombre alto entrando en la habitación de mi madre me puso los pelos de punta y me hizo esperar en la oscuridad de mi cuarto con atención.
Observé con curiosidad la espalda del sujeto.
En el aire había quedado un poderoso olor a algún perfume costoso, era embriagante y pesado, y cuando la figura se encerró en el cuarto con mi madre no pude hacer nada más que salir e ir a observar quién era y por qué carajos estaba ahí. La puerta estaba entrecerrada y por suerte podía observar, muy poco, lo que ocurría dentro.
La figura delgada y alta estaba cerca de la ventana que permanecía cerrada, no había corriente de aire por lo que el olor del perfume se mantuvo vivo en todo momento. Mis ojos captaron el movimiento del pie de mi madre con la madera del suelo. Parecía nerviosa. Su cuerpo estaba demasiado tenso, y parecía morder la piel de su dedo pulgar.
Agudicé mi oído cuando una suave vos empezó a hablar:
—Es muy arriesgado, pero no necesitas irte del pueblo, Annie— no lo veía, su voz simplemente vagaba en el aire cuando salía de sus labios, se mantenía oculto en las sombras mientras su voz causaba corrientes de dolor en mi cabeza. La conoces. — la va a encontrar igual. Ya la busca hace mucho, solo harás que se enfurezca más.
—¡No dejaré que la tenga! — dijo mi madre en un susurro, muy seguramente esperando a que yo en la punta contraria de la casa, no la escuchara, pero estaba ahí, confundida y preguntándome a quién pertenecía aquella vos que parecía un tempano de hielo por lo fría y superficial que salía. — ya ha hecho mucho daño, ¿qué quiere ahora?
—A ella, Annie, siempre la ha buscado, y cuando descubrió que estaba en este pueblo no dudó en venirse. — la madera del suelo crujió, pareció venir de la derecha, fueron pasos cortos y terminaron desapareciendo cuando vi su alta figura a centímetros de la puerta. — además, ya la ha visto.
El cuerpo de mi madre pareció girarse de manera automática. Estaba tenso y sus manos contra su pecho temblaban ligeramente y afirmaba que sería por el nerviosismo, pues el frio yacía afuera como un recuerdo helado de donde vivíamos. La observé con atención.
—¿Dónde? ¿Cómo?
Sus preguntas salieron nerviosas, sus labios temblaban y se mantenían pálidos mientras observaba a aquel personaje que se hallaba de espaldas a mí. No vestía de negro como antes había pensado. Llevaba una sudadera roja, era opaca por lo que junto a la oscuridad del pasillo no había distinguido su color.
—En el pueblo, en la madrugada del lunes— mi cabeza dolió. Parecía haber dado en el clavo con esas palabras, pues extrañamente me sentía como si hubiese retirado ese manto delgado que mantenía mis recuerdos ocultos. Pero, aun así, no pude recordar nada. Fruncí mi ceño y me acerqué más a la puerta. — de no ser por los O'Neill ella ya la tuviera.
Mi madre cerró sus ojos mientras sus manos tapaban su rostro. Pero yo sabía que las lágrimas ya habían empezado a rodar por sus pálidas mejillas. Conocía ese sonido de su respiración cuando lloraba y ese delicado movimiento de su pecho debido a su respiración un poco descontrolada. Fuera lo que fuese a lo que ese hombre se refería, era peligroso.
Recordé las palabras del chico de mirada azul. Los guardias me buscaban, y no sabía qué querían de mí.
Por eso el nerviosismo de mi madre. Por eso la mención de querer irse del pueblo, por eso su estado descontrolado y sus pálidos labios temblando a pesar de la ausencia del frio. Se referían a mí. Pero era confuso, pues no conocía a aquel hombre, pero mi madre parecía hacerlo de años. Lo cual no era extraño, mi madre parecía conocer gente con la que nunca pesé que llegaría a relacionarse.
Volví a mirar dentro de la habitación. Mi madre se había sentado en la cama, el chico había dado algunos pasos más adelante y pude detallarlo mejor. Sus manos se hallaban enguantadas en una tela roja también, su cabeza se mantenía ladeada y el gorro de lana que llevaba puesto tapaba el cabello que parecía muy bien envuelto. Su aura era lo más llamativo, parecía estar impregnada en cada pared de la habitación, era opaca, pero poderosa, tenía un leve brillo rojizo y me hacía pensar en él como una persona con poder.
—Lo mejor que puedes hacer en este momento es prepararla— rompió el silencio aquel personaje. Su rostro miró hacia a la derecha con lentitud, su nariz fina quedó a mi alcancé y sus labios moviéndose mientras observaba en una dirección donde no sabía cuál era su objetivo me puso nerviosa. Por un momento pensé que me observaba a mí. — ella es lista, es fuerte, y ya recibió entrenamiento de pequeña, no le costará adaptarse.
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Editado: 12.09.2024