Cai Becher

Capítulo 44

Si no tienes forma de vivir, limítate a respirar sin rendirte hasta que puedas hacerlo 

Alice Becher 

Los días aquí son un desespero, no sé cuánto ha pasado pero tengo la entrepierna pegajosa y solo quiero gritar, llorar y rogar mi muerte. 

Me han violado tantas veces y tantos hombres que he perdido la cuenta y eso solo me vuelve loca. 

Loca… 

Entonces la puerta se abre y uno de los hombres que me ha degustado— o eso creo porque está encapuchado— entra con confianza. Es alto y musculoso por lo que sé que va a dolerme si él quiere que duela. 

—¿Lista para que te siembre dentro, puta?— su voz me saca de mis dudas y sé que ese gilipollas ya me ha violado antes. 

—¿Ya vuelves a por más? Sí que has tardado ¿Tan desesperado estás?— mi expresión es de puro odio pero lo digo con un toque sarcástico. 

Se acerca a mí todo lo que faltaba y me da una bofetada que me hace voltear la cara. Vuelvo a mirarlo porque si me toca por sorpresa sé que lo llevaré peor y observo cómo se toca la polla por encima de sus finos pantalones. Está empalmado y no trae calzoncillos. Ha venido solo para esto y eso solo me provoca más asco cuando me agarra de los muslos y me arrastra hasta el borde de la silla para tener un mejor acceso. Las lágrimas llevan un rato saliendo pero no hago ni un ruido mas no puedo evitar negar con la cabeza con un nudo en la garganta. Le dejo violarme porque ya estoy cansada de gritar y de que me golpeen. Me duele, me duele tanto y tantos sitios que no sé exactamente dónde me duele. 

Cuando acaba, se guarda su polla en los pantalones y se gira pero yo hablo con un hilillo de voz que muestra rendición y sumisión. 

—¿Puedo ir al baño?— detesto que mi voz muestre justo lo que ellos quieren conseguir pero no puedo evitarlo. Se gira hacia mí. 

—Llamaré al que siempre te lleva— es lo único que dice antes de salir de la sala de cuatro paredes de cemento. 

Al rato aparece el chico que siempre me lleva al baño. Menos una vez que me hice pis encima por el miedo y el dolor, las demás veces me han dejado ir al baño. 

—Ya has ido hoy— dice. Su rostro no expresa nada. 

—Por favor— murmuro. 

Él asiente y camina hacia mí para rodearme y soltar los amarres. 

Sé que no debo tratar de luchar porque son muchos y bien entrenados pero no replico cuando me pone unos amarres por delante y me tapa los ojos con una venda, como hace siempre. 

—¿Han vuelto a hacerte daño?— pregunta en apenas un murmullo mientras comenzamos a andar. 

—Ya lo sabes— mi voz es baja pero no expresa odio. Creo que él es el único que no me ha puesto una mano encima. 

—Acabará pronto, lo prometo— no sé a qué fin se refiere pero, sinceramente, ya me da igual. Solo quiero que acabe. 

Cuando me quita la venda estamos en el baño y miro con nostalgia a la ducha. 

—¿Puedo…?— el chico desvía la mirada y ve lo que yo. 

—Mañana te traeré ropa— sonrío por primera vez en… lo que sea que lleve aquí. 

—Gracias— asiente y se gira cuando me acerco al váter. 

Al acabar, me limpio y froto bien antes de tirar de la cisterna, subirme mis asquerosas bragas y lavar mis manos lo mejor que me lo permiten los amarres. 

—¿Lista?— asiento y me vuelve a colocar la venda. Me lleva en silencio hacia mi celda y me coloca los amarres como estaban antes de irse. 

La muerte luce atractiva cuando respiras sin sentirte vivo. 

—Te estás desmoronando— la voz del primer hombre que vi en este lugar me hace levantar la vista, importándome una mierda que pueda ver las lágrimas salir de mis ojos. 

Trae una cámara en un trípode y la coloca frente a mí. 

—¿Qué haces?— sorbo mi nariz. 

—Dejarle un mensaje a tu marido. 

—No… oye no…— me ignora y enciende la cámara, una luz roja sale del aparato. 

—Alice, ¿Por qué no le dices a tu marido lo bien que lo estás pasando con nosotros? 

Desvío la mirada pero él se me acerca colocándose un pasamontañas y me acaricia la mejilla. Me aparto pero no se rinde y me agarra del cogote para hacerme mirar a la cámara mientras me baja un tirante del sujetador que llevo puesto. 

—No me toques— ruego y las lágrimas salen de mis ojos. 

—¿Qué te toque?— me toca un pecho por encima del sujetador y yo retengo un sollozo. 

—¡No me toques!— grito con toda mi fuerza, él ríe— ¡NO ME TOQUES, HIJO DE PUTA! 

Me suelta de forma brusca y retrocede un paso. 

—¿Qué me has llamado?— si las miradas matasen, yo estaría muriendo de forma agonizante. 

—He dicho… que eres un hijo de puta. 

Da un paso hacia mí y me golpea con el puño. La cabeza me da una sacudida y se me nubla la vista pero, en vez de llorar más, sonrío porque el dolor físico siempre me ha ayudado a olvidar. Y ahora solo quiero olvidar. 

—Repítelo— me reta. 

Lo miro con valentía. 

—Hijo de puta. 

Otro golpe. 

—Venga, otra vez— invita. 

—Hijo de puta— otro golpe que me hace escupir sangre, pero no me detengo—. Hijo de puta— se gira y coge la vara antes de volver a mí. Me reta con la mirada y yo sonrío—. Hijo de puta. 

Me golpe con la vara en el estómago y se me va el aire, cojo una bocanada de aire y comienzo a toser con desespero. 

—Otra vez— invita y yo seguiría soltando ese «hijo de puta» que tanto lo cabrea, pero no puedo hablar porque no tengo aire—. Becher, tu mujer se está ganando todas las palizas y folladas que tiene. Si quieres que acabe de una pieza, entrégate a Abdel. 

—Cai… Cai…— hablo por fin— no te derrumbes por mí… te conozco— elevo la mirada y clavo mis ojos en la cámara—. Levántate y lucha hasta el final— el hombre se acerca a la cámara para apagarla— ¡No puedes rendirte, lucha! ¡TE QUIERO! 

Apaga la cámara y siento que no se ha llegado a escuchar mi último grito desesperado. 



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En el texto hay: secuestro, sufrimiento, mafia

Editado: 14.11.2022

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