Ganchita
Alice Wood
Compartir habitación… eso quiere decir que no solo me quiere para el sexo… ¿Verdad?
—Ahora puedes hacerme las preguntas que quieras y respondiendo a las de antes… no, no era necesario secuestrar a nadie para que se casara conmigo. Simplemente pensé y me di cuenta de que si era alguien que ya vivía en mi mundo, o tenía padres peligrosos que podrían acabar conmigo en cualquier momento o había sido prostituta. Me decidí entonces a secuestrar a una estudiante que no fuera demasiado joven para poder moldearla a mí desde cero, para poder estrenarla…
—¿Estrenarla?— mi pregunta sale con voz temblorosa.
—Sí, quiero ser el primero en tocar a mi futura esposa.
Sin poderlo evitar desvío la mirada y sus manos sueltan la mía para ponerse en pie.
Soy pésima mintiendo y ocultando cosas.
—No eres virgen ¿Verdad?
—No…
Lo oigo suspirar.
—Bueno… supongo que no pasará nada por ser el segundo por una vez…— bajo más aún la cabeza— ¿El tercero?— asiento.
—El tercero…— susurro recordando acontecimientos pasados.
Sus manos sobre mí, las mías amarradas al cabecero. Su sudor mezclándose con el mío y mis gritos de súplica por más intensidad… el dolor que vino después y mi cabeza gacha cuando volví a casa. El llanto de mi madre. El maquillaje que tuve que usar durante semanas después de aquello… y mi recaída cuando lo conocí a él.
Una guerra estalla cuando se olvida la última.
—Ya decía yo que estaba saliendo todo demasiado bien— ríe sentándose a mi lado—. Supongo que la perfección no existe. Me has gustado, Alice, y mucho. Eres la chica perfecta para esta vida así que me tragaré mi orgullo.
—No es necesario— levanto la vista, nuevamente con un candado cerrándome las piernas, la llave en el olvido—. Me iré sin problemas. Tú solo devuélveme la tarjeta y me marcharé, no diré nada y…
—No digas tonterías— me corta—. Eres perfecta, el único problema es que hubo dos tíos que se dieron cuenta antes que yo. No vas a irte por eso. Nos casaremos y seremos felices en este mundo destructivo.
Mi mirada se pierde en la moqueta. Es demasiado tarde. Ahora no podré salir de aquí.
Becher se pone en pie a mi lado y se estira dándome la espalda. Observo los músculos de su espalda contrayéndose bajo la camiseta.
—No te agobiaré más. Comprendo que puedas estar algo abrumada por todo lo sucedido hoy. Nos vemos en la cena, prometida.
Y sin más, abandona la habitación dejándome sola.
Sin saber qué hacer ni qué pensar me acabo por dejar caer en la cama quedando tumbada con las piernas colgando. Mis ojos pican y mis labios comienzan a temblar, entonces mi vista se nubla por las lágrimas y las dejo salir en silencio.
Le prometí a mamá que no volvería a dejarla y… esta vez… parece para siempre.
Unos golpes en la puerta me hacen incorporarme y refregarme las manos en la cara. Entonces la puerta se abre y entra la chica de antes. Cierra la puerta tras ella y se me acerca compasiva.
—Ven, vamos a refrescarte un poco— me toma de las manos y me guía hasta una de las puertas que resulta ser el baño. Abre el grifo y me hace inclinarme frente el lavabo para quitarme las gafas y echarme agua fría en la cara y en la nuca—. Sé que debes estar asustada— habla con voz calmada y tranquilizadora—, sé que estarás pensando que el señor Becher es una mala persona por lo que hace pero te equivocas. Puede que no todo lo que haga sea lo correcto pero a mí me salvó cuando era una cría y yo lo quiero como a un padre. No es malo, solo quería que lo supieras.
Sorbo mi nariz.
—¿De qué te salvó?— sonríe tristemente mientras me da un trozo de papel para sonar mi nariz.
—Algún día te lo contaré pero por ahora ¿Quieres que seamos amigas?
Sonrío débilmente y asiento con la cabeza.
—Bien, pues te traeré tus cosas. Puedes acompañarme si quieres.
Vuelvo a asentir y salimos del baño para salir de la habitación y recorrer el pasillo. Una de las puertas se abre y sale un chico con un delantal puesto. Me mira y me sonríe de una forma que no me gusta, entonces se acerca a mí y me toca el culo.
—Qué duro y respingón lo tienes, guapa.
El lado izquierdo de mi labio superior comienza a temblar, es lo que me ocurre cuando me cabreo. Entonces me giro y con el puño en alto le propino un crochet de derecha en la mandíbula. Lo veo caer al suelo mientras tapa su cara con las manos y comienza a gritar insultos hacia mi persona. La verdad es que me da igual lo que me diga, yo no tengo la culpa de que le haya puesto la mano encima a una chica que lleva practicando el boxeo por dos años. Mala suerte, supongo.
—¿Qué alboroto es este?— la voz de Becher se hace presente y aparece en el pasillo junto a varias personas más del servicio.
Observa la escena mientras se acerca.
—¿Qué ha ocurrido?— pregunta calmado.