Sábado, 06 de Junio de 2015.
Tarde.
Anna.
— ¿De verdad me estás diciendo esto? — Le pregunto con incredulidad.
— ¿Qué tiene de malo? Sólo dije que tengo ganas de aprender alemán. — Observo su rostro entonces, y noto la sincera confusión en cada uno de sus rasgos, sonrío.
— Aprender un idioma no tiene nada de malo, en realidad es genial, pero… Primero, creo que antes te sería más útil estudiar inglés, y segundo, querés aprender alemán solo porque yo lo hablo y soy alemana cuando mi español es igual de bueno, necesitas más razones, tus razones actuales entran en la categoría “sólo porque sí.” — Concluyo firmemente.
— ¿Por qué me pondría a estudiar inglés si no me interesa? Y, además, yo creo que mis razones son perfectamente válidas. Mi novia es alemana, es justo que aprenda alemán.
— ¿Qué novia? Que yo sepa no tenés ninguna novia alemana de la que me hayas hablado en todos estos meses. — Le rebato sin pensar, acomodándome mejor en el frío banco de material de la plaza.
Desvío mi mirada unos segundos y, cuando vuelvo a mirarle, me sorprendo al encontrarme con su expresión completamente seria y fija en mi persona. Le sonrío.
— ¿Es enserio?
— ¿Qué cosa? — Respondo con inocencia.
— Bien, si así querés jugar, está bien. ¿Querés ser mi novia?
— No.
— Bien, ahora que ya está claro, ya no tenés con qué… Espera, ¡Anna! — Comienzo a reírme sin poder contenerme ante su cara enojada.
— Lo siento, pero es tan fácil hacerte estas cosas, y es muy divertido, te adoro, ¿Sabías? — Ante esto, su expresión se relaja y mira hacia otro lado, aunque noto su pequeña sonrisa de todos modos. — Y sí, sí quiero, aunque solo estaba bromeando.
— Con vos, a veces es difícil diferenciar. — Lo escucho murmurar, me apresuro a golpear su brazo, empujándolo al mismo tiempo.
Aferro su brazo con mis manos, atrayéndolo hacia mí, envuelvo sus brazos a mí alrededor, manipulándolo como si fuera un muñeco, y me acurruco contra su pecho para entrar en calor.
— Está comenzando a hacer frío, ¿Querés volver a casa? — Le escucho susurrar por encima de mi cabeza.
— ¿Y lo sugerís ahora que ya me acomodé y estoy calentita? — Le reprocho, su pecho vibra y me mueve en el proceso mientras él ríe suavemente y susurra un leve “sí”. — Dame cinco minutos más así y después volvemos.
Su silencio parece ser una respuesta afirmativa, ya que no se mueve de su lugar, y yo evidentemente tampoco. Abro mis ojos y miro un poco a mi alrededor, desde esa vez en la cual nos encontramos por accidente en esta banca algo escondida en la plaza, inconscientemente la convertimos en nuestro lugar usual y ahora siempre venimos acá. La plaza está vacía debido al frío y los árboles que en otoño estaban llenos de hojas anaranjadas ahora se encuentran vacíos, o casi vacíos, y nuestro pequeño “escondite” ya no está tan escondido. Sin embargo, seguimos viniendo a este pequeño rinconcito siempre a pasar el rato, especialmente en las horas de sol.
Daniel se mueve un poco y acomoda mejor sus brazos alrededor de mí, lo cual me aleja de mis divagaciones, así que giro un poco mi rostro hacia él y lo descubro con sus ojos cerrados.
— ¿Daniel? — Le llamo, su respuesta es un simple sonido extraño que me indica que está escuchando. — Ya deberíamos volver.
Abre sus ojos un poco, me mira, los vuelve a cerrar y envuelve sus brazos con más fuerza alrededor de mí. — ¿Y ahora quién es la que quiere irse cuando el otro ya está cómodo y calentito eh? — Me río y procedo a tomar sus frías manos y desenredar sus brazos de mí alrededor.
Me pongo en pie rápidamente y tiro de su brazo para ponerlo de pie a él también. No tarda demasiado en hacerlo, aunque no muy contento. Entrelazo mi mano con la suya para comenzar la caminata a casa, pero él parece tener otras ideas, porque me suelta e inmediatamente pasa su brazo por mis hombros y me atrae más hacia él, permitiéndome poner mis manos en los bolsillos de mi campera.
A medida que caminamos por la plaza y salimos hacia la calle comenzamos a encontrar a más personas a nuestro alrededor, aunque no demasiadas, la plaza estaba desierta. Cruzamos una calle amplia y, al alcanzar el otro cordón, Daniel habla;
— ¿Te acompaño a tu casa o querés ir un rato a la mía? — Pregunta mirándome por unos segundos antes de volver la mirada al frente otra vez.
— La mía, Amara me dijo que volviera temprano hoy. — Susurra un leve “está bien” y continuamos caminando en silencio.
El sol se comienza a ocultar a medida que avanzamos por las calles no tan concurridas, y no podemos evitar comenzar a caminar más despacio a propósito, pero aun así no tardamos demasiado en alcanzar nuestra calle y llegar justo frente a la puerta de mi edificio.
— ¿No querés pasar un rato? — Le pregunto, con la esperanza de que acepte.
Me sonríe, pero niega con la cabeza. — No, ahora que lo recuerdo tengo algunas cosas que hacer, además; mi padre está en casa y, usualmente pasamos tiempo juntos cuando es así, probablemente me esté esperando arriba ahora.
Le sonrío y asiento con la cabeza, entonces me acerco a él y le abrazo con fuerza, enterrando mi rostro en su pecho, él me devuelve el abrazo apoyando su cabeza sobre la mía y deja un beso en mi frente cuando nos separamos.
Cuando comienza a alejarse, me paro en puntas de pie, lo atraigo hacia mí y le doy un beso en los labios. — Hasta mañana. — Le susurro, él me devuelve otro beso y susurra lo mismo.
Nos alejamos el uno del otro y entro a mi edificio, asegurándome de cerrar la puerta detrás de mí; tomo el pequeño y estrecho ascensor hacia el cuarto piso distraída y en silencio, me sorprendo cuando sus puertas se abren en mi pasillo. Me dirijo desinteresadamente a mi puerta y entro sin pensarlo. Amara me recibe del otro lado sentada a la mesa.