En niño sentía una extraña emoción que no le dejaba dormir. ¿Por qué se ponía tan contento por empezar las clases si odiaba la escuela? Tal vez no la odiaba tanto como pensaba. De hecho el tener horarios fijos que seguir le ordenaba la vida, y por eso debía estarle agradecido a la escuela por existir.
De hecho, cada verano el niño sentía que le faltaba algo. Si bien tenia doce años, sabía perfectamente que aquella sensación de estar vacío que le agarraba a mediados de enero no era habitual. Él necesitaba tener algo que hacer, y las clases le obligaban a moverse.
Las clases le obligaban a pasar tiempo fuera de su casa, cosa que no hacía en verano. Las clases le obligaban a socializar con otros chicos de su edad, a compartir, cosa que no hacía durante el verano.
Básicamente, el verano se había convertido para él en una época para sumirse en sí mismo, para sentirse miserable y odiarse. El verano no era algo agradable para aquél niño. Pero él no lo sabia, no era consciente de ello; así que no entendía cómo podía alegrarse por algo como el inicio de clases.
El niño suspiró, cerró los ojos en intentó obligarse a dormir. El día siguiente sería largo, e iba a necesitar estar bien descansado para afrontarlo.