No morirá por mi culpa
Alice Wood
Día doce de octubre, me encuentro en mitad de la noche en una lancha de tres motores con Cai y uno de sus hombres. El abrigo que llevo no me da demasiada movilidad pero hace frío aquí, en mitad del estrecho. Estamos esperando algo que no sé muy bien qué es y mis huesos tiemblan cada que las olas salpican algo de agua a mis mallas deportivas. Llevo eso, un top, una sudadera, el abrigo de invierno impermeable y un pañuelo enrollado al cuello. Estoy nerviosa pero no me arrepiento.
Un pequeño bote pesquero se acerca y para junto a la lancha. Cai se acerca e intercambia un par de palabras con uno del otro barco que no llego a escuchar porque el viento se lleva sus voces.
Entonces comienzan a pasar fardos y entre los tres los vamos colocando mientras Cai los cuenta en voz alta. Un total de setenta y ocho.
Nos despedimos con un gesto y ellos giran hacia marruecos.
—Lo tapamos y nos largamos a cala arenas— me informa Cai mientras coge un toldo negro y lo pasa por encima de los fardos apilados. El otro hombre y yo ayudamos en el proceso y al acabar, Cai me tiende un chaleco salvavidas—. Póntelo, que ahora empieza la acción.
Obedezco y lo coloco bajo el abrigo, para tener más movilidad.
Entonces el hombre arranca la lancha y Cai tira de mi brazo para que nos agarremos a unos hierros que hay tras el volante. La lancha se mueve por sí sola y no por las olas del mar y comenzamos a movernos a tal velocidad que parece que volamos. Si no estuviese agarrada, saldría volando hacia atrás.
Entonces lo escucho.
—Mierda— gruñe Cai—. Agárrate, ganchita, la policía ha llegado.
Las luches de un helicóptero nos ciegan y aparto la cara para que no me vean y puedan identificarme como la estudiante desaparecida de hace unas semanas. Subo el pañuelo de mi cuello a mi boca y lo coloco en el tabique de la nariz para que solo puedan verme de los ojos hacia arriba.
La voz de un policía se hace presente a través de una especie de megáfono:
—Detengan la embarcación pacíficamente.
¿Alguien obedecerá ante eso? ha intentado que su voz suene firme pero parece hasta aburrida. Es como si tuviera que decir eso por cojones pero supiera perfectamente que no sirve de nada porque no vamos a detenernos.
Suelto una risita y giro la cabeza para intentar ver dentro del pajarito pero sus luces me ciegan y no puedo ver a través de los cristales.
—No nos hagan tomar medidas drásticas, detengan la embarcación y la pena será menor— obviamente no obedecemos.
En estas que uno de los policías se asoma por la puerta del helicóptero con un megáfono en la mano y vuelve a pedir que obedezcamos pero no lo hacemos. Entonces pasa lo peor en un microsegundo. El helicóptero se balancea un poco, supongo que debido al viento, y el policía cae al agua.
Cai lo mira como si quisiera ayudarlo pero que, por el contrario, no fuera a hacerlo.
Pero yo no podía dejarlo morir.
Cuando me doy cuenta, me he quitado el abrigo y me he lanzado al agua, pero el salvavidas lo único que hace es ahogarme por lo que lo desabrocho y me dejo hundir lo suficiente para librarme de él y bucear hasta el policía que se está ahogando. Bucear siempre me ha resultado más sencillo que nadar, el ser uno con el agua y no estar con medio cuerpo al aire es lo que me hace sencillo llegar al policía con rapidez. El agua está tan helada que siento como si mil cuchillas me atravesaran pero no me detengo y llego al hombre, quien manotea en todas direcciones tratando de no ahogarse.
Extiendo una mano hacia él y me golpea pero sé que es solo por el miedo, se calmará cuando esté fuera del agua. Entonces lo golpeo yo para centrarlo y me mira con los ojos bien abiertos, extiendo una mano y me agarra mientras coge aire con desespero. No me doy ni cuenta cuando la lancha llega a nuestro lado y Cai me saca del agua mientras yo tiro de él. El pobre hombre que solo hacía su trabajo boquea y coge aire como si llevase horas sin respirar, se pone bocabajo y escupe agua.
—¡Cómo se te ocurre hacer eso, joder!— Cai me reprende pero lo ignoro y atiendo al hombre mientras la lancha sigue su recorrido. El helicóptero anda cerca pero no lo veo ahora porque ha apagado las luches.
—¿Se encuentra bien?— le pregunto al hombre y él me mira como si fuera una mutación de la naturaleza con dos cabezas.
—¿Por qué... por qué me has ayudado?— su voz está cargada de miedo y confusión pero no tengo tiempo de responder porque Cai comienza a quitarme la sudadera y el top con rapidez. Yo no tengo tiempo de reaccionar cuando me pasa un abrigo por los hombros. Seco.
—Vas a coger una pulmonía. Que sepas que no vienes más— Cai me riñe lleno de preocupación pero yo lo ignoro y me centro en el policía.
—Usted también debe hacerlo, quítese al menos la parte de arriba— él obedece y yo me arrastro por la lancha, para no salir volando, hasta el abrigo que dejé caer para ayudar al poli a ponérselo. Me lo agradece con un movimiento de la cabeza, como si aún no supiera mis intenciones.
—¿Por qué me ayudas?— vuelve a preguntar.
—Porque usted solo hace su trabajo, yo soy la que está haciendo las cosas mal y me parece muy mal que sea usted quien sufra las consecuencias. No tiene culpa de nada— me sincero y él asiente sorprendido y agradecido.
Lo dejo en el suelo y me levanto en las barras, donde están Cai y el otro hombre. Cuando me levanto usando la barra como soporte, me quito el pañuelo, que está empapado, le quito el exceso de agua y vuelvo a colocármelo.
Cuando me giro para ver si el helicóptero anda cerca, lo veo donde el policía se cayó, como si lo buscaran por entre las violentas olas.
Si Cai no hubiese llegado a tiempo, ambos nos hubiésemos ahogado entre tantas olas de la usual marea del estrecho de Gibraltar.