Tengo en la mano a un gatito.
Es tibio, es suave, es peludo y mullido.
Tiene esa panza de bebé que huele como a juegos y leche materna.
Es juguetón y se sienten cosquillas cuando pasa sus bigotes por mi cara.
También es rasposo cuando te lame la nariz con su lengua tan pequeña.
Es pinchudo si se le da por sacar las garras, aunque a mí suele causarme gracia cuando intentan rasguñarme con sus uñas inexistentes.
Se siente bien.
Aunque ahora ya no tengo ningún gato. Huyó de mí hacia un farol.