Esa mañana, la mansión estaba de un extraño humor. El personal iba de un lado a otro, manteniendo sus estrictas posturas y su uniforme de trabajo, preparando todo, dejando las decoraciones incluso más brillantes de lo que estaban. Parecían nerviosos, sus ojos se movían en varias direcciones, como esperando que algo aterrador cruzara la puerta principal en cualquier momento. Y no solo ellos, los guardias que custodiaban todas las entradas estaban más rígidos que de costumbre. Con sus espadas perfectamente afiladas en sus vainas, sus uniformes rojos y dorados perfectamente ordenados y listos para la batalla. ¿Qué batalla? No lo sabía.
Dos días habían pasado desde mi conversación con Scolly. Aquella donde él permanecía frente a la ventana mientras lucía pensativo en el salón de música.
«Encuéntrala, antes de que te enteres de la verdad por la Dama de rojo»
Sus palabras se habían mantenido conmigo estos dos días, susurrando en mi cabeza, acorralándome, asustándome, y dejándome una única cosa clara: la Dama de rojo venía.
No sabía si el humor de las personas que habitaban la mansión era debido a ello. Estaban asustados, porque le temían. ¿Debía asustarme también?
¿Cómo se presentaría?
Lo había pensado demasiado, tanto que mi cabeza terminaba doliéndome a tal punto que debía cerrar mis ojos y controlar mi respiración para que no explotara. La imaginaba como la había visto aquella noche en mis recuerdos. Al final del oscuro callejón, con la oscuridad a su alrededor tan pesada y siniestra como solo ella podía tenerla. Vistiendo un entallado traje rojo y con una maldita sonrisa en sus labios. ¿Debía esperarle preparada y con un cuchillo en manos?, ¿o se presentaría de otra manera?
Estaba nerviosa, eso era lo único que tenía seguro.
Para despejar mi mente, había intentado encontrar aquel lugar de mis recuerdos innumerables veces estos dos últimos días, aquella prisión deprimente donde las personas estaban muriendo y un olor nauseabundo flotaba en el aire, aquel lugar que me atraía hacia él como si fuera la mismísima oscuridad de la Dama de rojo. Pero había fallado. Por un momento había pensado que quizá se trataban de calabozos, por el aspecto de las paredes, de los barrotes y la pudrición, y si lo eran, debían de estar en algún lugar de esta gigante mansión.
Mi madre debía estar ahí. Lo sabía.
Pero no la había encontrado porque los guardias estaban por todos lados, vigilando, asegurándose que todo estuviera en su lugar. Y por alguna razón, ese “todo” era yo. A donde yo iba, sus pesadas miradas a través de la visera me seguían. No podía ver bien sus ojos, pero el lejano ruido del bronce y el metal moviéndose me lo confirmaba.
Me había pasado esos dos días descifrando aquella maravilla arquitectónica, tratando de encontrar aquel calabozo de mis recuerdos, en el trayecto, había conocido lugares que parecían ser sacados de un bonito cuento de hadas, con aquellas enredaderas en los postes de mármol llenas de hermosas rosas blancas, rojas y rosadas, las pequeñas colinas a lo lejos llenas de césped cortado a la perfección con un maravilloso verde de tono claro, y por supuesto, el increíble puente Waik.
Donde me hallaba esa mañana cálida, llena de rayos de sol, cielo despejado y una brisa que hacía volar los mechones sueltos de mi cabello y la suave tela del vestido rojo cereza que llevaba puesto. Scarlett me lo había ayudado a elegir. También las bonitas sandalias que eran bajas y sus cordones se enredaban en mi pierna.
La vista desde allí era maravillosa, se divisaban las pequeñas colinas a lo lejos, las estatuas echas en piedra del jardín, la fuente que tenía hermosas luces que prendían junto a todas las de la mansión justo a las seis de la tarde. El lago de aguas verdosas pasaba por debajo y el sonido del agua moviéndose por el viento era maravilloso y tranquilizador. Se veía la mansión reluciente gracias a los rayos del sol y al personal caminar de aquí allá de manera apresurada.
Fruncí un poco el ceño al recordar su actitud y preferí olvidarlo y concentrarme en lo que tenía al frente.
El puente conectaba a una calle decorada a cada lado con más de esos arbustos pequeños con luces en su interior. Más allá, una reja dorada con la suficiente altura para ser imposible el cruzarla se alzaba magnífica, cortando el camino y dejando claro que, desde ahí, el terreno les pertenecía a los Borden.
—Admirando el paisaje.
La voz suave y calmada de Scolly me sacó de mis cavilaciones. Con una sonrisa me di vuelta con lentitud para encontrarme con la imagen de un Scolly que a mi vista parecía ser un príncipe. Tenía sangre real, por supuesto, pero aquel cabello rojo brillando bajo el sol e iluminando sus verdes ojos que eran resaltados por la camisa negra que llevaba, junto a todo el fondo sacado de un cuento, parecía un príncipe.
—Justo eso— susurré. De repente me sentía nerviosa, porque por alguna extraña razón sabía que Scolly no traía buenas noticias.
—Esas de allá se llaman las colinas Bridget. — informó, señalando las pequeñas colinas del fondo, allá donde los sirvientes rodeaban con algún mineral las rosas— su nombre le rinde tributo a una esclava que murió por sacrificio.
—¿Bridget, en serio? — por un momento apreté mis labios para no reír, luego recordé que había visto algo de esto en historia cuando iba al instituto, y parecía ser algo histórico para Grier— recuerdo algo de eso, lo vi en el instituto, pero no lo sé, la historia de Grier y de sus monarcas está muy manipulada en el pueblo.
—¿Qué tanto? — Scolly miró a su alrededor— la esclava se interpuso entre la reina y su atacante, evitando que le enterraran una daga de oro al corazón.
—Suena muy heroico, algo que sin duda no habría hecho yo— Scolly soltó una pequeña risa, y me miró dándome a entender que quería saber sobre la manipulación a la historia de Grier.
Solté un suspiro intentando controlar los nervios que se dispararon al ver a los sirvientes que regaban las flores salir corriendo al interior de la mansión.
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Editado: 12.09.2024