Estaba hecho un asco. Sentado sobre el pasto y tosiendo frenéticamente, Noah pidió que pararan... pero no lo hicieron.
Nunca lo hacían.
—¿Más ponche para la ramera? —inquirió Paul con mofa, afilando progresivamente su sonrisa al verter un nuevo vaso del líquido rosáceo sobre la cabeza del rubio.
Sven aplaudió la ridícula pero entretenida hazaña de su compañero.
—Tal vez iba a prostituirse antes de que llegaras, Paul. —sonrió en regocijo por la mirada recriminatoria del rubio, quien a duras penas se sujetaba de la mesa como medio de soporte—. Eso explica la poca ropa que lleva. —señaló impasible el atuendo de encaje.
—No es así. —murmuró Noah a la defensiva, tenía la lengua trabada y cada vez le costaba más enfocar cualquier cosa—. Yo no... —hipó, aferrando trozos de césped entre los dedos—. No haría algo así.
—Preguntémosle a uno de los dueños ¡Oye, Nahar!
Nahar se hallaba en otra de las mesas, ajeno a una conversación entre su prima y otro de los invitados. Se giró ante el llamado del ruidoso Paul Hume y entornó los ojos con hastío al vislumbrar a Noah.
Poco a poco se acercó hacia ellos.
—¿Qué haces tú aquí? —farfulló molesto, obligando a sus compañeros a hacerse a un lado para tomar a Noah del cuello del uniforme y levantarlo con suma simpleza en vilo.
—Nahar, ayúdame… —Noah le sostuvo las manos en un intento por zafarse del brutal agarre en que lo tenía. Los bordes de la tela lo estaban asfixiando—. Por favor…
Ante la súplica, Nahar se detuvo, repentinamente lo soltó y miró angustiado a los ahí presentes, esperando alguna reprimenda de sus parientes. Sin embargo, todo mundo estaba ocupado en actividades nimias, relacionadas con la fiesta.
—Vete. —empujó a Noah del pecho, haciéndolo perder el equilibrio y caer nuevamente, esta vez sobre la mesa del ponche.
Noah derribó todo a su paso en su fútil desespero por mantenerse de pie.
Paul aprovechó la situación, poniéndose de cuclillas junto al rubio para estar a la par de él. Sonrió burlón y lo tomó ferozmente del cabello de la nuca, acercando lentamente los labios a su oído para susurrarle cuánta palabra obscena se le vino a la mente.
—¡Idiota, prostituto, pobretón de cuarta, estúpido! —a cada nuevo insulto, Noah se removía, haciendo uso de la escasa fuerza y coordinación física que tenía.
Pronto Sven lo imitó, exhibiendo una amplia sonrisa inexpresiva en tanto se aproximaba al otro oído de Noah.
—¡Débil, inútil, maricón, no tienes aquello que te define como hombre! —finalizó tocándole descaradamente la entrepierna sobre el panty.
Noah había dejado de moverse hacía poco. Las curvaturas de sus labios estaban totalmente alineadas en una mueca de perpetuo dolor, a la vez que resignación.
***
Lo había buscado por el lapso de veinte minutos. Y había estado a nada de rendirse, de ceder al impulso y largarse, cuando lo vio.
De pie entre la multitud, arrastrando los pies y aferrándose de cada columna a su paso para no caer.
—¡Noah! —se abrió paso hasta él, empujando a todo aquel que entorpecía su pronto acercamiento.
Noah estaba empapado de pies a cabeza, andaba cabizbajo y con los labios comprimidos para retener cualquier atisbo de dolor, pero igualmente lloraba.
—Noah. —extendió a tiempo los brazos para atraparlo antes de que cayera.
—Ya no quiero… —sollozó Noah al no reconocer a quien lo tenía en brazos.
Todos lo lastimaban por igual, todos se burlaban, lo señalaban, lo humillaban.
—Ya no… —lloró con renovadas fuerzas, apartándose todo lo que le era posible de su captor, pero todo era inútil, no lo soltaba.
—¿Qué ocurre? —la ira que carcomía internamente a Saul se desvaneció en el acto, sus ojos destellearon en preocupación.
Noah parecía perdido. No, parecía...
—Tengo mucho frío… —pronunció Noah al calmarse.
Ya no lloraba, solo tiritaba. En sus pupilas no había dejo alguno de reconocimiento.
—Estás drogado. —determinó Saul, quitándose la camisa para ponérsela encima.
Tampoco entendía qué hacía Noah vestido de esa manera, pero era imposible tratar de dialogar con él en ese estado.
—¡Saul Clifford!
El interpelado cerró los ojos.
«No de nuevo» pensó, ya harto del asedio femenino.
La misma chica rubia que lo había interceptado a su llegada, fue corriendo hasta él, extrañamente iba sola, pero eso no le impidió mirarla con desdén para repelerla, tenía cosas importantes que hacer para ocuparse de ella.
—Ya veo porque rechazaste a Cora. —dijo Zoe, observando despectivamente al acompañante de Saul.
Su amiga no había querido decirle nada, tan solo llegó llorando cinco minutos después de haberse quedado a solas con el "patán" más grande de todos.
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Editado: 17.01.2024