Cada Segundo Cuenta

CAPÍTULO UNO

Capitulo uno.

— ¡Alicia!

Abro mis ojos de golpe, encontrándome con la vista blanca del techo de mi habitación. El ruidoso golpeteo en la puerta vuelve a sonar y me hacen reaccionar de inmediato, por inercia, me levanto rápido de la cama sin darme cuenta de las consecuencias.

Las sábanas enredadas en mis piernas me sujetan y sin previo aviso mi cuerpo cae contra el piso.

¡Auch!

— ¡Te quedan menos de una hora para que llegues a la escuela, Alicia, despierta!

El primer día de escuela, lo olvidé.

Me levanto y recojo mi teléfono de mi mesita de noche y confirmo que no me queda mucho tiempo para llegar a clases. Mi madre vuelve a golpear la puerta pero está vez más fuerte que antes y temo que la destroce.

— ¡Alicia! -grita.

— ¡Ya voy, mamá!

—Te dije que no duermas tarde. Tú hermano te espera afuera. ¡No te demores!

La escucho alejarse mientras yo corro hacia el baño. Me quito la ropa calculando cuanto tiempo me queda y al parecer no mucho, así que tomo una ducha rápida de siete minutos lo más rápido posible.

Hoy inicia el nuevo año escolar y como es tradicional en mí, siempre llego temprano a clase por lo que no quiero arruinar mi récord justamente hoy. El motivo por el cual me desvelé anoche, fue porque estaba pintando.

Desde muy pequeña me gustó pintar, jugar con los colores, trazar líneas con el pincel, darle forma y vida al lienzo. Dibujar, plasmar mi creatividad, ensuciar lo blanco pero sobre todo, dejar mi estilo y pasión en ellas.

Pintar es mi pasión, es mi vida.

Al salir del baño, empiezo a vestirme rápidamente el uniforme escolar, me cepillo el cabello liso dejándolo suelto para que se seque en el camino, a lo natural.

Estoy muy nerviosa y a la vez ansiosa, siempre pasa cada año, es la misma sensación que tuve desde la primera vez que llegué a la preparatoria.

Tomo mis cosas antes de bajar. Apresurada entro a la cocina por algo para comer en el camino y al meterlo en mi mochila, escucho:

— ¡Apúrate, hermanita, que vas tarde!

Salgo de la cocina y me despido con un beso a mamá que me espera en la puerta. Me subo al auto que ya está encendido y mi hermano espera a que me ponga el cinturón de seguridad antes de pisar el acelerador.

—Buen comienzo de año escolar -dice sin quitar la mirada del camino—. Llegarás tarde a tu primer día.

—Ni que lo digas — mi voz suena algo agitada, pero entre que se me pase busco una manzana en mi mochila para comérmelo en el camino—, mamá por poco destrozaba mi puerta si no me despertaba y claro que no llegaré tarde.

Suelta una pequeña carcajada antes de mirarme y negar con la cabeza. Él es Gerald, mi hermano mayor, tiene veintitrés años y a pesar de no estar mucho tiempo con la familia por su trabajo, —es diseñador de interiores— cuando está en casa es muy reconfortante para todos nosotros.

—En verdad me sorprende eso, tú sueles estar despierta desde temprano ordenando tus pinceles y pinturas de óleo — todo lo que dice es cierto. Aprovecha un semáforo rojo para mirarme, — ¿Sigues pintando, verdad?

—Nunca dejaré de hacerlo.

Asiente, —Y me imagino que no dormiste mucho por eso, ¿me equivoco?

Siento a mis mejillas calentarse, sonrío levemente mientras volteo la mirada avergonzada y esa es la respuesta a su pregunta.

Retoma el camino y yo me enfoco en las casas que pasan rápidamente a través de la ventana terminando de comer la manzana y doy por finalizado el tema.

Él fue quién me ayudó a descubrir mi talento cuando era pequeña, al ver lo que hacía en un papel blanco lleno de pintura que él utilizaba para la escuela. Cada vez que tenía que hacer algún proyecto en el que usaba pinceles, estaba yo a su lado, viéndolo usar acuarelas, pinceles, temperas y crear un paisaje bonito. Con tan solo cinco años el arte me enamoró y fue mi hermano quién vio que tenía potencial para aquello desde el primer momento que me prestó sus materiales y me dejó pintar en una hoja blanco.

Detiene el auto frente a la escuela donde algunos adolescentes entran para el primer día de clases. Sin soltar el volante, mi hermano se voltea y me da una cálida sonrisa la cual siempre me transmite paz.

—Que tengas un buen día, hermanita.

Sonrío antes de quitarme el cinturón de seguridad para lanzarme a él y abrazarlo. Hoy viaja de nuevo, tiene un pedido en Inglaterra por lo que al llegar a casa él ya se habrá ido.

Nos separamos un poco y mientras él libera el seguro de la puerta yo busco mis cosas en el asiento de atrás, cuando lo vuelvo a ver, hablo.

—Te quiero mucho.

—Yo mucho más — me responde y sonríe.

Abro la puerta y me encamino hacia la entrada. Despido a mi hermano con la mano y entro a la preparatoria un tanto apurada.

Por pasillos no hay muchos alumnos ya que dentro de diez minutos empezarán las clases. Me detengo rápido cuando llego a mi casillero, la abro para sacar algunos libros y meterlos en mi mochila.




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