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Cabita avanzaba a toda prisa por uno de los pasillos del palacio hacia su habitación. Se le había hecho tarde y debía prepararse para una cena de gala que ofrecían sus majestades en el palacio.
Al girar en una esquina, casi se da de bruces contra su hermano Raoul.
— ¿Tarde Cabita? — Le preguntó él levantando una ceja en forma inquisitiva.
— Si, lo siento. — La joven se acercó a él y lo besó en la mejilla, para luego intentar alejarse. — Estaré lista en 10 minutos.
— Esa horrible costumbre tuya de andar vagando por las calles no es propio de una princesa. — Le dijo él reprendiéndola.
Cabita se detuvo al instante y giró a mirarlo.
— Eso de “vagar” como lo llamas, yo lo veo como la mejor manera de estar en contacto con la gente que nos mantiene, no lo olvides querido Raoul. — Dijo regresando unos pasos hacia él. — ¿Por qué no me acompañas a hacerlo? Estoy segura que los Lunuavienenses te lo apreciarían mucho.
— Querida hermana. — Respondió él con una sonrisa irónica. — Yo seré el rey ¡Por supuesto que no puedo rebajarme a caminar por las calles como cualquier hijo de vecino! ¿Te imaginas lo que diría la prensa de mí?
— ¿Acaso te importa más la prensa que la gente que debes no solo gobernar, sino proteger y servir?
— Tenemos una imagen qué cuidar. — Respondió Raoul mirándola con seriedad. — Nuestro país es uno de los más pequeños del mundo. La imagen que demos ante los demás es determinante para atraer inversión extranjera, divisas y turismo.
— Habitantes felices reciben visitantes felices. — Cabita se encogió de hombros. — Si el pueblo está descontento, si pasan hambres o pobreza, no serán amables con la gente que nos visita.
— No podemos resolver los problemas de todos.
— Hasta el día de hoy, yo sí he podido, querido hermano. — Cabita sonrió. — Deberías acompañarme un par de días a la semana. Estoy segura que tu imagen pública mejoraría muchísimo si te codeas con los ciudadanos.
— ¿Intentas decirme cómo gobernar, hermanita?
Cabita se sorprendió mucho con esa pregunta. Inconscientemente dio un paso hacia atrás.
— Por favor acepta mis disculpas, Raoul. — Dijo humildemente. — Jamás te faltaría al respeto de esta manera ni me tomaría atribuciones que no me corresponden.
Hizo una breve inclinación con la cabeza y se alejó a toda prisa de ahí.
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Media hora después, Cabita, vestida con un elegante y discreto vestido de gala y una sencilla tiara de brillantes, entraba al salón donde se realizaba la recepción. Caminó hacia donde se encontraban sus padres y su hermano y, discretamente, se puso de pie al lado de ellos.
— Querida Romina. — Dijo su padre al notar su presencia, tomando la mano de la joven y depositando y beso en sus dedos. — Te ves encantadora.
— Gracias padre. — Respondió ella con una muy discreta sonrisa.
— Hija. — Sonrió su madre. — Luces hermosa.
— No más que tú, mamá. — Cabita le devolvió la sonrisa.
— Hermana. — Dijo Raoul escuetamente ofreciéndole su brazo.
— Raoul. — Respondió ella un tanto preocupada al ver que seguía molesto, pero lo disimuló con una sonrisa. Tomó el brazo del príncipe y caminaron detrás de sus padres hacia el invitado de honor.
— Altezas. — Dijo este haciendo una reverencia ante la familia. — Agradezco enormemente la invitación que me hicieron para visitar su maravilloso país. Reciban un afectuoso saludo de mis padres, desde Kukurvo, mi pequeña nación.
— Príncipe Hugo, sea bienvenido a Lunuavia. — Dijo el rey Armand con una sonrisa. — Permítame presentarle a mi familia: Mi amada esposa Felicia.
— Majestad, un verdadero placer. — Contestó el aludido besando la mano de la reina.
— Mi hijo Raoul.
Ambos se dedicaron discretas reverencias y se miraron con seriedad.
— Bienvenido a Lunuavia, príncipe Hugo.
— Muchas gracias, príncipe Raoul.
— Y — Continuó el rey. — Mi amada hija Romina.
— Alteza. — Dijo el príncipe besando la mano de la joven. — Un verdadero honor estar aquí.
— Bienvenido. — Dijo Romina con una leve sonrisa.
Una vez hechas las presentaciones, se dirigieron hacia donde los demás invitados esperaban, todos de la nobleza Lunuavienense.
Sus majestades presentaron al invitado de honor a los duques, condes, ministros y demás personajes.
Romina permanecía de pie discretamente detrás de ellos, junto a su hermano.
— Príncipe Hugo. — Escuchó decir a su padre — Permítame presentarle a nuestro primer ministro, el conde Karl Liszt, un gran servidor de la corona.
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Editado: 28.03.2020