Observo con recelo las pequeñas flamas que salen de los orificios del quemador de la estufa; las azules se mezclan con las amarillas, y un color rojo pálido aparece. Flamas como esas, causaron la quemadura en mi mano, esas simples y pequeñas flamas lograron provocarme un dolor insoportable. A mi padre se le ocurrió elevar su nivel de métodos de corrección, hasta el punto de utilizar el fuego conmigo. Puedo verme ahora mismo de pie, frente a la estufa, suplicando entre lágrimas que no me queme, mi padre presionando mi cabeza contra la parrilla y forzándome a poner la mano en el fuego, mientras escucho sus blasfemias, culpándome de sus problemas y gritando que me he convertido en un maleducado y mentiroso.
No soy un niño maleducado, pero si un completo mentiroso. Le he mentido a mi madre sobre Matthew, le he dicho que permanecía dormido, cuando en realidad está muerto. Me he mentido a mí mismo sobre quien soy en realidad. ¡Vivo de mentiras!
—Sólo mentiras. —Murmuro, molesto.
Debería odiarme por lo que he cometido, pero no lo hago. Los monstruos no se odian a sí mismos, los monstruos odian a los culpables que lo colocaron en esa posición, ese es mi punto de vista. Yo odio a mi padre, odio a los niños que me negaron su amistad y odio a todo aquel que colocó a Matthew antes que a mí. Nada cambiará lo que he hecho. Él está muerto y yo soy su asesino, un monstruo.
Alejo la vista de las flamas. Recordar el mal que he hecho no me favorece, no teniendo a mi madre a lado mío intentando despertar a mí padre; podría notar mi enojo e insistiría saber los motivos.
Me pongo de pie.
—El té, ya está —le aviso, al notar el vapor filtrarse de la tapa de la cafetera. Apago la estufa—. ¿Crees que deba servirle un poco a papá?
Me apresuro a caminar hacia la alacena.
— ¿Mamá? —Le insisto, al subirme sobre el cajón y trato de alcanzar las tazas de barro de la alacena.
—Conociéndolo, querrá una botella de cerveza —descarto la idea de tomar una taza para papá al escucharla—. No te vayas a caer.
Niego con la cabeza.
—Mi padre, no debió lastimarte —comento, intentando tomar la segunda taza—. Pudo...
—Fue un accidente. —Asevera, mi madre.
—Y, si así fue, ¿Se disculpó? —Pregunto con un ligero tono de burla.
Por la boca de mi padre jamás saldría una disculpa ni, aunque esa disculpa fuese para mi madre. Ella nota mi insolencia.
—Para, Bemory. —Me ordena.
Me quedo callado. Decido no insistir sobre el tema. Ella nunca debió meterse entre una pelea de dos hombres completamente borrachos. Si no ha de atenderse esa herida, al menos debería idear alguna mentira para excusarse de lo que realmente ocurrió. ¿Por qué no agregar una mentira más a nuestras vidas? Si su intención es que nadie crea que mi padre fue quien lo hirió, yo podría culparme. Pero no creo que sea necesario que me ofrezca a tal mentira, si mi padre mismo sabrá idear alguna y me culparía.
Con la segunda taza, ya en mis manos, me dispongo a bajar del cajón.
— ¿Mamá...? —En una milésima de segundo consigo resbalar del cajón con la taza de barro aún en mis manos, quebrándose tras el impacto al suelo y golpeándome la nuca en la esquina del cajón.
— ¡¿Qué carajo?! —El grito furioso de mi padre, me hace girar a su dirección.
Lo he despertado, ¡Lo he despertado, maldita sea!
Asustado al verlo de pie, tambaleándose y con sus ojos verdes fijos en mí, balbuceo pidiendo disculpas. Alejo la vista de él, me apresuro a quitar el cajón, colocándolo bajo la mesa.
—Yo... Yo lo limpio —Recojo las piezas quebradas más grandes del suelo—. Perdón.
Me pongo de pie con las piezas en mis manos. Antes de poner un paso hacia el bote de basura, mi padre ya me ha bloqueado el camino. Levanto la cabeza para lograr mirarlo; sus ojos verdes ahora parecen estar inyectados de sangre, su boca entreabierta destila el olor repugnante a alcohol y su barba crecida de varios días, le dan un toque hosco. Siendo consciente de no poder mantenerse en pie sin tambalearse, apoya una mano en la mesa. Con su dedo índice derecho da leves golpes en mi frente, mientras habla con voz ronca:
—Pequeño estorbo —golpea esta vez más fuerte—, siempre tan tonto.
—No quería... —me interrumpe al darme una bofetada.
Las piezas de la taza rota caen en ese momento al suelo. Llevo mi mano a mi mejilla izquierda, cubriéndola.
— ¡José, déjalo ya! —Pide mi madre acercándosele e intentando tomarlo del brazo—. ¡Fue un accidente!
Ignorando las palabras de mi madre, la empuja, ordenándole no meterse.
— ¡Siéntate! —Su voz potente, me estremece.
Con manos temblorosas, tomo la silla que se encuentra más cerca y me siento rápidamente. Coloco las manos en las esquinas de la silla apretando con fuerza, el dolor punzante de mi mejilla, provoca que mis ojos se cristalicen por las lágrimas y pronto comiencen a derramarse en mis mejillas. Bajo la cabeza, a mi padre no le gusta que llore. Para él, verme llorar, significa que no he madurado.
— ¡José, por favor! —Insiste entre lágrimas—. ¡Estás borracho, podrías...!
— ¡Sé lo que hago! —Grita exasperado—. ¿Siempre será lo mismo, Martha? Sobreproteger a tu maldito hijo, no dejarme educarlo como lo merece. No me quieras ver la cara de idiota, ese niño es así por tu culpa. Cree que disculpándose bastará y no durará en cometer alguna estupidez después. ¡Necesita un correctivo!
No puede culpar a mi madre, ella me ha dado el cariño que él se negó a darme, no tiene por qué culparla. Ella simplemente se ha encargado de conservar la poca humanidad que hay en mí, decirme que mi padre me quiere aunque no lo haga notar y sin darse cuenta, intentó que evitara asesinar a mi hermano; mostrándome que ambos éramos iguales, dándonos un cariño recíproco.
No pretendo ocasionarle problemas, jamás planeé caer y despertarlo.
—José, despertarás al niño. Por favor, déjalo.
— ¡Calla, mujer! —Ordena—. ¡Fuera de aquí!
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Editado: 17.07.2020