Cada Latido De Mi Corazón.

Capítulo 3: Merezco Algo Mejor, y Él También

Coloco la llave en la cerradura de la puerta de mi departamento y escucho el doloroso click  avisándome que se ha abierto.

Obligo a mi cuerpo a entrar, saco la llave de la cerradura, y la empujo con demasiada fuerza, lo que hace que se cierre de golpe.


Volteo mi cabeza hacia ella de nuevo, revisando que este bien asegurada, como si temiera que la abrieran. Entonces, me doy la vuelta dirigiéndome a la sala, y tiro mis cosas.

Mi abrigo mojado cae no sé dónde, poco me importa en este momento, me acerco todavía arrastrando mis pies hasta el sofá azul, me siento en el; en el maldito sofá azul donde otras veces lloré por sus mentiras, donde tantas veces me creí mis propias mentiras, donde tantas veces pedí que viniera y nos reconciliáramos, ¡maldito sofá azul traicionero, que me hiciste creerle cada mentira!

La lluvia se escucha con fuerza en el exterior, me siento sola y fría. Mis lágrimas vuelven a caer, un nudo en mi garganta no me deja respirar y entonces lo escuchó.

 

— Amor, abre la puerta, hablemos... sabes que te amo solo a ti, lo sabes. –dice esa voz que tanto daño me ha hecho con su engaño, y que a la vez me ha abierto los ojos. Vuelve a tocar la puerta, ya que le quite las llaves de ésta cuando lo pillé infraganti, menos mal que lo hice o si no, ¿qué locura estaría haciendo ahora gracias a la maldita costumbre si él hubiera tenido las llaves?

 

Sí, ¡lo sé, lo sé!


El cuerpo puede ser un maldito traicionero a veces, aunque ahora sienta frío y mi cuerpo necesite del suyo, sé muy bien que es solo costumbre, necesidad. Porque el amor no daña ni traiciona, y yo lo que temo es quedar sola, aunque ahora ese temor lo encierro con siete mil llaves muy adentro en mi mente, porque debo ser fuerte.

 

— ¡Vete! ¡No quiero saber más de ti! —mi voz sale ronca por haber llorado tanto. Me sueno la nariz que la tengo peor que rodolfo el reno.

— Amor, ¡¿hablemos?! –dice de nuevo desesperándose, oh sí, debe estar desesperado. Es que él está acostumbrado a que todo sea como dice, es como un maldito capitán de un barco. Lástima por él, porque este barco quiere navegar ya sin él.

— Nooo...

— Amor, te amo... abre la puerta y veras que todo se soluciona, ¡no puedo vivir sin ti! –grita y me hierve la sangre de rabia, pego un brinco y me levanto como resorte del sofá, pero antes de dejar que esta debilidad me haga abrir la puerta, cierro los ojos y pongo la imagen de él en su oficina con aquella mujer. Yo merezco algo mejor que esto, y tal vez él también.

— ¡Vete! ¡O llamo a la policía!

— No lo harías, me amas...

— Bien, si quieres seguir mintiéndote, si quieres seguir actuando, ¡entonces quédate y verás! –lo escucho maldecir.

— Volveré...–entonces me acerco a la puerta pegando mi oído a ella, y siento como sus pasos se alejan.

 

 


 




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