Cinco minutos bastan para que el silencio la abrume. Y cuando eso pasa, ella usa auriculares.
Es extraño cómo el ruido la hace sufrir a veces, pero también el silencio puede lastimarla.
Las palabras la dejan dañada cuando se dicen todas de golpe, pero también cuando son omitidas y ella tiene que recordarlas por su cuenta.
No, en verdad no tiene qué, pero su cerebro la atormenta, recordándole las más peculiares de su día. Y no se acaba hasta que las escribe.
La gente la mira, curiosa, ya que se ha puesto a escribir en un pasillo casi sin luz.
Pero debe hacerlo o las palabras no dejarán de rondarla. Es como si al escribirlas las archivara en algún rincón oscuro de su mente donde ya no pueden molestar.
Las palabras se detienen, las ha escrito.
El silencio vuelve a ser seguro.