Buscando en el Pasado

Capítulo IX

Capítulo IX

 

Toda la alegría por la mejor noticia del mundo se desvaneció instantáneamente, fue sustituida por un miedo abrumador y una preocupación sofocante. No podía evitar recordar las camionetas negras y el hecho de que no estábamos solos. Me sentía como un maldito idiota por haberla dejado ir sola.

—¡Anastasia! —grité con todas mis fuerzas, desesperado e intentando encontrarla y le pregunté a lo demás en cuál dirección escucharon el grito.

Sin embargo, también estaban nerviosos, tomados y fumados, carecían de buena coordinación con sus sentidos. Señalaban en distintas direcciones, lo que solo me desesperaba aún más. Salí disparado hacia el Muelle de las Almas para buscarla. Cuando el resto intentó seguirme, los mandé a dispersarse por los alrededores, pero sin perdernos de vista, no quería que nadie más se extraviara.

Corría a toda velocidad dando brincos para elevarme y tener más campo de visión, sin dejar de gritar su nombre. La idea de que algo le hubiera pasado a la mujer de mi vida y a mi hijo, era inconcebible, insoportable, me quemaba por dentro. Trataba de calmarme para pensar con cabeza fría y ser racional, como estaba acostumbrado, pero cada segundo que pasaba aumentaba mi angustia limitando mi capacidad de razonar con claridad. No encontré nada por el Muelle de las Almas y seguí en dirección a la costa. Avancé algunos metros.

Sentí escalofríos al encontrar un objeto rectangular tirado en la grama que resaltaba a simple vista. Desgraciadamente confirmé mis temores al cogerlo, era el teléfono de Anastasia. Ya no tenía dudas, algo le había pasado. El corazón me latía tan fuerte y tan rápido que por momentos sentía que se me iba a salir del pecho. Me jalaba los cabellos mientras desbloqueaba el dispositivo y avisaba a los demás. La galería de imágenes quedó abierta, tenía un video recién grabado. Cuando empecé a reproducirlo ya los demás del grupo estaban a mi lado.

El video iniciaba con la vista del mar y la luna de fondo... Anastasia decía unas palabras por el hermoso paisaje y dedicaba otras para nuestro hijo, prometiéndole que tendría una vida llena de amor y le advertía que tendría un papá cascarrabias…

 

Anthony se detiene cuando se le quiebra la voz y sus ojos empiezan a humedecerse. Lucha internamente por controlarse, pero recordar aquellos detalles, como el amor de su vida le hablaba al hijo que tendrían juntos, fue un golpe emocional extremadamente duro. Sin quererlo se había sumergido demasiado en los recuerdos que bloqueó durante años para poder continuar con su vida. Volvía a sentir la impotencia, el desasosiego, esa inmensa culpa que quiso enterrar. Nunca pudo perdonarse ese descuido, haberla dejado ir sola fue un error que no debió cometer y le costó todo.

Todos lo entienden fácilmente, nadie en el bar se atreve a decir algo o presionarlo para que continúe. Percibían a Anthony como un tipo duro y despreocupado, ahora veían a un hombre quebrarse por el recuerdo de una experiencia inimaginable para ellos.

—Solo necesito un momento, no es nada —asegura Anthony. Al ver que nadie reponde—. En serio, todo está bien.

Algunos asienten, otros beben.

—Continuo.   

 

De repente la cámara se movió bruscamente en el video desenfocando y se escuchaba la voz de Anastasia preguntando si había alguien. Lo hizo dos veces y el video se cortó.

Me quedé inmóvil, completamente bloqueado.

—¡Anthony! —gritó Diego y me sujetó por los hombros—. No ha pasado nada. Debe estar buscando su teléfono. Vamos a encontrarla.

Asentí e intenté pensar con cabeza fría. No podía quebrarme, ella me necesitaba.

—¡Anastasia! —grité tratando de no desesperarme.

—Tiene que estar bien —musitó Crista, también estaba muy nerviosa.

—¿Y si los espíritus le hicieron algo? —preguntó María.

—Por Dios, María. Mejor cállate —la regañó Juan.

No pude evitar mirarla con rabia. Pero la ignoré para enfocarme en lo importante, cómo proseguir. El lugar era muy grande, así que indiqué que debíamos dividirnos en dos grupos para cubrir más áreas sin quedarnos solos. Tomé a María y a Crista conmigo para continuar hacia la playa. Me dirigí a Juan y Diego:

—Ustedes vayan a aquella cima, ahí tendrán mejor visión. A la primera señal de que algo no anda bien, gritan y no dejan de hacerlo hasta que los escuchemos. Nosotros haremos lo mismo.

Entonces salimos disparados. Corrí a toda velocidad. Me acercaba a la playa mientras miraba en todas direcciones sin dejar de gritar su nombre. Todo estaba oscuro, era desconocido y en esa situación, era aterrador, hasta el sonido de las olas del mar me producían ansiedad. A pesar de que la brisa era fuerte y fría, las manos me sudaban, Me costaba respirar y cada segundo que transcurría alimentaba mis más profundos temores.

—¡Anthony, espéranos! —gritaba María.

—¡No puedo! —respondí o creí hacerlo, mientras aumentaba la velocidad y gritaba el nombre de la única persona que quería ver.




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