Capítulo V
Bar, Cucao. Archipiélago de Chiloé, Chile
4 de agosto, 11:40 p.m. 2019.
—No dije que serían dos horas —interrumpe José desde su mesa—. Mis recorridos no pasan de una hora y media, Inglés. Cuenta las cosas como fueron.
Me sorprende que esa tontería sea la que llame su atención.
—De acuerdo, una hora y media —digo.
—Si no hay detalles importantes resume la caminata, Anthony —pide Andrés antes de terminarse su trago. Hugo asiente respaldándolo, también termina el suyo y recostándose en el asiento.
—¡Señorita, otra ronda! —grita Hugo desde la mesa.
—La audiencia decide —digo—. Continuaré casi llegando al Muelle.
El trayecto de una hora y media para llegar al Muelle de las Almas fue bastante sencillo, pocas subidas pronunciadas y muchos tramos en bajada. Ya nos faltaba poco para llegar. La brisa fresca ayudaba mucho a evitar la deshidratación que el vodka no pudo reducir y quizás sí aumentó. El tiempo parecía transcurrir rápido para el grupo mientras conversaban de trivialidades y cosas paranormales. En definitiva, ellos disfrutaban en grande del paseo.
Por más que quería hacer lo mismo no pude. Me sentía vulnerable estando allí, llamando la atención con las conversaciones en voz alta y risas escandalosas. No olvidaba las camionetas negras que significaban la presencia de extraños.
Nos acercábamos a la costa, podía sentir cómo se hacía más fuerte el olor del mar en la brisa.
—¿Anthony? ¡Anthony! —gritó Crista hasta que me hizo salir de mis pensamientos—. ¿Para cuándo es el matrimonio con mi querida Anastasia?
—¡Les pedí que no hicieran escándalos! —exclamó José con clara molestia—. Un poco de respeto por el lugar y por lo que acordamos.
Todos asintieron y le pidieron que se calmase, prometiéndole que serían menos escandalosos.
—Estoy esperando respuesta de mi familia para saber cuándo podrían venir todos y así poder organizar la boda —respondí a Crista mientras notaba algo extraño a los lejos, al borde de una cima distante. La piel se me erizó—. ¿Qué es eso?
Me pareció ver una persona vestida de blanco corriendo, una mujer.
—¿Qué cosa, amor? —preguntó Anastasia tras voltear en la dirección que miraban mis ojos y no ver nada.
Los demás hicieron lo mismo, mas ninguno logró observar algo. Uno tras otro me preguntaron qué fue lo que vi, pero no sabía cómo explicarlo sin alentar más supersticiones.
—Seguro es por el cansancio y la falta de tragos —aseguró Diego—. Hay que solucionar lo último.
Empezó una ronda de tragos que quise iniciar yo por voluntad propia. Luego les aseguré que no fue nada para terminar el asunto. Ni siquiera estoy seguro de qué fue lo que creí ver.
—Pero te pusiste pálido, amor. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, no hay problema. Continuemos —pedí con una sonrisa falsa.
Anastasia me sujetó fuerte de la mano y me prometió que volveríamos pronto.
—Ya falta muy poco para llegar —informó José—. Hacen lo suyo rápidamente y nos marchamos.
No pasaron más de cinco minutos cuando finalmente avistábamos el Muelle de las Almas, una estructura de madera con forma de muelle en el medio de un terreno elevado y a muchos metros de la costa. Me pareció llamativo que estuviera en tierra, tan lejos del mar. Me generó una extraña sensación que no pude explicar.
Vi a José respirar profundo y persignarse.
—Pensé que estaría en el agua, ¿no? —se preguntó María—. Creo que así son todos los muelles, ¿no?
—Es surrealista. Es tan simple y te hace pensar tanto —comentó Anastasia con una sonrisa.
Juan y Diego se encogieron de hombros, parecía que solo podían ver una especie de rampa de madera que no llevaba a ningún lado. A Crista tampoco le impresionó demasiado, mas se mostró curiosa por cómo observaba el muelle.
—Vamos a conocerlo de cerca, por eso vinimos, ¿no? —preguntó Anastasia y me jaló de la mano para emprender la marcha.
Cuando todos comenzábamos a caminar José nos llamó. Nos advirtió que no intentáramos comunicarnos con las almas de nuestros seres queridos, que no hiciéramos bulla por respeto y que nos diéramos prisa. No fue con nosotros.
—¿Por qué te quedas? —cuestionó Crista.
—Los espero aquí. Apresúrense —respondió con seriedad.
—¡Vamos! —soltó María y se lleva a Crista.
Al llegar al Muelle de las Almas, no se sintió nada sorprendente. Pero en el horizonte se revelaba una espectacular vista del mar que nos silenció a todos por un breve instante. Abracé a Anastasia por detrás. La besé por la mejilla. Era uno de esos momentos especiales que al compartirlos con la persona que amas, se hacen inolvidables.
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Editado: 30.04.2023