Adele y los niños salieron del aeropuerto bajo la mirada curiosa de varios transeúntes. No era fácil pasar desapercibidos con dos pequeños inquietos a su lado y el evidente agotamiento en su rostro. Viajar en clase turista había sido todo un desafío. Cada minuto del vuelo temió que los niños hicieran alguna travesura que atrajera demasiada atención… o peor aún, que revelaran su secreto.
—Por fin estamos aquí —murmuró, respirando el aire frío de Toronto con una mezcla de alivio y nerviosismo. No solo le había preocupado que los niños se transformaran a mitad del vuelo, si no también que surgiera algún problema con los pasaportes. Pero, por suerte, todo había salido según lo planeado.
—Mami, ¿a dónde vamos ahora? —preguntó Kiyomi, aferrándose a su mano con ojos curiosos.
—¿Podemos comer ya? Tengo hambre —se quejó Warren, con voz somnolienta.
—Cariño, te comiste todo lo que había en el avión. ¿Aún así sigues teniendo hambre?
—Es un tragón —bufó su hermana, dándole un suave pinchazo con el dedo en su pancita inflada, que delataba que tenía unos kilitos demás.
—¡Pero la comida del avión sabía horrible! Yo quiero pizza —protestó Warren, dándole un suave manotazo en la mano a Kiyomi para que lo dejara de molestar.
—Está bien. Está bien —suspiró Adele, con una sonrisa cansada—. Pero primero tenemos que encontrar un hotel para instalarnos. Comeremos, y luego… iremos a buscar a su padre.
Ese gigante de más de dos metros del que apenas recordaba la cara, pero que sabía como se llamaba gracias a ese loco fetiche de pedirle que gritara su nombre aquella noche de pasión. Así fue como pudo encontrarlo en los registros del hotel de las Vegas, en el que se hospedaron un 25 de agosto de 2021.
Le había costado tiempo y dinero que tomó de su cuenta personal para sobornar al gerente y así conseguir que le diera la información de ese hombre. Aunque al final se sintió estafada, pues no obtuvo mucho. Solo el apellido.
Egon Langford. Así se llamaba ese canadiense misterioso.
No lo encontró en ninguna red social, y aunque la busqueda parecía cada vez más difícil, no dejó que eso la desanimara.
Sintió que estaba tan cerca.
Entró a páginas de noticias canadienses. Alguien como él no podía pasar desapercibido. La noche que lo conoció tenía pinta de ser un CEO, un político, alguien importante… a menos que hubiera estado demasiado borracha para imaginarse cosas. ¿Qué más daba? No tenía nada que perder.
Así que siguió buscando y tras un par de semanas, finalmente encontró algo.
Una nota de una revista local de Toronto en la que Egon Langford recibía un reconocimiento por ser el detective con más casos resueltos desde que había asumido el cargo. Su apariencia había cambiado significativamente, pero tenía los mismos ojos azules eléctricos, tan intensos como los de sus gemelos. Finalmente lo había encontrado.
Indagando un poco más, supo exactamente dónde podría encontrarlo. Ahora, ahí estaba... Tan cerca de verlo.
Adele tomó las maletas y guió a sus hijos hasta la fila de taxis. Cuando llegó su turno, abrió la puerta trasera y ayudó a los niños a subir. Luego, con movimientos rápidos pero cuidadosos, colocó el equipaje en el maletero y se acomodó junto a ellos en el asiento trasero.
—Por favor, llévenos a un hotel económico, que esté cerca del centro —le dijo al conductor.
Mientras el coche avanzaba por la ciudad, los gemelos observaban el paisaje con ojos curiosos. Kiyomi ansiaba poder recorrer los bosques, quizás visitar alguna tienda para que su mami le comprara un vestido mientras que Warren solo podía pensar en la deliciosa comida. Adele cerró los ojos por un instante, intentando calmar el torbellino en su interior.
No tenía idea de cómo iba a reaccionar ese hombre al saber que era padre, y mucho menos si sabía algo sobre las transformaciones. Pero rogaba que sí. Era su única esperanza para entender lo que le estaba pasando a sus hijos y saber como ayudarlos porque cada vez que sufrían una transformación eran más difíciles de controlar.
—Mami... ¡Mami! —dijo Kiyomi tirando de la manga de su abrigo—. Warren me está tirando mocos.
—Cariño, por favor, no le hagas eso a tu hermana —reprendió Adele, girándose hacia ellos.
—Ella me molestó primero, dijo que me parezco al gato Garfield porque como mucho y me convertiré en ballena —respondió el pequeño con el ceño fruncido.
—Y él dice que yo...
—Niños, por favor, dejen de pelear. Acabamos de llegar y ya comenzaron a portarse mal. No puede ser...
Los gemelos hicieron pucheros y fruncieron el ceño durante el resto del trayecto, con los brazos cruzados y las miradas fijas en la ventanilla, hasta que el taxi finalmente se detuvo frente a un pequeño hotel de fachada modesta.
Después de pagar el servicio de transporte, entraron al inmueble y Adele habló con el encargado para pedir una habitación.
.
Dejó caer las maletas en el suelo del cuartito de hotel y se quedó en silencio, observando alrededor con una mezcla de resignación y nostalgia. El lugar era ridículamente pequeño, con paredes manchadas por la humedad y un leve olor a encierro. Pero no podía quejarse. Era lo único que podía pagar después de gastar casi todo en los boletos de avión.
Warren y Kiyomi, en cambio, parecían encantados. En cuanto vieron la cama, se subieron a brincar como si fuera un trampolín.
—¡Está cómoda, mami! —gritó la pequeña entre risas, mientras sus rizos rojizos volaban de un lado a otro con cada salto.
—Niños, bájense de ahí, van a romper la...
El crujido fue tan inmediato como inevitable. La cama se partió justo por el medio, con un sonido seco y dramático que dejó a todos congelados.
Adele cerró los ojos un segundo.
—...cama —terminó, suspirando.
Las risas alegres de sus pequeños llenaron la diminuta habitación, desbordando el caos. Bajaron de la cama rota y comenzaron a corretear, dándose suaves empujones, lanzando mordisquitos y cruzándose entre las piernas de su madre como un par de cachorros traviesos.
#4 en Fantasía
#4 en Personajes sobrenaturales
#39 en Novela romántica
cambiaformas lobo, accion humor y misterio, hijos amor y drama
Editado: 20.05.2025