Parte 3 “La batalla de las flores”
Como era habitual fui el primero en arribar a la pequeña ciudad que estaba bajo ataque, analizando al escuadrón enemigo que fungía de incendiario de casa en casa hasta que uno de ellos se percató de mi presencia.
— ¡Están aquí! — Fue la voz de alerta que precedió a los entre 30 y 40 hombres a girarse en mi dirección, invocando sus habilidades a servirles de escudo y ofensiva.
— Dime que no te has alejado está vez. — Digo en tono bajo pero audible.
— No, sigo aquí.
— Ahora soy el hijo maldito de la luna por tu culpa así que espero que me ayudes un poco. — A pesar de mi tono de voz animado puedo sentir la incomodidad ante la broma así que simplemente giro la cabeza hacia donde no podría ver Caelestia pero sabía que se encontraba —. Venga, somos el equipo más fuerte que queda aquí, será tu turno de golpearme más tarde.
El escenario de aquella batalla había sido uno de los más hermosos en los que había tenido que cruzar habilidades. Los grandes árboles dejaban caer sus rosados botones de cerezo, poniendo una almohadilla preciosa sobre las cuales los cuerpos caían rendidos, abatidos, dando los últimos respiros mientras la luz de la tarde se colaba entre las ramas cargadas de flor.
No era un amante de la belleza natural, pero la armonía que podía alcanzar estando en un lugar como aquel, rodeado de cerezos en flor, realmente me reconfortaba. Es solo avivar mi llama imaginar aquel lugar mancillado por los incendiarios, por los corrompedores en búsqueda de aquellos que no solo habíamos tenido que ser sobrevivientes del castigo ejercido por la diosa luna, sino también por la misma mano de nuestra especie.
Quienes recibieron heridas graves pronto retrocedieron hacia el grupo de observadores donde Aiden monitoreaba la batalla con aire de superioridad. El pasar de lo que parecieron horas, y de hecho realmente lo fueron, ambas partes estábamos jadeantes y agotadas, mirándonos con hostilidad y dejando en claro que lo único que iba a frenar a unos u otros sería la muerte. Ellos eran poco más de diez, nosotros apenas cuatro.
En aquel momentáneo cese al fuego lo que rompió la tregua fueron el sonido de pasos, decenas de ellos, haciendo repiquetear el material de sus armaduras mientras se cernían detrás de los agotados hombres de la armada, aunque ellos no lucían mucho mejor.
Tenían los petos abollados, las espadas rotas, los rostros maltratados y la respiración agitada, provenían de otra batalla y habían sido enviados como refuerzo. Y hasta donde yo sabía solo podía haber otra batalla librándose.
— Traidores a la corona de Bleedom, ex servidores del arte de la guerra, nos presentamos ante ustedes para dar el último sitio. — Quien hablaba era uno de los hombres del grupo recién llegado, envalentonado a acercarse hacia los cuerpos heridos y fatigados de cuatro personas que permanecíamos al frente.
— Esta mañana los hombres que luchamos en nombre de la princesa soberana de Bleedom hemos ganado lo que la historia conocerá como la batalla de las gélidas espadas. Sus fuerzas han sido reducidas a quienes delante de nosotros se encuentran. Se rendirán y entregarán a los aeroquinéticos a cambio de una muerte piadosa o serán masacrados por nosotros, se derramará la última gota de sangre.
Todos abrimos los ojos de par en par ante aquellas noticias, dando al enemigo el beneficio de la estupefacción. El pulso me martillea con fuerza contra el costado izquierdo del pecho, haciéndome sentir el eco de los latidos a la altura de la garganta, bombeando sangre a lo largo y ancho de mi cuerpo sin que eso pueda sacarme la sensación de frio que me corre por la espina dorsal.
Mis pupilas se contraen dolorosamente hasta convertirse solo en dos puntos pequeños entre el mar de acero fundido de mi iris. Caelestia me llama por mi nombre y sostiene mi mano diestra entre las suyas pero yo solo la escucho lejanamente, con la vista perdida en los hombres abriendo formación delante de nosotros.
— Cualquier elección los llevará a la muerte, pero como última muestra de clemencia sus cuerpos perecerán al lado de aquellos que los llevaron por el camino corrupto de la desobediencia. Los hemos traído como estandartes de victoria y ofrendas que demuestran el fin de las cruzadas.
La voz solemne y de acento marcado se fue ahogando hasta casi desaparecer mientras los cansados hombres, cinco de ellos, arrastraban y dejaban caer frente a su formación cinco cuerpos inertes, masacrados, humillados y manchados de escarlata. El tiempo se detiene mientras mis ojos observan caer al suelo de forma pesada el último cuerpo, perdiendo mi mirada en la expresión de dolor y los ojos grises opacos y vidriosos del que en vida había sido mi padre.
Los jadeos de horror y sorpresa no tardaron en escucharse a mi espalda. Las tres mujeres del grupo sollozaron, probablemente contra el pecho de otro compañero y el agotado comandante a mi lado gruñó antes de exclamar en una sonora maldición de dolor, de pena. Era del dominio general que uno de los cuerpos ahí tendidos correspondía al de su hermano.
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Editado: 14.01.2019