Toc toc, vida, soy la desesperación ¿Puedo pasar?
Alice Becher
Los siguientes tres días fueron caras serias y una monotonía estresante.
Cai estuvo todo el tiempo con Boomer tratando de buscar una solución al pequeño problema y yo me la pasé tratando de calmar a Clara porque pensaba que Cai y Boomer iban a morir, la realidad es que Boomer no moriría— aunque sí que desearía hacerlo, según creo— y todos los demás— incluidas ella y yo— moriríamos, así que no sufriríamos la muerte de nadie. Jeje.
No crean que quiero morir, mis pensamientos suicidas son solo eso: pensamientos. Rara vez he planeado llevarlos a cabo, pero a ver, si quisiera morir, querría hacerlo de forma honorable y no llena de boquetes por una automática.
La vida, damas y caballeros.
—Por favor, deja de estar tan preocupado, me asustas— pido cuando noto a Cai acostarse a mi lado pasadas las tres de la madrugada.
Me agarra por detrás y me acerca a su pecho de forma protectora.
—La situación es bastante preocupante, Ganchita.
—Todo tiene solución…
—Sí, hay una pero eso me mataría a mí y condenaría a Dominic a una vida de esclavitud y maltrato.
—No tendrías que morir… ¿Y si nos vamos lejos? olvidas tus negocios, olvida todo, solo vayámonos tú, Boomer, Clara, Helena y yo… incluso podría venir Samu. Marchémonos, Cai… muy lejos de aquí.
—Tarde— una voz en la oscuridad hace que Cai se incorpore de inmediato y encienda la luz, pero no llega a hacer nada más, porque alguien le ha golpeado la cabeza con la empuñadura de una pistola y cae en redondo.
Yo tampoco tengo tiempo a reaccionar porque siento cómo unos brazos fuertes me agarran desde atrás y hace una llave en mi cuello que presiona mis arterias carótidas, provocando que disminuya mi riego al cerebro y caiga en la inconsciencia.
El despertar es… extraño.
Me duele el cuello, tengo frío y me siento insegura. Lo entiendo todo pero al mismo tiempo nada cuando abro los ojos y me encuentro en una habitación cuadrada, pequeña y poco iluminada, amarrada a una silla.
Siento que ya he vivido esto antes… siento que…
Sé que ya viví esto pero, por el contrario, no sé qué está pasando ni qué está por venir.
La puerta se abre y aparece un hombre que no conozco.
—¿Quién eres?— pregunto con un hilillo de voz.
—No necesitas saberlo— su acento lo delata. Es árabe.
—¿La mafia árabe me ha secuestrado?
No contesta pero me observa y sonríe.
—Tu impureza es atractiva— ¿Impureza?
Ah… es que estoy en ropa interior.
—¿No te hace impuro observar a una impura? Alá estaría decepcionado, se te ve excitado— trato de dañarlo donde parece dolerle: la religión.
—No me convierte en impuro disfrutar castigando y poniendo en su lugar a una impura— se limita a responder.
—¿Qué-?
No puedo acabar porque me golpea, tan fuerte que se me nubla la vista.
«Vaya… Alice, te veo en problemas ¿De qué te han servido las clases de boxeo y tu arduo esfuerzo entrenándote?» mi subconsciente me habla y sé que mi cerebro trata de distraerme para nublar el dolor.
«¡NO ES EL MALDITO MOMENTO!» le grito— o sea, me grito— internamente ¡Porque me estoy comenzando a asustar!
—Tu marido sufrirá por esto— murmura.
—¿Quieres…— noto el sabor de la sangre en mi boca— quieres hacerlo sufrir?— consigo levantar la cabeza y lo miro a los ojos— ¿Por qué?
—Porque he recibido un aviso de los rusos.
—¿Un aviso?
Suspira y vuelve a golpearme, noto un pitido en el oído derecho y me cuesta enfocar la vista.
—Le prometí la cabeza de tu marido a cambio de nuestra vida y Sokolov ya dio un aviso.
—¿Entonces planeas… torturarme?
—La putita no es tonta— ríe antes de volver a golpearme.
Ni siquiera había levantado la cabeza tras el último. Siento que se me cierran los ojos sin poder evitarlo.
Despierto sobresaltada cuando me cae un cubo de agua encima, o eso creo y espero que sea.
—¿Dormida, perra?— es la misma voz que el anterior.
De pronto las zonas golpeadas me hacen comenzar a llorar de dolor, un dolor agonizante que me hace querer morir.
Pero me vuelve a golpear y grito de dolor.
—¡Detente, detente! No puedo más… no lo soporto más… por favor— hago lo que nunca creí que haría: rogar.
Siento cómo me agarra del mentón y aprieta haciendo que lo mire. Gimo por el dolor pero le da igual.
—No me supliques más, animalito. Animalito, animalito. Te ves como un ciervo herido, como un perro atropellado o una gata en celo. Patético…
Trago saliva y él me suelta para girarse hacia la puerta cerrada y coger una vara de metal.
Comienzo a negar con la cabeza mientras sollozo. Da igual todo lo fuerte que me crea, no podré soportar eso.
—Por favor… no… no…
—Silencio— demanda alzando la vara. Me mira, veo un destello de arrepentimiento pero golpea y siento mis órganos comprimirse en mi abdomen.
Va a provocarme una hemorragia interna.
Voy a morir.
No quiero morir.
La sangre se me sube a la garganta y llega a mi boca. Entonces comienzo a planteármelo todo: si hubiese aceptado ir con Cicatriz… no sería yo la que estaría sufriendo…
¡NO!
Alice… no te dejes vencer, no dejes que tú misma te pongas en contra de todos, no desees que nadie más sufra lo que estás sufriendo. No caigas, levántate y lucha, como siempre has hecho.
Pero yo nunca sufro de esta forma. Me he centrado tanto a luchar contra el dolor mental que me he olvidado del físico. Utilizo la distracción física para olvidar mi sufrimiento interno pero… ahora que se me juntan ambos no puedo protegerme.
No sé cómo subir mis armas para luchar. No sé qué hacer… y solo me queda llorar.