Una multitud de cuerpos se amontonan en la sala. Una gran cantidad de pieles y respiraciones que se mueven sin ton ni son, sin orden, pero en conjunto. De improvisto, una voz se alza, rompiendo el precario equilibrio de las respiraciones. La voz murmura una frase, apenas audible: 'Somos la simple identidad buscándose en colores'.
Ese único sonido basta, es como el objeto punzante que se necesitaba para romper una barrera invisible. Las demás voces se suman, suaves al principio, y van cobrabdo intensidad. La frase muta y crece, se descompone y se rearma, escapando del control de quienes la dicen y pasando a ser una creación de la masa.
Somos la simple identidad... somos identidad... somos colores... identidad buscándose... colores buscando identidad... identidad en colores... colores simples...
Las palabras, mezcladas, crecen en volumen, envolviendo al público, inundándolo. Ninguno de los presentes saldrá indemne del espectáculo.
La marea de palabras dura apenas un minuto, tal vez menos, antes de que un tambor comience a sonar. Parece marcar el latido del grupo, aunque es más bien una señal para detener las palabras.
Y sin que nadie lo espere, llega el silencio, que se vuelve tan atronador como lo eran las palabras un minuto antes.
Un toque de tambor, los jóvenes miran hacia el cielo, como si no hubiese techo.
Otro toque de tambor, y respiran todos juntos, como si el aire fuera el único modo de desprenderse de las palabras.
Ahora que están libres, empiezan a cantar.