Borden

Capítulo 14.

 

Me encontraba en ese momento sentada en una de las sillas de la pequeña salita de aquella cabaña. El viento que empezaba a hacerse frío entraba por la ventana con un cristal empañado, y afuera, Scolly entrenaba junto a Carla, quien iba llena de barro en algunas zonas de su delgado cuerpo.

«Entrenar»

Era curioso como nunca había pensado en hacer siquiera el esfuerzo de una sentadilla. Por las tardes me acostumbraba a correr con mis audífonos puestos a todo volumen mientras escuchaba alguna magnífica pieza de las orquestas de mi madre, sin embargo, aquello era nada más por distraer mis pensamientos o simplemente sentir el viento en mi rostro. De alguna forma, concentrar mi cerebro en esfuerzo físico resultaba reparador y una excelente distracción. Hoy, me encontraba en aquella cabaña en medio de la nada, huyendo como una prófuga de la justicia, y ahora, siendo entrenada por aquel chico de cabellos rojos en un tono más oscuro que el mío. ¿Por qué?

Recordaba sus palabras a la perfección:

—La Dama de rojo tiene un entrenamiento muy superior— afirmó, mientras envolvía cintas blancas en sus nudillos mientras yo simplemente lo miraba anonada observando el mueble con armas que había armado en medio del patio— es incluso mayor al de cualquier guardia que haga parte de las filas del ejército real, por eso, el tuyo debe superior al de ella.

¿Y cómo iba a conseguir eso?

—Deberías dejar de dudar y comenzar a pensar que ya lo tienes— había respondido porque al parecer de nuevo había pensado en voz alta— porque es cierto.

Fruncí mi ceño, pero simplemente me concentré en las armas.

—¿Me enseñarás a luchar con armas? — le pregunté, cruzada de brazos. Él asintió, mientras se quitaba la sudadera que había llevado puesta y quedó en una camisilla sin mangas— ¿y tú cómo harás eso?

Lo admito, había sonado divertida. Porque si, Scolly tenía un bello cuerpo delgado, pero que parecía ser pintado con delicadeza por la manera en la que sus músculos se marcaban en cualquier parte, sin embargo, aquel físico no muchas veces venía de la mano con habilidades para luchar, y mucho menos para llegar a estar a la altura de un guardia real.

Pero en contra todo pronóstico, una sonrisa de labios apretados me hizo saber que estaba equivocada.

—Soy de la realeza, Stacey— miró las armas con cierto brillo que pareció hacerlo ver muy concentrado. Aquella concentración me sorprendió— estamos obligados a seguir un entrenamiento riguroso desde niños por una amenaza de invasión, un guardia a mi lado tiene menos años que yo entrenando.

«Vaya»

Aquellas palabras sin duda me habían dejado pasmada, porque en realidad tenía razón. Las amenazas con pueblos enemigos e incluso países enteros era una realidad para la nobleza del país. Príncipes y princesas, alcaldes y alcaldesas, e incluso el rey, debían tener aquellas habilidades de poder defenderse en caso de una invasión, así que cuando Scolly empezó a mencionar posiciones, distancias y movimientos, no pude hacer más que escucharlo atenta y ponerlo en práctica después. La idea de llegar a estar a su nivel me pareció incluso atractiva.

El vaso de agua que me había quedado observando en ese momento pareció reírse de mí por haberme quedado como una estúpida recordando aquello, mientras el cuerpo me dolía entero y pedía a gritos que me fuera a dormir. En el momento en que decidía darme la vuelta y entrar en mi habitación, la puerta se abrió y el aire frío se coló con rapidez junto al olor a sudor que traía encima Dave.

No se había percatado de mi presencia, por lo que cuando sus brazos fueron a la cinturilla de la camiseta para pasársela y quitársela por la cabeza, no pude hacer más que quedarme observando su espalda.

La tendió en el espaldar de una de las sillas del comedor y cuando yo pretendía salir de aquella situación donde no sabía que punto exacto observar, se giró, pareció hacerlo con lentitud y sin esperar encontrase conmigo en aquel lugar, y mucho menos que lo observara de aquella manera que cualquiera habría considerado invasiva. Así que, con rapidez, volví a observar el vaso que permanecía en la encimera, y solté un suspiro.

—¿Cuánto llevas ahí? — preguntó él, pareciendo relajado y queriendo ignorar la vibra que se había empezado a formar a nuestro alrededor. Yo también la ignoré. — ¿y por qué no hablas?

Sus ojos parecían observar cualquier dirección menos a mí, y agradecí el hecho de que su intensa y brillante mirada no estuviera enfocada en mi temblorosa presencia, aunque un pinchazo de decepción me dijo que aquello no era del todo cierto.

«Mírame»

—Solo bebía agua— contesté segundos después, señalando con aburrimiento fingido el vaso de cristal, mientras mis ojos se paseaban por su abdomen intentado que él no me pillara. Me parecía atrayente la manera en la que sus brazos se habían apoyado en la madera de la mesa, y en cómo sus ojos finalmente se posaron en mí— nada del otro mundo.

«Y te repasaba, eh»

Sus ojos brillaron incluso cuando la luz que entraba por la ventana aún parecía ser clara. Y una pequeña sonrisa en sus labios pareció querer salir en contra de su voluntad.

«Sexy»

—Mañana entrenas conmigo, Stacey— se separó por fin de la mesa. Agarró la camiseta que antes había puesto en la silla y la guindó en su hombro donde descansó mientras se acercaba con lentitud a donde yo me mantenía parada, y muy, muy quieta. Su presencia se acercó finalmente, su cuerpo quedó a escasos centímetros, pero lo único que llegaba a entrar en contacto era una pequeña parte de su piel caliente con mi hombro. — y no pienso ser nada gentil, carotte.

Esas palabras habían sido susurradas contra la delicada piel de mi oreja que en ese momento pareció estar a la misma temperatura a la que estaba la de él, sin embargo, en todo momento me mantuve mirando por la ventana, pensando en lo frío que muy seguramente estaba el viento, y queriendo que mi piel volviera a estar a esa temperatura.




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