Evans se despertó agitado y miró el despertador.
Eran las 5:01 am.
Solía madrugar mucho aunque vivía solo.
Se dedicaba a dar paseos por el hermoso parque Arias Montano situado en la avenida de Andalucía.
Era un amplio jardín con diversas zonas como la parte infantil o la de descanso adornados por una gran variedad de plantas, árboles y fuentes. A lo largo del paseo había bancos para poder descansar dónde Evans solía meditar.
El silencio de la madrugada junto al bonito paisaje antes de amanecer era el sitio perfecto para que Evans diera mil y una vueltas a su cabeza.
Aracena, el pueblo natal de Evans tenía mucho encanto a pesar de ser tan pequeño.
A pesar de que su padre era estadounidense, su madre nació y se crió en el mismo lugar que el chico.
Y, como cada noche, Evans se arrastró hasta su armario para elegir la ropa, caminó hasta el baño y después de una ducha rápida y fría se vistió con una sudadera negra de Asking Alexandria, unos vaqueros y unos botines para encaminarse a su lugar favorito.
Evans anduvo a paso rápido por la misma estampa de todos los días de madrugada, calles desiertas y silenciosas en medio de la poca oscuridad que quedaba.
Llegó al parque y sus pasos se volvieron lentos. Podía respirar un aire más puro que le aclaraba las ideas.
"Ayúdame, Evans" resonó en su cabeza.
¿Ayudarla? ¿Cómo? Si ni siquiera sabía si ella era real.
Cuándo quiso darse cuenta ya estaba sentado en el banco de siempre, con un tic nervioso en la pierna y frustrado.
Las hojas, movidas por el viento, creaban una melodía que hizo que poco a poco Evans cayese de nuevo en el sueño durmiéndose en el banco por primera vez.
Cuando abrió los ojos allí estaba, de nuevo, en el mismo paisaje de todos los sueños sin ella. Esta vez ella no estaba en su lugar, con su rosa roja entre las manos mientras sonreía.
Evans la buscó y buscó sin descanso pero esta vez estaba solo en su propio sueño.
"Despierta" decía una voz.
Evans miraba a todos lados.
"Despierta" volvía a decir haciendo eco, pero no había nadie.
Abrió lo ojos, asustado, y reaccionó ante las manos que habían sobre sus hombros apartándolas con rapidez.
Una chica, precavida, daba un par de pasos hacia atrás y lo miraba con cara de asombro.
En parte por estar dormido en un parque, en parte por su mala reacción.
Evans volvió en sí y miró a aquella chica de ojos verdes y pelo castaño unos instantes.
Era ella.
Era real.
Estaba allí, con él.
Y cayó en la cuenta de que la chica de sus sueños existía.
La observó hasta que ella, incómoda, habló por fin:
—¿Qué haces aquí?
La voz era la misma que en su sueño, todo era igual salvo la ropa.
La chica vestía un top negro que le llegaba hasta el ombligo, unos pitillos grises rasgados y unas convers rojas.
—Lo mismo podría preguntarte yo —Fue lo único que se le ocurrió a Evans y al instante se declaró el mayor antisocial de la historia por contestar tan estúpidamente, las personas no eran lo suyo.
—Yo vengo aquí a mirar las estrellas, es un lugar precioso como pocos. Cuando empieza a amanecer me vuelvo a casa — Contestó la chica con mucha naturalidad.
—Suelo venir a pensar una vez me despierto y ya no puedo volver a dormir —Hizo Una pausa, en tensión y formuló la pregunta que correteaba por su cabeza.— ¿Cómo te llamas?
—Sarah.
El nombre sonó como un canto de ángeles, miles de cosas cursis viajaron por la confundida mente de Evans.
Ella sonreía.
Él seguía asombrado.
Y ella se sentó a su lado.