Capítulo I
Bar, Cucao. Archipiélago de Chiloé, Chile
4 de agosto, 10:30 p.m. 2019.
Ya los tragos han hecho suficiente efecto en mí como para darme cuenta de que estoy acercándome al límite de la sobriedad. Pero me resulta difícil detenerme ahora, supongo que esta es la única manera en la que puedo lidiar con todo este asunto de Anastasia que vuelve a emerger. Son raras las ocasiones como esta, cuando no sé qué estoy haciendo ni tengo claro qué voy a hacer.
Nada parece haber cambiado después de casi cuatro años, todo luce idéntico en el pueblo, en su misteriosa gente, en sus solitarias calles y hasta en este cuchitril de bar; al que desearía nunca hubiésemos entrado aquella maldita noche que terminó cambiando nuestras vidas.
Lo más curioso es que pareciese que sin quererlo repito todo, pero en solitario, se me escapa una sonrisa al visualizarlo. Tengo cansancio por el viaje, tomo más de lo debido y seguramente terminaré yendo al mismo lugar. Por el momento estoy sentado en la misma mesa en la que estuvimos todos. Incluso, aún siguen las iniciales de nuestros nombres en la madera, Anastasia talló las suyas y las mías dentro de un corazón. Tenía esa rara costumbre de dejar una pequeña marca en los lugares a los que íbamos. Aunque a veces le decía en tono de broma que era vandalismo y no era digno de la periodista de alto nivel que aspiraba a ser, ella simplemente sonreía y me daba un beso. Siento que la extraño y odio con la misma intensidad.
—Hombre, llevas horas ahí sin decir una palabra. ¿Cuándo nos contarás cuál es tu historia? —me pregunta un hombre barbudo desde la mesa de al lado.
Me saca de las profundidades de mis pensamientos. Tardo unos segundos en procesar la pregunta mientras noto su vestimenta y la de quien le hace compañía, chaquetas de cuero y ropa de vestir elegantes, no parecen unos pueblerinos de la zona.
—Mi amigo y yo te pagaremos los tragos si es una buena historia —insiste el sujeto con una gran sonrisa—. Ya no nos quedan temas de conversación y, estamos aburridos.
Sin que le responda, se levanta de su mesa junto a su compinche y se me quedan mirando, esperando una invitación a tomar asiento en la mía. Sin pensarlo mucho les hago una seña con la mano para que lo hagan. En circunstancias normales y sin efectos de este whisky barato, los habría rechazado inmediatamente, últimamente no socializo mucho porque me aburren los temas triviales. Pero necesito recordar todo lo que pasó con más detalle y conversarlo podría ayudarme; no hay mejores personas para hacerlo que un par de extraños que no son de la zona y a los que no volveré a ver jamás.
Se me presentan como Hugo y Andrés tras sentarse. Lo hacen sonrientes y Hugo, quien me habló en primer lugar, le solicita a la única mesera dos cervezas y un trago de lo que sea que yo esté tomando. Aunque no me parece la mejor, debo admitir que tiene actitud.
—Anthony Smith —me presento dándoles la mano a cada uno.
—¡Se presentó con apellido! ¿¡Ves!? ¡Te dije que era extranjero! —suelta Andrés con una satisfacción que me es difícil de comprender.
—Cualquiera se daría cuenta —se queja Hugo—. Ni siquiera en Santiago hay muchos rubios de ojos claros, menos lo habría en este pueblo.
—¿Y qué trae a un par de hombres elegantes, a este pueblo? —cuestiono al detallarlos mejor, al menos uno se nota que es bien preparado académicamente por los accesorios que lleva—. ¿Un trabajo grande en el pueblo o algo relacionado a las elecciones presidenciales?
—Nada de eso —responde Andrés rápidamente—. Solo vinimos a buscar un paquete para llevarlo a Santiago.
¿Un paquete?, me causa intriga.
—Debe ser muy importante ese paquete para que dos hombres vengan desde tan lejos —comento con notable curiosidad.
Cuando Andrés intenta decir algo más, Hugo se le adelanta y me explica que vinieron por la paga en efectivo de un lote grande de equipos e insumos médicos. Lo hace dándome a entender que es un tema delicado, “mucho dinero”. Comprendo que no quiere conversar más sobre el asunto.
—De acuerdo. ¿Quieren que les cuente una buena historia o no? —pregunto para que no vuelvan a hablar tonterías, detesto perder el tiempo.
Ambos se sorprenden y emocionan al instante por mi tono.
La atenta mesera nos deja las bebidas y me regala la undécima sonrisa pícara de la noche. Hugo me acerca el vaso mientras me observa expectante para que inicie. Asiento y coloco el vaso hacia un lado por el momento porque necesito un poco de claridad en mi mente. Saco la cajetilla de cigarros que tengo en el bolsillo de mi chaqueta y enciendo un cigarrillo con mucha calma, disfrutando la primera y larga calada.
—¡Vamos, Mr. Antohy! Díganos, ¿qué trae a un hombre de mundo y con ese porte, a este pueblo? —cuestiona Hugo casi excitado.
—De acuerdo, lo único que les pediré es que traten de no interrumpirme —digo, tomo un sorbo de whisky e inicio—. Les historia inicia casi cuatro años atrás, un poco más tarde que esta hora y aquí, en este maldito bar.
Casi 4 años atrás
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Editado: 30.04.2023