Evans recorrió el parque en tiempo récord varias veces y su esperanza se rompió en pedazos al darse cuenta de que allí no estaba ella.
Había niños en la zona infantil jugando y riendo, jóvenes en la zona de maquinaria de ejercicios intentando ponerse en forma, ancianos en la zona de bancos echando de comer a las palomas migas de pan.
Pero ella no estaba.
Miles de preguntas cruzaron fugaces la mente de Evans: ¿Y si era una turista?¿Y si no vivía en ese pueblo? Él nunca la había visto, y el pueblo era pequeño ¿Y si ya se había ido?
Pero entonces se dio cuenta de un detalle, ella le dijo que cuando era totalmente de noche iba al parque a ver las estrellas ¡Así se conocieron!
Evans soltó el aire que retenía involuntariamente por los nervios y sonrió.
Tenía una idea.
Así pudo relajarse y echar varias fotos en las partes donde había menos gente para poder concentrarse. Se arrodilló en las esquinas más bonitas y fotografió y fotografió hasta que una mano se posó en su hombro.
Un atisbo de esperanza iluminó, por completo, a Evans y sin poder evitarlo comenzó a sonreír como un tonto.
Se giró y allí estaba.
Una chica alta y rubia de ojos azules cristalinos.
Una chica que no era Sarah.
La desilusión se reflejó en el rostro del chico y como era evidente ella lo notó. Le ofreció una sonrisa amable y lo ayudó a levantarse.
Le echó una mirada rápida a la chica y pronto detectó que la chica compartía aficiones con él, solo que de distinta manera.
—Me llamo María, aunque me gusta que me llamen Mar.
La chica era directa y sociable, todo lo contrario a él. Captó toda la atención de Evans de inmediato.
Era guapa, y pese a que tenía un acento andaluz pronunciaba todas las letras.
Llevaba un cuaderno en una mano junto a un lápiz.
Dibujaba. Y por lo poco que pudo ver él, dibujaba muy bien.
—Estaba dibujando justo esta zona, —Prosiguió y levantó el blog de dibujo— y apareciste tú en tu mundo y te pusiste delante — Volvió a sonreír— Te veía tan concentrado que me daba pena decirte nada... así que al final acabé dibujándote a ti —Movió el cuaderno restándole importancia.
Había estado tan absorto en su idea que no se había percatado de la presencia de la chica en el banco que había a pocos centímetros. Se sintió avergonzado, si él hubiese estado en su lugar no habría tardado en decirle que se apartase.
Esta chica, sin embargo, irradiaba positividad por todos los poros de su piel y sonreía como si estuviera entrenada para ello.
Ella vio una nueva opción en un obstáculo y eso hizo que Evans quisiera saber que la hacía ser así. El mundo era una mierda, o por lo menos la vida de Evans lo era. No conseguía ver ese lado bueno a las cosas malas. Solo había visto a un tonto poniéndose entre su arte y él.
—Yo soy Evans —Sentenció, secamente tras un largo silencio e intentó sonreír al darle la mano como saludo.— Eres una buena artista por lo poco que he visto.
Ella volvió a curvar sus labios con dos hoyuelos casi invisibles a sus lados, se le achinaban los ojos y se le hinchaban las mejillas ligeramente marcando sus pecas alrededor de su nariz.
Tenía unos labios gruesos que al sonreír adoptaban una bonita forma que le daba más simpatía a su rostro.
Definitivamente todo en ella era luz.
Al rato estaban sentados en el banco mientras él veía sus dibujos y ella sus fotos y hablaban sobre perspectivas y colores.
—Dibujas genial, Mar —Estaba asombrado por como la chica conseguía imitar el bonito parque.— Creo que me has hecho una espalda más bonita de la que tengo —Comentó Evans de forma afable al llegar al último dibujo.
Ella se encogió de hombros como si no fuese la gran cosa.
—Toda mi familia es artista, unos en la música; Otros en la escritura; Otros en la fotografía... Yo soy dibujante. No hago esos raros cuadros abstractos con un punto rojo en medio pero retrato otras cosas que merecen ser dibujadas.
Los dos rieron con su comentario. Por esos cuadros con "un punto rojo en medio" pagaban una fortuna.
—¿Y mi espalda si merece ser dibujada? —Bromeó Evans.
—Digamos que las flores que había en el lugar de tu espalda sí, pero la dibujé más bonita de lo que es —Ella sonrió y le guiñó un ojo.
Parecía como si se conociesen de toda la vida.
Se reían, hablaban de cualquier tema y el buen rollo podía hasta tocarse.
Hacía tiempo que Evans pasaba tanto con alguien sin sentirse incómodo.
Desde lo de sus padres, se fue aislando poco a poco.
—¿Siempre estás así de alegre o es que eres una versión más mayor de Heidi con algún caramelito de la felicidad? —La curiosidad invadió a Evans.
—No descartes ninguna posibilidad.
Ella le dio un pequeño codazo y los dos rieron de nuevo.
Así Evans pasó toda la tarde, sin acordarse de ninguno de sus problemas.
Las sonrisas de Mar eran mágicas, sonreía sin motivo pero era imposible no devolverle la sonrisa.
Y tenía un encanto.... Especial.
Quizá no era la chica más guapa del mundo, pero brillaba con luz propia.
Al caer la tímida noche Evans le rogó que le regalase el dibujo. Ella se negaba con la cabeza, aunque parecía que lo hiciese por hacerle suplicar. Al final se despidieron y él consiguió quedarse el dibujo.
Caminó hacia su casa sonriente, como si Mar le hubiese dado una de sus sonrisas para el camino.
Era otoño y oscurecía temprano, así que Evans andó lentamente mirando las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo marino.
Cuando llegó a casa entró por el pequeño pasillo y torció a la derecha para ir al baño y ponerse el pijama. Se preparó la cena con la compra del día y se acomodó en el sofá.
Miró fijamente el boceto que estaba sobre la mesita de té frente a él. Algo parecía resaltar por la parte trasera. Evans lo cogió y le dio la vuelta. No se había dado cuenta, pero en una esquina inferior había un número de teléfono junto a dos palabras: