—¿Hablaste con mami? —preguntó Lilian cuando vio a Elena cruzar por la puerta de la cocina.
Habían pasado un par de minutos en los que la abogada lloró todo lo que pudo en su baño. No deseaba preocupar a la niña, de manera que solo escondió con maquillaje todo rastro de tristeza y esbozó su anímica sonrisa.
Sonrisa que parecía genuina, engañaría a cualquiera menos a Jessid. Él sabía cuándo algo andaba mal, con solo verla. Con pasos lentos se acercó a Elena, tomando una de sus manos la hizo sentar a su lado.
—¿Elena? Lilian te pregunta algo —dijo con un dulce tono de voz mientras sonreía, él, al mismo tiempo, intentaba esconder su gesto de preocupación.
—¿Eh? Sí, sí… me dijo que podríamos hablar mañana. Por hoy, te quedarás conmigo, ¿sí?
Luego de cenar, Elena llevó a la pequeña a su habitación y apagó la luz, Lilian estaba tan agotada por no haber tomado una siesta, cayó en un profundo sueño casi de repente. Eso sin contar que era muy tarde para que estuviera despierta.
—Es hora de que regrese a casa —susurró Jessid llegando a espaldas de Elena.
Ella asintió con un gesto de melancolía. Cuando él se encaminó a la salida, sintió cómo Elena le tomaba por la manga de su chaqueta, eso fue suficiente para que sus pasos se detuvieran y su mirada se cruzara con la de su compañera.
En esta ocasión un brillo en los ojos y mejillas de Elena estaban teniendo el protagonismo en su rostro. Una punzada atravesó el corazón de Jessid al verla de esa manera. No comprendía qué sucedía realmente, pero era seguro que necesitaba un poco de su apoyo.
Ven aquí —dijo en un tono suave de voz mientras secaba las lágrimas de su compañera y la estrechaba en un cálido abrazo.
Los sollozos de Elena eran ahogados en el pecho de Jessid, se aferraba con tanta fuerza al torso del contrario que parecía no quererse soltar nunca. Ella no pensó que se reencontraría con su amiga del colegio, mucho menos que cuando lo hiciera era porque ella estaba a punto de morir y dejaría a una niña a su merced.
—Es injusto todo lo que está pasando —decía en un hilo de voz.
—Lo sé, pero tiene suerte de tenerte ¿No es así? —intentaba animarles mientras acariciaba la espalda de Elena.
Jessid también estaba derramando un par de muchas lágrimas, no soportaba verla de esa manera. Él, de la misma manera que Lilian, perdió a su madre a una edad temprana. Conocía el dolor que esto ocasionaba, a diferencia de ella, sabía cuál era su padre, pero, su relación estaba rota.
Con la muerte de su madre surgió un abismo entre padre e hijo, cada uno iba por su lado y Jessid contaba con la ayuda de sus tutoras, de figuras femeninas que nunca se preocuparon por darle un poco de cariño, al igual que su padre lo veían como un medio para ganar dinero, no como una persona.
—Solo es una niña —mascullaba Elena. —No es justo…
—No lo es, es cruel… hiere, duele, lastima —afirmaba por fin dejando escapar un enorme suspiro.
A pesar de que Jessid no conocía la historia detrás de la relación entre Jimena y Ren, era consciente de que el fruto de ese, ¿amor?, era la pequeña Lilian. Ella no tenía la culpa de lo que pasaría, a pesar de eso, se había convertido en la víctima directa.
—Prométeme algo —dijo con seguridad mientras se separaba un poco de ese abrazo.
Sin dudarlo, Jessid asintió con seguridad.
»Prométeme que no me dejarás sola en esto. Créeme que estoy asustada con todo lo que sucede, no creo que resista a… cuando… ya sabes… cuando Jimena… ella…
La respiración de Elena estaba entrecortada, lo cual le impedía completar de manera adecuada alguna frase.
—Lo prometo, Elena —sonrió mirando directamente a esos ojos oscuros que tanto le gustaban. —No pienso dejarte sola en este Titanic, tendrás que tirarme por la borda para que lo haga —afirmó con seguridad.
Ambos sabían que lo verdaderamente difícil recién comenzaba, desde poder saber con seguridad qué sucedía con Jimena, a dar con el paradero del padre de Lilian.
Sin duda alguna, esa pequeña era la que merecía toda la felicidad y amor del mundo, lo que vendría a su vida sería un golpe demasiado duro, uno que no la dañaría físicamente, pero le arrebataría al ser que más amó y por el cual, conoció el amor más puro de todos.
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Las manos de Elena estaban sudorosas, jugaba con ellas a causa del nerviosismo que sentía en ese momento. Se encontraba a las afueras de la casa de Jimena y Liliana. Por fin vería a esa mujer de ojos grises a la que había llamado amiga, tiempo atrás.
Al parecer, Jessid tenía algo que hacer, por lo que se encontraba sola para enfrentar lo que debía enfrentar. Su corazón estaba latiendo con fuerza, temía que Jimena estuviera en un estado demasiado crítico.
«Elena… Estoy muriendo».
Esas palabras se repetían como un bucle en la cabeza de la joven abogada, la cual no estaba preparada para hacerse cargo de una niña ni de mucho menos volver a unir su existencia con sus antiguos amigos. No se sentía en condiciones de lograr enfrentar todo eso ella sola.