Hasley
—Joder, mi cabeza ya no la soporto —Zev se volvió a quejar por décima vez mientras sobaba su
sien con las yemas de sus dedos.
Al parecer tenía resaca y no quería ver ni la luz del día. Sus ojos estaban cubiertos por unas gafas
de sol, sus ojeras se apoderaban de su cara y, a pesar de que intenté ponerle un poco de
maquillaje, no se ocultaban. Como era de esperarse me había regañado por haberme ido y dejarlo
solo sin avisar; según él, me buscó hasta en el más mínimo rincón de la casa. No siguió, pues tan
fuerte se volvió la jaqueca que decidió darle punto final a su propia discusión.
—Solo falta una clase, trata de no caer rendido al suelo —lo animé, bromeando.
—Y es Andrea, la maestra con la voz más chillona del instituto —
dramatizó.
—¡Hola, plebeyos! —Neisan saludó en un grito golpeando a la mesa.
—¿Qué te ocurre, imbécil? —Zev gritó cabreado y apretó con sus brazos su cabeza.
—Hola, Neisan —le devolví el saludo en una sonrisa agradable.
—Creo que a alguien no se le quita la resaca imperdonable —el chico rio y lo apoyé—. Te vengo
avisar que el entrenador ha llamado a todo el equipo.
—¿Ese hombre quiere matarme? No tengo humor de soportar sus
gritos de mujer menopáusica. —Mi amigo levantó la cabeza y gimió.
—Al menos te has salvado de Andrea —pronuncié en una risita por lo bajo.
—Prefiero arrancarme la cabeza antes de elegir entre ellos dos —
gruñó levantándose de la mesa—. ¿Me esperarás?
—Oh no, iré a otro lugar —murmuré apenada.
Y sí, iría con Luke.
Había pasado casi toda la noche pensado sobre lo que me propuso.
Después de darle vueltas al asunto, decidí que lo mejor sería tratar de convivir con el chico.
Desde el día en que habíamos cruzado palabras eso es lo que quería: saber más de él a pesar de
los insultos que me dirigía o lo grotesco e insípido que se comportaba. Sí, demasiado esfuerzo
estaba haciendo al intentar amoldarme a sus cambios de humor. Lo peor de todo es que yo misma
me contradecía. Este es el efecto Luke.
—¿Con quién? —Zev inquirió, sin quitar su cara de mal humor que se podía ver a kilómetros con
un claro letrero: tócame y lo último que verás y sentirás será mi puño en tu rostro.
—Con Luke. —Mi voz sonó tan firme, transmitiéndole que lo que dijera él no haría que cambiara
de opinión.
No me gustaba mentirle y muchos menos para esconder algo que no le hacía daño a nadie.
—Solo porque tengo una resaca de los mil demonios no discutiré, mantente al margen —bufó con
molestia, tomando su mochila del suelo.
—Oh vamos, Zev, tú sabes que el chico no es tan malo —Neisan susurró haciendo que lo mirase
extrañada.
—Cállate, Neisan, tu voz aumenta más mi dolor —mofó Zev, tendiendo su mano y luego cubrir sus
ojos.
—¿Has intentado tomar una aspirina?
—¿Tú crees que no? Me tomé la caja entera —gruñó.
Los dos siguieron discutiendo mientras se alejaban del lugar y sus voces se hacían cada vez
inaudibles, dejándome sola en aquella mesa con una sola pregunta dando vueltas en mi cabeza:
¿por qué dijo eso Neisan?
Sabía que Zev conocía a Luke, eso me lo dejó en claro Nguyen el día en que me pidió que me
alejara del chico y, por otra parte, porque él solía
reunirse en el campo con su equipo y el entrenador por alguna junta. Luke permanecía casi todo el
tiempo en las gradas, existía la posibilidad de que ellos hubieran cruzado palabras y tal vez Zev
era la persona que podía responder algunas de mis preguntas, pero tan solo pronunciaban el
nombre del rubio mi amigo se alejaba cabreado. Tendría que alimentar mi propia curiosidad. No
me iba a quedar esperando a que algo relevante pasara por parte de ellos dos para que mis
preguntas tuvieran respuestas, yo misma tendría que buscarlas en dos libros que no eran fáciles de
abrir y empezaría con el más difícil: Luke.
Tomé mi mochila después de que el timbre sonara, indicando que la última clase ya había
empezado. A pasos flojos y pocos interesados caminé hasta el aula de ciencias sociales.
Una hora más tarde, el profesor Sullivan indicó que daba por terminada la clase y que nos
podíamos retirar. Cerré mi libreta y la metí a mi mochila junto a mis otras cosas, la pasé por
encima de mi cabeza como era de costumbre y caminé hasta la puerta, aunque alguien me empujó.
—¡Fíjate, animal! —vociferé al chico que ni tomó en cuenta mi insulto, al contrario, solo se giró y
soltó una risa—. Lo voy a golpear.
—Refunfuñona —dijeron atrás de mí, acompañado de una risita que pude intuir de quién se
trataba.
Me giré para ver a Luke apoyado en la pared mientras intentaba mantener el equilibrio de su
mochila encima de su cabeza, lo que me evitaba ver su cara. Solo gruñí y él volvió a echar otra
risa, bajó su mochila aun sosteniéndola a la altura de sus rodillas y me miró.
Otros días no me tomaba la molestia de observarlo porque no me interesaba; en cambio hoy
preferí hacer la excepción. Se veía demasiado bien en aquella chaqueta negra con una camisa
blanca debajo, sus tejanos tan comunes y su cabello despeinado. Regresé a su rostro y todo tipo de
atracción a su ropa se esfumó cuando miré sus ojos, los cuales no tenían el azul intenso que solían
poseer, tenían un contraste apagado y opaco. No me importó, resaltaban de igual manera por los
círculos oscuros que descansaban debajo de ellos, las ojeras sobresalían ante su blanca piel.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté.
—Estaba pasando —habló obvio y moviendo su brazo que sostenía su
mochila— pero ya que te veo, ¿decidiste o te sigo molestando?
—Empezaste a molestar desde que me dijiste refunfuñona —respondí rodando los ojos.
—Bien —mofó frunciendo sus labios—. Lo siento. —Me tomó de sorpresa lo que dijo,
dejándome bloqueada sin poder mencionar algo. Mis ojos viajaron a los suyos sin entender sus
disculpas, él solo suspiró y bajó la cabeza volviendo a hablar—. Soy un imbécil.
Luke jadeó, levantando su mochila a la altura de su hombro y se alejó.
Mis piernas se movieron por inercia a la dirección donde se había ido con pasos rápidos, pero
pude divisarlo un poco retirado saliendo de las instalaciones. Sus piernas largas le daban ventaja.
Esquivé a algunos estudiantes que iban saliendo y reduje mi paso al fijarme que se detuvo afuera
del instituto.
—No eres un imbécil —murmuré a sus espaldas cuando estuve cerca de él—. Iba a decirte que sí
iré.
Luke se giró y me miró un poco calmado, algo que me extrañó. Por la manera en que dejó el lugar,
pensaba que estaría enfadado por lo que yo dije. Su semblante estaba neutro y solo asintió para
comenzar a caminar a dirección contrario del estacionamiento.
—¿No traes tu moto?
—No suelo traerla al instituto —respondió con la mirada baja.
Maldita sea Luke y sus cambios de humor.
—¿Está muy lejos dónde quieres ir? —insistí.
—Creo que jamás vas a dejar de preguntar, ¿cierto? —Él soltó una risa y eso me hizo sentir entrar
un poco en confianza. Y repetía: sus cambios eran un vil desastre para mi hábito de tratar a las
personas. Yo negué causando que levantara la cabeza y entrecerrara los ojos—. No es muy lejos, a unas tres o cuatro cuadras, solo intenta ignorar los metros.
—Gran consejo —me burlé.
Luke empezó a decirme que llegaba a irritarlo con mis quejas y berrinches, fue en el momento en
que le dije que estaba cansada cuando me tomó de la mano y comenzó a correr conmigo sin
soltarme, al parecer le divertía mis gritos que eran inútiles diciéndole que se detuviera porque sus
carcajadas eran como un sonido ya extraído de la naturaleza. Me
gustaba como sonaba.
Quería la risa de Luke para tono de llamada.
Nos fuimos deteniendo en unos de los tantos callejones que habían en aquella colonia y no dudé en
sentirme incómoda, los edificios que se hallaban entre aquel callejón estaban un poco viejos. Le
preguntaba si aquel lugar era seguro pero, como siempre, solo recibía un « ¿Puedes dejar de hacer preguntas, Weigel? ».
Llegamos al fondo del callejón y pude ver una tienda pintada de negro, azul y rojo. Afuera tenía
varios carteles de artistas y discos, entonces supe que era una tienda de discos. Luke se aferró a
mi mano y entramos al local. Por dentro lucía mucho mejor, era dividida de dos formas, rustica y
urbana; las secciones tenían diferentes colores. Cabe mencionar que olía a lavanda mezclada con
olor a tabaco. Entendía por qué Luke amaba este lugar. El chico caminó hasta el fondo de la tienda
y nos detuvimos en una sección que le pertenecía a la parte rustica.
—¿El viaje a la buena música? —inquirí.
—Así es —asintió. El hoyuelo en su mejilla se hizo visible haciendo que sus ojos tomaran un
poco de brillo, a pesar del color opaco que tenían
—. Me siento bien al enseñarte mis gustos musicales…
Él dejó la frase en el aire y no la continuó, empezó buscando algún disco. Metía y sacaba algunos
diciendo uno que otro «estos no valen la pena», «buena afinación de voz, pero letras sin
sentido».
—¿Sueles escuchar mucha música? —Traté de sacar algún tema en específico para no sentirme
excluida en su burbuja.
—El mayor tiempo sí, más cuando estoy en casa —habló encogiéndose de hombros sin dejar de
buscar—. A veces es bueno ignorar la mierda que suele hablar la mayoría de las personas en el
mundo.
—Lo he sentido como una indirecta —murmuré. Él negó.
—¿Acaso has visto que he reemplazado tu voz quejona con unos auriculares?
—¿No? —dudé.