- Antes de irnos, te voy a enseñar unas cosas.
Me dirigió de la mano hacia una habitación llena de armarios. Allí empezó a sacar ropa.
- Sabes, Diego tiene razón. Muchas chicas que han venido aquí no sabían ponerse esta ropa o se la pusieron mal. Tú has sabido hacerlo pero vamos a hacer una explicación rápida.
Llevaba en la mano un corset y una especie de calzoncillos que dejó sobre una silla. Se dirigió a otro armario para sacar diferentes faldas y camisas. Por último decidió sacar chaquetas.
- Esto es el corset- dijo cogiéndolo y enseñándolo. Era parecido al que me había dado a mí antes - se pone por aquí y esta parte de los enganches va detrás.
Ups, la había liado un poco. Me lo había puesto al revés. En mi defensa, era igualita a uno que había usado para un disfraz, y ese se ponía por delante.
Noté como me ponía roja, mi cara debía hacer juego con mi pelo porque cuando Alice me miró no pudo evitar reírse.
- ¿Me lo vas a contar? - dijo con una sonrisilla.
- Puede que, sin saberlo, me lo haya puesto del revés.
En ese momento me recordó a mi madre, llevaba la misma sonrisa que ponía ella cuando hacía una tontería y tenía que ayudarme a recoger.
- Vamos, déjame ayudarte.
Mientras me quitaba la camisa me quedé mirándola, pensando.
- ¿Sabes? Podríamos evitar comentarle esto a nadie más. Se puede quedar entre nosotras.
- Tranquila, Diego no se enterará de esto.
Últimamente estaba sintiéndome demasiado como una estufa. Si me ponía más roja iba a echar humo por las orejas.
Me ayudó a ponérmelo antes de seguir con la explicación mientras acababa de vestirme.
- Ese corset es uno interior pero también hay algunos como este que se ponen por fuera - Señaló el segundo corset que había sacado.
Estaba hecho de un material que parecía cuero, con unos tirantes. Era más corto que el que llevaba, mientras que el mío se extendía más allá de la cadera, este llegaba hasta la cintura. Además, en la parte de arriba se podía ver un poco de encaje en los tirantes.
- No te preocupes por elegirlos, me tienes para lo que haga falta. Puedes preguntarme y te ayudo.
Dicho esto pasó a los calzoncillos. Eran como unos pantalones cortos anchos de hacer deporte pero atados a la pierna por encima de la rodilla.
Fruncí el ceño. No era lo más cómodo del mundo. Prefería mi ropa interior.
- Sí, lo sé. Pero no tenemos otra cosa en este sitio. Si quieres puedes usar tu ropa interior pero te recomiendo que intentes acostumbrarte. No sabes cuanto tiempo te va a durar lo que has traído.
Suspiré. Tenía que tener razón.
- Lo que queda es más normal para vosotros, lo habéis visto antes de venir aquí - dijo señalando los conjuntos de falda y chaqueta. - Hay varios tipos pero estos son algunos de ellos.
Había de todos los colores y algunos preciosos. Todos eran ceñidos al cuerpo y sueltos en la falda. Te permitían andar libremente mientras que mostraban la figura.
Me quedé mirándolos hasta que encontré una chaqueta que combinaba con la falda que llevaba. Me acerqué a cogerla.
- Esa es la que te vas a poner para salir hoy. -Me la cogió de las manos y me instó a girarme. Siguió hablando mientras me la ponía.- De momento usarás algunas de mis prendas viejas hasta que podamos hacerte las tuyas. Entra cuando quieras a esta habitación.
Por último, se dirigió hacia el único armario que no había abierto: las chaquetas.
- Si necesitas ayuda para elegir la ropa ya sabes, avísame. Estoy para lo que necesites. Cuando te acostumbres a esto será todo mucho más fácil. - estaba buscando unas chaquetas en concreto.
Dedicó unos minutos hasta que sacó algo parecido a unas capas. Eran más cortas, terminaban a la altura de la chaqueta.
Me ayudó a ponérmela, igual que con la chaqueta. Estaba hecha de dos telas diferentes, una parte superior, como si fueran unas hombreras con un patrón con relieve negro. La caída de la capa estaba hecha de una tela verde oscura que formaba reflejos al sol, parecía que brillara. Encima tenía detalles en negro.
Alice dió una palmada y me sonrió. Había acabado de ponerse su chaqueta mientras yo admiraba la mía.
- Ahora estamos casi listas, faltan los zapatos, un regalo y hora de visitar la ciudad.
A los dos minutos estábamos saliendo por la puerta, y yo me estaba muriendo. Los cómodos zapatos que me habían dado después de salir de la bañera me los había cambiado Alice por trampas del demonio.
Desde fuera se veían muy bonitos pero una vez puestos el tacón fino que llevaban era una aguja directa en el talón, a cada paso que daba se me clavaba. Iba a acabar coja.
Además, había descubierto que era el regalo. De mal a peor.
Me había recogido el pelo como ella. Hasta allí todo bien. Pero me había puesto encima un pequeño sombrero, como si fuera un tocado de boda y lo había enganchado con horquillas.
Horquillas.
Horquillas de las grandes.
Por todo el pelo.
Entre el pelo y los zapatos me dolía todo el cuerpo de los pies a la cabeza.
No obstante, las vistas que me encontré al salir me distrajeron lo suficiente del dolor.
Si tuviera que describir la ciudad con dos palabras serían: una fantasía. Descubrí que Henry tenía razón, era todo lo que me imaginaba de Londres de hace unos siglos o incluso mejor.
Fothram era una ciudad, estaba formada por una serie de calles anchas, seguida de muchas otras estrechas. Todas ellas estaban pavimentadas de piedra, de esa que se te clavaban en los zapatos.
Otra vez, molestos tacones.
Paseamos por todos los sitios principales de la ciudad. Yo me dediqué a intentar ubicarme mientras que Alice me explicaba todo lo que veía.
- Esta es la panadería y allí al fondo la carnicería
- Por allí está la iglesia.