Evans siempre sueña con la misma chica de pelo castaño y de piel pálida.
Ella siempre estaba de espaldas mirando hacia un castillo en la lejanía dónde ella parecía vivir.
Su delicado cuerpo lo cubría el color rosa crema de su vestido que era casi tan pálido como su propia piel. Era inmenso y constituía grandes capas de tela.
Su pelo,que relucía ante un sol casi de ensueño, recaía suavemente sobre sus hombros y descendía hasta el final de la parte superior del vestido con forma de corsé.
Pero lo que llegó a hipnotizar a Evans fue su sonrisa tímida a pesar de que las pupilas le tiritaban entre los párpados. Su nariz, pequeña y chata, su pecho ascendía y descendía rítmicamente con cada bocanada de aire mientras sus mejillas se llenaban de vida y se convertían en dos bolas ovaladas y sonrosadas adornando unas pecas casi inexistentes.
Solía estar sentada en el extenso campo de rosas blancas donde Evans soñaba con ella. A veces, mientras parecía meditar lágrimas silenciosas se deslizaban valientes por su contorno dejando un rastro transparente y brillante a su paso hasta caer al borde de su barbilla sobre la rosa roja que ella sostenía con amor entre sus manos.
El cielo destacaba por ser un gran manto azulado con nubes agujereadas que dejaban pasar traviesos rayos de luz como si quisieran observarla.
El sol parecía una gran masa chata y desprendía un color rojo como una explosión que se iba aclarando y mezclándose con el azul de fondo.
Algún que otro rayo se acercaba suficiente como para iluminar sus preciosos labios rojos.
Evans siempre hacía lo mismo. Siempre corría en su busca como si necesitase tocarla para sobrevivir. Cada vez más cerca. Sabía que algún sueño llegaría hasta ella para por fin acariciarla.
Pero la noche anterior, cuando ya consiguió tocarla y ella se giró, cuando por fin podría ver sus ojos color chocolate, ella desapareció.
La euforia recorrió la espina dorsal de Evans al despertar.
Sudaba y le costaba respirar.
Ella había desaparecido y temía no verla nunca más.
Así que hoy, después de hacer un día normal de su gran vida normal Evans se acostó temprano con el miedo en la parte trasera de su cerebro, como si fuese una advertencia que él quería guardar en cualquier cajón del fondo.
No le cuesta conciliar el sueño y tras unos segundos aparece en el mismo prado que tan bien conoce. Este sueño es distinto, ella no está sentada ni de espaldas. Lo mira firme, de pie sin rastro de ninguna sonrisa tímida ni lágrimas silenciosas.
Aunque sus ojos son de color intenso no tienen el brillo que él se había imaginado.
De repente, los gruesos labios rojos como la sangre se abren y gesticula algo que Evans consigue entender.
Acto seguido, se gira sobre sus talones y anda con pies descalzos lejos del chico moreno que la observa marchar expectante.
Vacila unos segundos y se lanza sobre Evans para besarle, segundos que él ha creído eternos, pero justo cuándo va a rozarla la misma palabra que antes ha gesticulado emerge junto a otra palabra que alerta a Evans desde sus labios como una dulce voz.
—Ayúdame, Evans.
La voz calmada y caramelosa de la chica es exactamente como Evans la había imaginado.
Como acto reflejo, Evans intenta tocarla pero vuelve a desaparecer.
Se queda ahí unos segundos, recordando su voz como una melodía que se repite una y otra y otra vez.
Se arrodilla en el suelo y evita gritar, está frustrado. No sabe qué hacer y de golpe se despierta con la voz de su sirena resonando en su cabeza como campanas.