Todos lo hemos sentido alguna vez, esa sensación que oprime tu pecho y no te deja continuar. No piensas con claridad cuando sientes cómo tu cuerpo se vuelve en tu contra.
Dejame decirte que te envidio si jamás sentiste tu garganta cerrarse. Si jamás tuviste dolor de cabeza por contener las lágrimas para que no cayeran frente a personas equivocadas. Si jamás tu garganta se desgarró con palabras no dichas, con toda la furia contenida en tu aliento. Si jamás tuviste que controlar tus manos para que no se levanten en el momento equivocado.
Dejame decirte que te envidio.
Hay que tocar fondo para subir, es lo que dicen. Pero hay quienes aprenden a flotar por la desesperación. Y hay quienes se quedan en lo profundo, viendo cómo se les escapa el aire.
Y aquí está, otra maldita vez. Esa sensación en mi pecho, me aplasta, me agobia, me enfurece, me impide cualquier movimiento. Me frustra, me desespera... Me hace sentir vivo.
Me hace sentir, y ya es mucho más de lo que esperaba que sucediera. Porque estoy vacío.
Porque estoy muerto, aunque todavía no me he dado cuenta.