Nos habían citado en el Keikojo aquella mañana de otoño torrencial.
Nos pusimos nuestros kimonos de ceremonia, porque así lo habían dispuesto y fuimos lo más pronto que pudimos.
Formamos hileras como si estuviéramos dentro del Dojo. Del lado Shimoseki, los de menor rango y del lado Joseki los de mayor rango.
El viento era brutal y la lluvia, era de esas que pican en la piel de uno.
Nadie hablaba, todos estaban sentados en posición de clase. Las respiraciones iban bajando a medida que el cuerpo se acostumbraba al frio choque rasposo de la lluvia otoñal.
Miraba el suelo, sentía el olor fusionado del barro mojado con el agua de lluvia. Una gota recorrió el puente de mi nariz y bajó rápida hasta mi mentón.
De repente la voz del comandante Yoshio.
-Trajimos a La muerte Blanca, nos ayudará en esta guerra.-
Todos hicimos una reverencia inicial y cuando terminó de decir aquello nos levantamos de un salto, al unísono, hasta quedarnos en cuclillas con una mano sosteniendo nuestra katana.
-Hikaru, de un paso al frente.- dijo, con aquella voz ronca y firme.
Di el paso al frente.
-Serás el encargado de Muerte Blanca. Tú y él serán nuestro mejor par de samuráis.-
Mi nombre es Akiro Hikaru, que quiere decir chico brillante y resplandor. Mi familia siempre fue de nobles emisarios del shogunato. ¿Por qué mi destino iba a ser distinto?
Mis padres murieron en combate. Mi madre defendiendo mi hogar y mi padre, defendiendo a la nación de los barbaros. Son pocas las veces que alguien tiene el honor de tener a estos padres tan puros de alma.
Entré en el Dojo del clan Matsumae, cuando cumplí diez años, cuando los perdí.
Para ese entonces éramos diez samuráis de diferentes edades. Claramente, todos de linaje samurái. Nadie nunca podría estar en el recinto del Dojo si no lo fuera.
Vimos muchas guerras pasar ante nuestros ojos, así que se nos especializó en algún tema particular, en mi caso, se me formó en el combate cuerpo a cuerpo, me llaman el guerrero de las sombras. Soy enviado a misiones secretas por mi sigilo y por mi conocimiento amplio.
Recolecto información para detener a los barbaros que intentan hacer caer al shogunato.
Me cuestiono si lo son, no distan mucho de mí, pero aun y así, me gusta estar de mi lado, por lo menos no escasea la comida.
Hay una sola forma de vivir en un shogunato y es acatando, los que no lo hacen, mueren a manos de hombres como yo o como los que se crean en el Dojo.
Aquel día de lluvia, conocí al hombre del momento, el tan renombrado Muerte Blanca. Noté, cuando levanté la vista en la lluvia, que su apodo se debía a lo pálida de su cara.
Descubrí que su nombre era Kenji Keitaro y que, tal como indicaba su nombre, era un segundo hijo de una familia que se había hecho ronin. Muerte Blanca no hablaba mucho, por lo menos los primeros meses, no decía nada, solo se quedaba allí, durmiendo en una esquina abrazando su katana.
Fue en una misión a Kioto, cuando Muerte Blanca pasó a ser solo Kenji Keitaro.
Teníamos que vigilar en las sombras, a un grupo sospechoso que hacia campañas a favor a Meiji. Los habíamos seguido por horas, pero nos dimos cuenta de que siempre hacían el mismo patrón.
Pronto, mi intuición me advirtió de que algo no andaba bien.
Le dije a Kenji que esperáramos en lados opuestos, él al sur de la cuadra principal y yo al norte.
Nos trepamos en unos árboles inmensos y nos quedamos allí por 42 horas, esperando a si seguían el patrón. A las 9 horas, el patrón se había desdibujado, confirmando que era una distracción.
A las 18 horas, se notaban más dispersos, comenzaban a verse más sujetos con el mismo distintivo kimono celeste azulado.
Ya para las 36 horas los vimos repartiendo pergaminos a mujeres y niños, algunos se resistían, otros los tomaban rápido y los escondían en sus ropas. Algunos gritaban para que la policía los encontrase pero estos huían tan rápidos como las ratas.
Todo el momento en que estuve en aquella rama, no pegué un ojo, no comí ni bebí. Todo era por mantener la paz y el orden. Repetía esto constantemente en mi cabeza, pero sin embargo, por momentos miraba a los niños correr y reírse, a las mujeres charlar con otras y a los hombres bebiendo precavidamente y riendo, y sentía que mi realidad era tan distinta. Por un momento desearía estar yo abajo del árbol.
Comencé a sentir que el suelo clamaba mi nombre, lo decía alto y claro Ven, Akiro. Ven a jugar, Akiro. Ven a la vida, Akiro. Sentía mi peso aun más pesado, mirando el suelo, mirando las caras, mirando la vida desde las sombras.
Extendí una mano a las 41 horas, 59 segundos y uno de ellos la vio.
Rápidamente intenté subirla, pero fue inútil, ya me habían visto.
-ES SAMURÁI, ES SAMURÁI.-
Las caras alegres entraron en pánico, los niños gritaron
-ES EL GUERRERO DE LAS SOMBRAS-
Huían de mi como si hubieran visto al mal personificado, no pude discernir el pensamiento de la reacción física. Desenfunde mi katana y al primer opositor di muerte de una sola cortada. Lo había traspasado de cabo a rabo.
Cuando otro me tomó por detrás, por estar yo en mis pensamientos, La muerte Blanca corrió y en un abrir y cerrar de ojos, tiñó el suelo de carmesí.
Fue un instante que pudo acabar con mi vida.
Corrí detrás de él luego de dejar la declaración de asesinato.
Pero La muerte blanca se detuvo en seco, ¿iría a amenazarme con delatar mi flaqueza en nuestra primera misión? Cuando habló me sorprendí por lo que dijo.
-No voy a delatarte. Estoy sintiendo tu energía preocupada desde que matamos a los bárbaros en Kioto. Puedo entender que ese gesto que tuviste allá, fue por el cansancio. No me explico por qué un samurái de tu estilo ha de sufrir cansancio, pero sin embargo me urgen las mismas ganas de escapar del Dojo que tú. Yo no quise ser La muerte blanca, tuve que. Y algo me dice que tú tuviste que ser el guerrero de las sombras. Sé que si no nos vamos es porque entendemos que a donde fuéramos seriamos, para siempre, esto que somos. Jamás podríamos ser como los jóvenes de la ciudad aquella o como los adultos de nuestra ciudad. No se puede huir del pasado, incluso en el futuro, pero puedes elegir como transitarlo.-