Hasley
Palmeé nuevamente mis mejillas e hice bizcos frente al espejo. Al darme cuenta de lo ridícula que
me veía, solté una carcajada. Cubrí mi rostro con ambos manos y eché un fuerte suspiro.
Me alejé del espejo y observé por completo mi cuerpo de pies a cabeza.
Jamás fui una persona que tuviese baja autoestima o menospreciara mi físico, sí, como la mayoría
de las personas, cada vez que solía escuchar comentarios negativos hacia mí, no podía evitar
preguntarme si estos eran ciertos. Yo tenía en claro que no poseía las mejores curvas, a decir
verdad, mi cuerpo no se trataba de un noventa, sesenta y noventa, tal vez todo era un setenta
porque todos sabían que mi complexión se resumía a un peso muy bajo. Lo único que me ayudaba
era mi rostro.
Dios, qué triste.
Recordé cuando Luke me dijo hace unos días atrás que solía tener una pésima combinación de
colores. Tejanos azules de mezclilla, tenis blancos y blusa de colores sólidos, ¿qué había de malo
en ello?
Hoy, a diferencia de otros días, portaba un vestido casual de color azul marino, era corto y de
tirantes, se abombaba sin exageración en la parte de abajo y arriba era un corte en v que le daba
un toque elegante.
Mamá insistió mucho en que me lo pusiese. Recuerdo que lo había comprado hace un año para que
fuéramos a la boda de Amy, su amiga.
Desde aquella vez, el vestido no volvió a ceñirse en mí. Tenía suerte, aún me quedaba.
—¡Diane, ya ha llegado!
El grito de mi madre desde la planta baja explotó mi pequeña batalla frente al espejo. Fruncí mi
ceño y me di la vuelta para ir por mis cosas.
Celular y cartera.
Luke platicaba con mi madre al pie de las escaleras, él vestía un pantalón negro junto a una camisa
de botones desfajada casi del mismo color que mi vestido y su característica chamarra negra.
Ambos dirigieron su vista hacia mí y esbocé una sonrisa de oreja a oreja. Al principio creí que el
chico diría algún comentario por el cual yo rodase los ojos, sin embargo, él curvó sus labios al
mismo tiempo que ladeó su cabeza, haciéndolo lucir como un niño pequeño.
Yo quise morir de ternura.
—¿Ocurre algo? —le pregunté.
Él negó.
—Con todo el respeto a tu madre aquí presente, no sé si eres tú o soy yo, pero cada vez que te
miro, me enamoro más de ti —confesó—. Te ves perfecta.
Ahí estaba de nuevo ese ardor en mi rostro y la revolución en mi estómago ante sus palabras.
No pude sostenerle la mirada, por lo que me vi con la necesidad de bajarla hasta mis pies. Desde
que lo tenía a mi lado solo se había encargado de darme tantos cumplidos casi como si fuese algún
reto.
Él subió las escaleras que me faltaban por bajar y acercó su boca a mi oído, el roce de su piel
contra la mía solo aumentó el estado en el que me encontraba.
—Vamos, sabes que me gusta ver ese efecto en ti —musitó.
Alcé mi vista, encontrando sus ojos azules y reprimir una sonrisa.
—Te gusta solo porque eres tú quien lo crea.
—Y se siente fantástico.
Guardé silencio y él me cogió de la mano, invitándome a que lo siguiera. Mi madre nos miraba
con dulzura.
Aún no entendía la manera en que la mujer se había vuelto un poco
cercana a Luke, dándole una parte de su confianza en este corto tiempo que nosotros habíamos
comenzado a salir, no como una pareja oficial, pero tomando la iniciativa.
—Estará de regreso antes de las nueve de la noche —el chico le indicó —. Prometo cuidarla en cada instante.
—De acuerdo —asintió—. Confío en ambos, no vayan a romper mis reglas.
—Nunca —él negó.
—Hasta pronto, mamá.
—Te espero, mi vida.
Al salir de casa, mi campo de visión se centró en el carro plateado que estaba en frente de
nosotros. No pude evitar juntar mis cejas y darle una mirada interrogativa a Luke.
—Es de Pol. Me lo ha prestado para poder llevarte a… ¿nuestra cita?
—Sí, Luke, es una cita.
—Bien, eso suena demasiado ñoño, pero a ti te gusta, así que me voy a sacrificar y lo llamaré
como tal. —Mordió su perforación y frunció sus labios—. ¿Tengo que abrirte la puerta?
Sus mejillas se ruborizaron y no pude pedirle al cielo que me diera más de su parte. Solté una risa
por su estado y ejercí fuerza en el agarre de nuestras manos.
—No me molesta si quieres o no abrirla, al final solo es una acción que no significa nada, dudo
que hacerlo o negarte a ello repercutirá en tus sentimientos hacia mí —le expliqué—. No quiero
que veas estos gestos como una obligación.
—Joder —maldijo—, ¿quieres dejar de decir cosas que solo aumentan el amor que siento por ti?
Luke haló de mi mano, atrayéndome a su cuerpo y envolverme en un abrazo. Mi rostro chocó
contra su pecho, mis fosas nasales captaron el aroma de su perfume y ahí mismo fue cuando noté la
diferencia.
Ya no percibía el olor a hierba, simplemente era su colonia. Esa varonil que hace meses atrás se
perdía entre el olor de la marihuana o nicotina. En mi cara, se dibujó una sonrisa de oreja a oreja,
llenándome por completo de felicidad.
—Tenemos que irnos —avisó.
Me alejé de él y acepté.
Después de todo, abrí la puerta por mi propia cuenta. Luke subió y me miró dudoso, alcé mis cejas
esperando a que hablara.
—¿Te gustan las comedias románticas?
—¿Acaso me estás dando un spoiler de lo que será nuestra cita?
—¿Crees que haré lo mismo que todos suelen hacer? No, Weigel. Si le llamarás cita a esto, tiene que ser diferente a lo que estás acostumbrada, lo suficiente para que nunca lo olvides y nadie
pueda repetir.
—¿Haremos algún ritual? —vacilé.
Su entrecejo se frunció para posteriormente poner los ojos en blanco.
—Eres patética —atacó.
—¿Entonces no es un ritual? —insistí.
Amaba molestarlo de esta manera, sobre todo si se trataba de hacer preguntas innecesarias una
tras otras, sabía perfectamente que eso lo irritaba y lo conocía tan bien que luego de varias
palabrerías, él diría:
—Cállate, Weigel.
Pero para su desgracia, ya tenía conocimiento de lo que significaba.
—Yo igual te amo, Luke.
La comisura de sus labios se curvó y negó con su cabeza varias veces.
Él optó por ya no responderme y encendió el motor del carro, iniciando con su trayecto y sus ojos
sobre la calle.
Iríamos al cine. Eso fue lo que me dio a entender, aunque su destino parecía ser otro. Apreté mis
dientes, diciéndole a mi subconsciente que no intentase ni por un segundo soltar lo que comenzaba
a maquinar.
Mi vista iba de un lado a otro, observando por la ventana los edificios y locales, la zona en donde
nos encontrábamos era casi el centro de la ciudad. Estábamos muy lejos de lo que yo suponía era
nuestro destino.
Minutos después, Luke aparcó el carro en el estacionamiento de la plaza más grande de Sídney,
justamente en aquella donde se hallaba el casino, ese sitio en el cual los fines de semana, como
hoy, muchas personas venían a perder en lugar de ganar dinero. Llegué a la conclusión de que
quizás habíamos venido hasta aquí por el cine, pues tenía una zona VIP principal a comparación
de otros.
—¿Sabes? —llamé la atención del chico—. Por momento creí que iríamos al de tus padres.
—Así es.
Volteé a verlo confundida.
—¿Regresaremos?
Luke echó una risa y se acercó a mí, cogiéndome de la mano nuevamente.