Tenía unas ojeras del tamaño del mundo, quizá aún más grandes, no había desayunado, y ni me lave la cara cuando desperté de mi sueño de media hora, no quería ni ver el espejo porque sabía que probablemente me desmayaría yo mismo, no había dormido nada en la madrugada, porque el idiota de mi compañero en turno no se dignó a despertar, no pude ser tan cruel como para despertarlo yo mismo.
Ahora me arrepiento.
Envidio las nueve horas de sueño que ese tipo tuvo.
—Fuiste muy estúpido al aceptar el turno de noche, Will —me regañó Jessica en cuanto salgo de la oficina de la directora.
Solté un suspiro perezoso.
—Y aún más estúpido al quedarte dormido en clase de química, ¿de casualidad estúpido es tú segundo nombre? —le siguió Jonathan, ambos chicos me empezaron a bombardearme con un montón de cosas de porque debería hacerles más caso. Juntos eran una bomba, sí, quizá si debería haberles hecho caso, a veces olvido que tengo cerebro para pensar y también mejores amigos de los que tontamente dependo para tomar buenas decisiones.
En especial a Jessica.
A veces daba miedo.
Es una perfecta perfeccionista, valga la redundancia.
Sus dos voces juntas hablándome tan alto cerca del oído me estaban dando jaqueca, llevaba apenas dos turnos de noche, y eran dos semanas.
No iba a soportar eso de ninguna manera.
Estaba muriendo de sueño, yo, el que siempre tenía energía, ¡muriendo de sueño! ¿Quién lo diría?
— ¿Si quiera va alguien a la bendita cafetería? —preguntó Jess, su voz sonaba irritada porque la estaba ignorando, no le iba a contestar, estaba muy cansado como para hacerlo, pero cuando vi que iba a protestar de nuevo, mis oídos me rogaron que dijera algo.
Lo que sea.
Algo para mantenerla conforme.
—Sí, un tipo...es muy guapo.
Voltee a mi lado izquierdo, buscando a Jonathan junto a mí, pero no estaba, fruncí un poco el ceño.
Había dos posibilidades: tenía clases, o vio a una chica bastante buena.
Jonathan siempre había sido un mujeriego, pero era amable, muy amable y bondadoso, Jessica tenía la teoría de que ser mujeriego era una clase de personaje para él, porque se sentía inconforme con muchas cosas, quisiera algún día descubrir esas cosas...esperaba que algún día él me las dijera, para eso estamos los amigos, ¿no?
Jessica truena sus dedos frente a mi rostro, obligándome a prestarle atención, la miré con poquito fastidio. Eran las nueve de la mañana y lo que más quería justo ahora era tumbarme en la cama y no despertar hasta año nuevo, o mejor sólo no despertar.
—Creo que es bueno que te mandaran a casa, Will. Deberías descansar.
Su voz estaba preocupada, le sonreí, para que viera que no tenía de que preocuparse.
Jess y yo compartíamos algo. Una conexión, el principio pensé que me gustaba, pero estaba muy lejos de la realidad. Ella había tomado un poco el papel de mamá sobre protectora desde qué...bueno, el punto es que lo había tomado; y le quedaba bastante bien.
Entramos al salón, nuestras mochilas eran las únicas ahí, pues la clase había terminado, tomé la mía, Jessica la suya y la de Jonathan.
—Di que al menos te salvaste de filosofía y la maestra Michelle contando como su marido la engaño con la niñera de su hija por tercera vez en el semestre —dijo Jessica para aligerar el ambiente, sonreí.
Bueno, algo tenía que salir bien para mi después de todo. Me reí a mis adentros.
Estaba tan cansado que estaba arrastrando los pies.
Ni siquiera tenía tiempo para burlarme de la desgracia de esa insoportable maestra.
Eso ya era mucho cansancio para mi persona.
Una notificación sonó de mi teléfono, lo revisé.
Era papá, ya estaba afuera.
Al fin.
Como que eso me medio despertó un poco, me frené, entonces Jess también lo hizo.
La abracé rápidamente.
—Papá ya está afuera, te veo mañana Jessy Jessy. Sonrió, comencé a caminar rápidamente a la salida, me urgía llegar a casa y tirarme en la cama. Era una necesidad en su máximo esplendor.
— ¡Descansa Will!, ¡dormido no me sirves!
Me voltee, mientras seguía corriendo hacia atrás, y me despedí nuevamente con la mano.
Cuando salí vi el auto de papá estacionado frente a la escuela, corrí hacia el y abrí la puerta del auto.
Cuando finalmente estuve dentro, me relajé en el asiento del copiloto.
Podía sentir el intento de mirada recriminate de mi padre sobre mí, es extraño, pero su mirada me hacia cosquillas.
Traté de contener la risa, pero simplemente no pude hacerlo, él se unió a mí mientras arrancaba el coche.
Pero nuestra risa se desvaneció en el aire tan pronto como apareció.
—Lo lamento... —le dije, ahorrándole el ponerse como el papel de padre estricto que él mismo odiaba, yo sabía lo mucho que se le dificultaba hacer ese tipo de cosas.
—Will, creo que deberías dejar tú trabajo hijo.
Eso no me gustó para nada, no podía dejar mi trabajo, me gustaba trabajar. Me gustaba no estar en casa.
—No quiero que empiece a afectarte en nada, hijo, ni en la escuela, ni con tus amigos, yo puedo trabajar, no necesitas hacerlo.
—Papá, en serio me gusta mi trabajo.
Se rio un poco.
—Tu trabajo te hace ver como la mierda justo ahora.
Entoné los ojos, miré por la ventana para evitar esa conversación, porque poco a poco siempre llevaba al mismo doloroso tema. Pasábamos por esa escuela de niños mimados; San Lorenzo.
Odiaba esa escuela con toda mi alma, y a los malditos pubertos que estudiaban ahí también, se creían la octava maravilla del mundo, no les interesaba una mierda excepto ellos mismos, no les importaba la gente, o el mundo, eran unos egoístas.
No les interesaba moverse por su cuenta. Siempre dependían de mami.
Los odiaba.
—Will —la voz de mi papá se hizo presente de nuevo en mis oídos, volví a mirarlo.
—Estabas ido, ¿ves a lo que me refiero?