Evans miró con amor a Sarah, mientras esta seguía teniendo resquicios de su carcajada en los labios.
Él sonreía de lado.
—¡Deja de mirarme! ¿Acaso tengo algún grano?
Sarah comenzó a toquetearse la cara fingiendo que se preocupaba.
Evans negó con la cabeza.
—¿Entonces? —Preguntó con picardía.
Le miró a los ojos y se quedó callada.
Evans sintió que se congelaba, que lo mirara tan fijamente lo estaba matando.
Era perfecta.
Y sintió como un impulso eléctrico recorría su mano, como su su mente quisiese comprobar si era real, si no era una alucinación surgida de su cansada cabeza.
Pero se detuvo.
—Me gusta cuando sonríes —Soltó deprisa.— Querría saber más de ti.
—No puedes —La respuesta fue seca y directa.
Pasaron unos segundos porque Evans no se atrevía a hablar.Pero estaba allí para eso ¿no?, así que cogió fuerzas dispuesto a comenzar una conversación.
—¿Por qué no? —Su voz sonaba más a ruego que a curiosidad.
La chica se lo pensó unos instantes mientras se llevaba las manos a la cabeza para soltarse el pelo y acomodarlo en una coleta baja. La observó mientras ella con calma se peinaba con los dedos para que quedase liso y como le daba varias vueltas a la goma para finalmente estirar de dos mechones de pelo.
—Porque si nos conocemos demasiado podríamos enamorarnos el uno del otro — Aclaró.
Con su cara al frente, sus ojos se movieron hacia Evans, en una mirada intensa.
Lo que ella no sabía es que Evans ya estaba totalmente enamorado sin saber nada de ella.
Aunque eso nunca lo diría en voz alta, ni siquiera a su prima de Estados Unidos con formación en psicología.
—¿Y por qué crees que pasaría eso? —La curiosidad de Evans era tan grande que hasta podía condensarse en el aire.
—Porque podríamos amarnos con locura o podríamos odiarnos profundamente el uno al otro. No hay más opciones.
Evans meditó un segundo sin verle mucha lógica. Él sabía que habían muchas facetas de él que harían que ella pudiese odiarlo. Pero él ya estaba enamorado sin conocerla, podía arriesgarse a conocerlo todo de ella. Así podría demostrarse a sí mismo que era una chica real, y que sus sueños eran mera coincidencia.
Salía ganando, o eso creía él.
—¿Sigues queriendo conocerme?— Su voz tenía un tono pícaro.
Él asintió convencido y cuando se disponía a hacer millones de preguntas ella le hizo un gesto para que se callase.
—Poco a poco, no confío en cualquiera —Y aunque le guiñó un ojo su tono era muy serio.
Se levantó dispuesta a irse mientras recogía su móvil y sus llaves sobre el banco. Le lanzó una sonrisa a Evans y comenzó a andar. Él no entendía lo que acaba de pasar, llegó a pellizcarse el brazo para comprobar que no estaba en un sueño.
—¡Sarah! —Decir su nombre en alto resultaba más raro de lo que él imaginaba y unas mariposas rebeldes revolotearon dentro de él.
Ella se giró suavemente y sonrió.
—Dime.
—Donde vives, donde volveremos a vernos, alguna hora o lugar....
—Tú ya sabes donde encontrarme —Cortó a Evans y volvió a girarse, y esta vez se alejó hasta desaparecer.
Evans se quedó un rato en el banco sin entender porque no le había dado un número, un lugar o una hora. Aunque sin que él se diese cuenta ella se lo había dado todo pero Evans, frustrado, se levantó bruscamente y caminó hasta salir del parque.
Un semáforo estaba en rojo, era muy tarde y decidió cruzar sin mirar.
El atronador sonido de una bocina ensordeció a Evans y cuando él miró vio unas luces que le cegaron.
Su cuerpo quedó paralizado.
Era un coche directo hacia él.