La mansión era un desastre. Destrozos por todos lados, ventanas rotas. Humanos se despertaban, sin entender por qué tenían la mordida de una bestia en alguna parte de su cuerpo. Entraban en pánico. Lobos se transformaban en humanos. Algunos tomaban sus cabezas, sin comprender qué sucedía. Sangraban, tenían rasguños.
Alexa abrió grande sus ojos. Inspiró con fuerza. Había perdido a Evan en el medio de la noche. Se encontraba en el bosque, completamente desnuda. Rascó su nuca, intentando recordar que había sucedido. Se sentía observada. Pero simulaba que no se daba cuenta.
La mañana era fría. El humo blanco salía por su boca. El viento helaba sus huesos, y removía su oscura cabellera. Las nubes tapaban el sol. En el bosque todavía parecía de noche. Las copas de los árboles dejaban que pasará un poco de luz, que servía para que ella reconociera su propio cuerpo, y algo más. La garganta le picó, y comenzó a toser.
Pegó un vistazo a su alrededor, y decidió levantarse del duro suelo de tierra y ramas. Oyó como alguien también cambió su posición. En ese bosque había cientos de corazones que latían, pero allí cerca sólo había dos. Intentó reconocer el aroma de eso que la observaba, que la intranquilizaba; no lograba. Aquello era bueno ocultando su rastro. Se dijo a sí misma que no había por qué estar así de paranoica, y decidió emprender camino a casa.
Todo el camino a casa tuvo un acompañante secreto. Alguien que no se daba a conocer pero allí estaba. Alexa, que era muy ingeniosa, comenzó a probar a ese ente tan misterioso al cual no podía enfrentarse sin saber a qué se expondría. Cambió de dirección repentinamente, y aumentó su velocidad. Aquel corazón, no era tan rápido. Se podía decir que hasta era humano por lo lento que iba.
De un momento a otro, el corazón se había alejado demasiado. Se dejó de oír. Alexa sintió como la cuerda de un arco se tensaba. Y una milésima de segundo después, una flecha rozó su oreja. Si no hubiera sido porque ella se movió, le hubiera agujereado los sesos.
La primer palabra que se le vino a la mente fue cazadores. Pero por qué razón ahora los cazadores la querían. Es decir, si era normal que los Homo Videns tengan un gran odio hacia todas las criaturas del Mundo Oscuro. Y sí, suelen asesinarlos a sangre fría, sin importarles qué. Pero, ésto era raro. Solían hallarse en ciudades; era raro verlos en lugares como Hermandad. No muchas cosas los atraían hacia allí. Salvo un gran ejército de lobos, pensó dentro de ella. Sin embargo, algo no le cerraba. O tal vez sí. No lo sabía.
Mientras corría su cabeza iba a mil por hora. Revisaba en algún momento de su vida, si era posible que esté sucediendo eso. Las flechas eran disparadas desde atrás; se ocultó tras un árbol. Pensaba cómo iba a salir de esa situación; Intentando que no sea con su cabeza en una bandeja de plata. Se sintió bastante patética estando desnuda, pero ese sentimiento era habitual en su vida. Decidió ignorarlo.
Un sonido comenzó a torturarla. El maldito estaba usando su artillería pesada. Las frecuencias más altas eran captadas por los lobos; Eran capaces de captar muchísimas más que cualquier humano. Por eso, ese pitido era realmente molesto. Los aturdía mientras los cazadores los emboscaban. El aparato que causaba tal desgracia era similar a una pequeña linterna, que se activaba con un botón. En el Mundo Oscuro se le llamaba Acutus.
Los oídos de Alexa comenzaron a sangrar. Se los tapó con ambas manos, pero aún así era imposible escapar de aquel ruido. Quiso dar un paso hacia delante, pero se tropezó con sus propios movimientos, y cayó. Su cabeza rebotó en el duro suelo. Su visión se hizo borrosa. Vio unas botas acercarse. Parpadeaba, intentaba gritar. Pero nada servía. Se arrastró unos metros por el suelo intentando escapar pero fue perdiendo la consciencia de a poco. Sus ojos se cerraron lentamente.
Evan despertó en su antigua habitación ahora ocupada por muchos soldados. Se desesperó al no ver a Alexa. Comenzó a gritar su nombre para ver si se encontraba por allí. Pero no. Sintió una sensación en el pecho; algo no estaba bien.
Se vistió rápidamente, y comenzó a seguir su rastro. El aroma de aquella muchacha lo condujo hasta un galpón que se encontraba entre el profundo bosque, y el mar azul. Sintió cómo el efecto que causaba Hermandad en sus poderes, se desvanecía. Había atravesado todo el bosque corriendo, hasta llegar a dónde se suponía, la muchacha se encontraba.
Alexa se encontraba atada de manos colgando del techo. Su cabeza caía; se encontraba en un profundo sueño. Quién la seguía, era una mujer; cazadora. Era Sarah. La humana que Evan creía conocer. Aquella chica vestida de corderoy, ballerinas, y lentes. Con un cabello castaño, y unos ojos color avellanada que endulzarían a cualquiera. Era una Homo Videns, con todas sus letras. Llevaba en su espalda, un carcaj lleno de flechas. Y en su mano un arco. Se apoyaba en una columna, recargada sobre su hombro. Esperando que la loba despierte.
Evan decidió entrar. No sin antes asegurarse de que por fuera nadie lo vigilara. El movimiento alertó a Sarah, quien se ocultó tras unas cajas. Él, abrió las pesadas puertas de aquel antiguo deposito en deterioro. Y vio a su pequeña Alexa, desmayada. Corrió a verla. Le quitó las ataduras, y la cargó en un hombro.
En el movimiento, no se percató de que había un tercer corazón latente en la sala. Evan Grey iba perdiendo el toque. La desesperación le hacía sentir que se encontraba perdido en el océano. Detestaba el agua. Que invento malvado. Alexa logró abrir un poco sus ojos, y captó todos los aromas del lugar. Había uno familiar, y uno bastante peculiar.
—¿Qué sucede, Evan?¿Ésta aquí Sarah?— preguntó adormilada. En su cuerpo aún había mucha droga calmante.
—¿Sarah?— se alertó. Pero ya era tarde. Lo único que logró divisar, fue como una cabellera color castaño salía por una ventana del deposito.— Mierda...— susurró.
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Editado: 06.06.2020