El frío sube por sus pies descalzos hasta sus piernas desnudas y sigue avanzando hasta hacer temblar todo su cuerpo. Siente un agudo dolor allí donde deberían estar sus manos, y ni siquiera siente sus pies ya. Así se siente la soledad, piensa: cuando estás tan triste que no puedes ni sentir tu cuerpo; cuando tienes tanto dolor dentro de ti que los cortes no duelen; cuando hay tanta amargura en tu interior que ni las lágrimas derramadas logran limpiarte.
El frío le quema. La tristeza la agobia. La soledad la hace desesperar.
¿Tan difícil es estar bien? piensa abatida, ¿Tanto cuesta olvidar al frío y sentirse querido de vez en cuando? La niña llora sin consuelo hasta que decide que ha sido suficiente y se levanta, enojada. Ha decidido que no volverá a sentir frío, ni dolor ni soledad... nunca más... piensa que para ahuyentar al frío se pondrá más ropa, el dolor puede irse con el tiempo, y la tristeza desaparece si se obliga a hacer tantas cosas que no le quede resto para pensar en nada más.
No todos son capaces de apreciar la valentía de esa niña que combate el frío de su interior, incluso en pleno verano.