Hasley
Era el tercer día en que Luke no me hablaba y comenzaba a odiar mi sentimiento de necesidad.
Había estado evitando todo tipo de contacto conmigo. En las clases con la señorita Kearney
llegaba tarde para sentarse hasta el fondo del salón, no lo veía en la cafetería y lo más extraño del
mundo es que tampoco se encontraba en las gradas echando humo como chimenea.
Durante esos días me la pasaba encerrada en mi habitación escuchando los discos que habíamos
comprado antes de la discusión. Descubrí que algunas canciones eran muy buenas, sin embargo, su
banda favorita me sorprendió: era instrumental con frases enigmáticas. Una sorpresa total.
Elegí de entre todas las canciones las que más me gustaron, postulándolas como mis favoritas.
Letterbomb de Green Day no podía sacarla de mi cabeza.
Apoyé mi frente en el cristal de la ventanilla del auto para suspirar haciendo que este se
empañara, tracé un pequeño corazón con mi dedo y esbocé una sonrisa. Estaba en camino al
instituto junto a mamá, quien venía hablando sobre algunos de sus pacientes que la tenían un poco
malhumorada.
—Eres psicóloga, se supone debes tenerles paciencia —informé en un canto, de manera en
recordarle lo que con ello implicaba la psicología.
—Lo sé, pero créeme, algunos hacen perder mis estribos —mofó en una mueca graciosa
haciéndome reír.
—Eres una psicóloga muy rara —vacilé.
—Pues vete bajando porque esta rara necesita ver los expedientes de sus pacientes —indicó
sacándole el seguro al auto.
Ya habíamos llegado al instituto.
—Bien, nos vemos luego. Te quiero —me despedí, antes de cerrar la puerta. Ella me respondió
con un cálido « yo igual».
Caminé a la primera clase: literatura con mi querido profesor Hoffman. Recordando bien las
cosas, por su culpa conocí a Luke; si no me hubiese dejado fuera de la clase yo no estaría
hambrienta de que el chico me hablará. De alguna manera extraña necesitaba su maldito humor
molestando.
En el salón estaban unos cuantos chicos ya sentados esperando a que el profesor se presentara o,
más bien, que no lo hiciera. Fueron los minutos suficientes para que el profesor apareciera dando
los buenos días junto a sus tantos sermones. Indicó leer un libro que para mi suerte era de mi
agrado y había leído millones de veces: el Ruiseñor de Hans Christian Andersen.
Algunas clases pasaron rápido y otras simplemente aburrían. La hora libre se dio cuando avisaron
que la profesora María no había asistido.
Corrí rápidamente a la cafetería donde estaba segura de que Zev se encontraría, pero me
equivoqué. Iba a regresar de vuelta a los pasillos del instituto cuando la voz suave de Matthew
gritó mi nombre.
—¡Hasley! —El chico se acercó hasta mí con una sonrisa tan única que él solo sabía hacer—.
Estas buscando a Zev, ¿no es así?
—Sí —murmure un poco nerviosa por su mirada.
—Está en junta, me dijo que si te veía te dijera eso. —Hizo una mueca y rio.
—Oh, gracias —sonreí.
—Te quería preguntar si querías que almorzáramos juntos… con Zev, claro, si tú quieres, porque
todavía estas en clases —habló tan rápido que
sus blancas mejillas tomaron un color carmesí.
Matthew Jones nervioso y sonrojándose. ¿Acaso no podía ser eso más adorable?
—Claro, te veo aquí —sonreí intentando no ponerme como él, pero sabía que era demasiado
tarde.
—Bien —asintió—. Hasta luego —se despidió, alejándose para regresar con sus compañeros de
equipo.
Expulsé todo el aire cuando salí de la cafetería. Después de todo, algo estaba saliendo bien con
Matt sin Luke metiendo sus narices en mis asuntos con el chico.
Sentí como algo se removió en mí al tan solo recordar al rubio. Odiaba mi maldita necesidad de
querer hablarle, sin embargo, mi orgullo fue aún más fuerte y grande que eso. Decidí esperar la
siguiente clase que, para mi mala suerte, era historia con la profesora Kearney. La clase que
compartía con Luke.
Ojalá no lo deje entrar esta ocasión.
Al final yo fui la única quien recibió la bofetada. Había llegado tarde y la profesora Kearney me
leyó su maldito reglamento. ¿Por qué siempre se fijaban cuando yo llegaba tarde y no otros? ¿Por
qué los maestros me detestan?
Después de escucharla me dejó pasar y mi suerte fue aún peor cuando me di cuenta de que el único asiento libre era el del lado de Luke. Quería tirarme del quinto piso, pero resultaba
imposible porque solo eran cuatro.
Caminé indecisa, con los nervios hasta la punta de mi lengua. Dejé caer mi mochila al suelo para
sacar mi libreta para apuntar. El problema es que no tenía idea en que tema o qué estábamos
haciendo y preguntarle a Luke era una opción tachada con marcador negro muy grueso, así que
opté por la más sensata.
—Disculpa —susurré estirando mi brazo para tocar con mi dedo el hombro de mi compañero que
se encontraba en frente de mí.
—Mmmm, ¿sí? —Él sonrió coqueto. Era Josh, el chico de piel pálida con cabello color negro
azabache.
—He llegado tarde, por lo que has visto, y no sé qué están haciendo —
expliqué un poco dudosa—. ¿Podrías decirme?
—Claro —afirmó y me sentí feliz hasta que continuó—: Pero, ¿qué gano yo?
—¿Disculpa? —solté anonada.
—¿Qué ganó yo si te explico todo? —Él levantó una ceja y sonrió de una manera que comprendí
rápido. Abrí la boca para responder, pero alguien más lo hizo.
—Un maldito golpe en tu estúpido rostro de metrosexual si no quitas tus repugnantes ojos de
encima de ella, ¿escuchaste, jodido idiota? —Luke habló entre dientes con un tono tan seco y duro.
Josh levantó las manos en forma de inocencia y se giró de nuevo para mirar hacia al frente o fingir
prestar atención a la profesora. Miré lentamente a Luke sin saber qué decir o cómo reaccionar ante
lo que había hecho, pero él no dijo nada al respecto. Mordí el interior de mi mejilla y fijé mi vista
en mi libreta. Luke no volvió a mencionar nada y, por lo tanto, yo tampoco. La clase terminó y la
profesora dejó tarea, una que no sabía de qué trataba. Empecé a recoger todas mis cosas y a
guardarlas en mi mochila para pasarla, como de costumbre, por encima de mi cabeza.
Sin quedarme otro segundo cerca del chico, salí del salón de clases.
Me sentía un poco incómoda por lo que había pasado. Luke llegaba a ser un poco extraño, pero
agradecía que le hubiera contestado al chico; lo más probable es que yo le hubiera respondido con
un patético: «eso fue grosero». En ocasiones mis buenos hábitos se revelaban cuando más
necesitaba mi lado grotesco.
Era hora del almuerzo. Fui directo a mi casillero para poder guardar todas mis cosas e ir a la
cafetería. Busqué con la mirada el cabello rojo o rizado de alguno de los dos chicos, hasta que los
visualicé en una de las mesas de en medio. Caminé directo hacia ellos con una sonrisa.
—Hey —saludé tomando asiento.