Se habían juntado a almorzar, y sin embargo habían acabado en una plaza, charlando. Ella había pasado por eso antes: el silencio cómodo, la calidez del sol en su rostro, la compañía que le hacía sentir bien. Charlaron de un montón de cosas y a medida que el tiempo pasaba, fueron acercándose cada vez más.
No fue hasta muchas horas después que ella notó los ojos de él, mirándola como si pudiera atravesarla. Su mirada era hermosa, y cambiante: cada pocos minutos el brillo de sus ojos se veía completamente diferente. A veces parecía mirarla con ternura, a veces con sorpresa, a veces con deseo. En un momento dado, ya casi al final de su tarde, algo en su mirada cambió, y se acercó a ella más que antes.
Cuando sus alientos se mezclaron ella se estremeció, levemente embriagada por las sensaciones que el momento le causaba. Pero aunque quería dejarse llevar, en el último instante corrió la cara.
Él volvió a intentarlo, una vez más, ella tardó más de lo que le hubiese gustado en apartarse. Es que... ¿Quién quiete apartarse de lo que le hace sentir tan bien?
Volvió a reaccionar y esta vez no sólo se apartó, sino que tomó su mochila y huyó de allí. Necesitaba tomar distancia y pensar en qué hacer, aunque algo tenía claro: había deseado mucho poder besarle, pero no estaba segura de poder hacerlo.