El pasillo que se extendía delante de mí era tenebroso, las sombras crecían similares a las llamas del fuego, grandes y calurosas, pero al contrario de lo que el calor me producía, los escalofríos se apoderaban de mi cuerpo, el simple hecho de estar oscuro, silencioso y frío me ponía los pelos de punta, pero simplemente obligué a mi cuerpo a avanzar. Las voces estaban por todas partes. Se escuchaban susurrantes, agobiadas y terroríficas, parecían llenas de dolor, y dejaban claro que su sufrimiento era tormentoso, ¿Qué les podía haber pasado?
Ni siquiera sabía dónde me encontraba, el pasillo no tenía tapiz, ni decoración alguna, las paredes en bloques estaban desnudas, en algunas partes el bloque estaba incluso partido y algunas otras el verdín los decoraba, no sabía qué estaba ocurriendo en realidad. Hasta que descubrí que estaba en una especie de prisión.
El pasillo terminaba donde una sala bastante grande comenzaba, luego de bajar algunos no tan pequeños escalones, estaba seccionada por más paredes y barrotes de hierro bien afincados en el cemento del suelo, al igual que lo hacían en el techo. La prisión era simple y deprimente, y un olor nauseabundo abundaba en el aire. Se escuchan quejidos, eran asquerosos, como de personas muriendo y lamentándose, quizá maldiciendo a la persona que las había puesto ahí donde existía un ambiente desagradable y el suelo era más bien cemento descuidado que en algunas partes tenía grandes manchas de sangre, aportándole un aire turbio y aún más repugnante a la estancia.
Mis pies avanzaron con un impulso hacia adelante por el pequeño pasillo que tenía delante, dejando las celdas a cada lado de mi cuerpo donde personas se pegaban a los barrotes gritando que los sacara. Pero yo no podía hacerlo. Algunas personas estaban llenas de sangre, sus pieles estaban marcadas, cortadas por lo que parecían ser latigazos, en algunas celdas las personas se mantenían tiradas en el suelo, quietas, quizá muertas.
«Ella los castigó por desobedecerla»
Al llegar al final del pasillo, donde otro se abría paso a la derecha, me giré, pues el olor que salía de ese era incluso peor, y los lamentos eran más fuertes.
Las expresiones de dolor que tenían en los rostros me dejaron aturdida por unos segundos. El nivel de impresión que mi cuerpo estaba manejando, viendo aquel terrorífico escenario era simplemente superior a cualquiera que hubiese sentido antes y mi corazón palpitaba con fuerza dentro de mi pecho, al tiempo que mis piernas reaccionaban y me sacaban corriendo de aquel lugar.
***
La sala del comedor esa mañana estaba preciosamente iluminada por el sol. Entraba con pequeños y delgados rayos que penetraban algunas de las cortinas puestas, mientras que otras se hallaban a cada lado de las ventanas, dejando entrar un viento cálido y suave que acarició mi cabello.
Los sirvientes estaban, de manera delicada y ordenada, caminando en varias direcciones mientras servían el desayuno. Los cubiertos, platos y copas mantenían la misma estética elegante y llamativa de todo lo que relucía en la mansión, decoraciones en oro pulido y pequeñas incrustaciones de diamantes.
Y ahí estaba yo. Sola en esa sala auténticamente grande y lujosa, donde el sonido de una suave melodía me provocaba recordar cómo era mi vida antes de que todo cambiara, antes de empezar a involucrarme con los Borden. Seguramente estaría en mi cuarto, escuchando aquella misma pieza y leyendo algún libro de la biblioteca. Ahora estaba ahí, rodeada de lujos, con personas caminando a mi alrededor tratando de que todo estuviera perfectamente ordenado, y sola.
Aunque la presencia de los sirvientes no se podía pasar por inadvertida, estar en el gran comedor sin nadie más acompañándome resultaba desalentador. Había esperado que Scolly y Scarlett aparecieran, pero no lo hicieron en ningún momento, y luego, cuando media hora después terminé el desayuno, decidí buscarlos.
La inmensidad de la mansión seguía resultándome abrumadora, los detalles seguían asombrándome y la pulcritud de todo era simplemente sofocadora.
—¿Puede decirme donde se hallan los mellizos Borden? — pregunté cuando entré a otra sala totalmente desconocida, una de las mucamas se volteó hacia mí y sonrió con dulzura.
—Están en el ala este, señorita, en sus respectivas habitaciones. —hizo una pequeña reverencia y se alejó con un grupo de mucamas.
El ala este, si no recordaba mal, era donde Beltrame me había indicado ir, ahora parecía que debía volver ahí en busca de los mellizos. Al final, terminé perdiéndome por tantos pasillos parecidos y pinturas que parecían ser hechas por algún importante pintor. La manera en la que los trazos delicados transmitían los sentimientos era sublime.
Una en especial llamó mi atención.
Era una niña que se hallaba triste, sus ojos estaban cerrados conteniendo lágrimas mientras una le recorría la mejilla derecha, sus manos se agarraban con fuerza entre ellas mientras el viento soplaba fuerte y le estremecía el cabello rojizo. A su alrededor todo era negro. Ella resaltaba por su vestido blanco entre la oscuridad, posiblemente porque quizás y ella hacía parte de esta misma. Unas manos grandes que simulaban tener largas zarpas la querían atrapar desde el fondo. Los rostros de personas que intentaban salir de la oscuridad decoraban ese fondo.
Era melancólico, pero también asombroso, como cada detalle demostraba con la claridad del agua lo que la niña sentía, lo que tú podías sentir estando en su lugar, y justo ahora, me sentía como ella. Las sombras a su alrededor en mi cabeza tomaron un ligero resplandor rojo y supe de quién mi cerebro quería advertirme.
«Ella es oscuridad y yo pertenezco ahí»
—Veo que esta te ha llamado la atención.
Una voz gruesa resonó por todo el pasillo, partiendo mis pensamientos en dos como si fuera un cuchillo filoso. Me giré en redondo para encontrarme con aquellos ojos verdes que había estado buscando, resultaban encantadores con aquella camisa del color de la oscuridad suelta en los primeros botones. Sonreí.
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Editado: 12.09.2024